El Aku-Aku de Mojácar estrena cine en la playa

En ese chiringuito en El Cantal se cocinan arroces, se escucha jazz y se baila rumba

María Salinas, la matrona del Aku-Aku, removiendo unos arroces.
María Salinas, la matrona del Aku-Aku, removiendo unos arroces.
Manuel León
07:00 • 03 jul. 2019

Ocurre todos los años desde hace décadas: el verano de Mojácar empieza a aventar de verdad cuando el Aku-Aku cuelga el cartel del cine. Y es entonces cuando la playa de El Cantal se endominga con una gran pantalla sobre la arena y con dos altavoces laterales colgando como pendientes azabaches; es entonces cuando los clientes redireccionan las hamacas hacia la gran lona blanca y en vez de comer palomitas como en una sala convencional, dan sorbos a una copa de balón en ese paraíso mojaquero mientras van masticando la trama.



Ayer fue  ‘El mejor verano de nuestra vida’ y así todos los martes, hasta octubre, hasta que el Aku-Aku vuelva a sus cuarteles de otoño. No se descarta que uno de los espectadores de ese cine playero de Mojácar, uno de estos últimos años, haya sido el propio presidente Sánchez, quien no barrunta que -con lo que tiene pendiente- vaya a aterrizar este mes de julio en este rincón levantino donde tiene casa en propiedad.



El Aku, en ese epicentro chiringuitero del Levante almeriense, no se entendería sin María y María no se entendería ya sin el Aku. Allí se la ve trajinar a esta mujer mojaquera y turrera a un tiempo (nacida en un cortijo  de Gibájar) entre pailas de arroz con puerros y gamba, o con sepia o col, o con bogavante o morcilla o con conejo y caracoles. Porque si alguna vitola tiene el Aku es la de ‘Basílica del Arroz’, con toda suerte de afeites y confites.



María Salinas emigró a Alemania con su familia, a la Cuenca del Ruhr, y al cabo del tiempo sintió la llamada de su tierra. Y  desde 2003,  tras ser guía del Imserso y con la complicidad de su amigo chino de Bédar, regenta esa botillería playera que cuenta con cientos de  acólitos y un club de fans “Amigos de María”. Allí  la cerveza se bebe con arena en los pies y con sal en la piel y cada tarde, cuando el sol se va por los cerros de Sierra Cabrera, los aromas de los arroces dejan sitio a la carta musical y es cuando puede aparece Jorge Pardo con la flauta en los labios o Tomasito con la garganta enchufada.







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