A Pilar Quirosa en este “más acá”

Quién duda que seguirás formando parte de este universo cercano, del misterio, sin fábulas

Pilar Quirosa durante el homenaje que se le brindó en la Feria del Libro de 2017.
Pilar Quirosa durante el homenaje que se le brindó en la Feria del Libro de 2017.
Juan José Ceba
07:00 • 24 ene. 2019

En 1990 apareció ‘Orión’ primer libro de poemas de Pilar Quirosa, con unas palabras preliminares que escribí. Sólo al cabo del tiempo, y tras el deslumbrante brillo de su constelación, comprendí que Orión era ella. Para reconfortarnos con la palabra sanadora –en la desolación- he encontrado a la poeta en este “más acá”, en la memoria, como lugar de trascendencia.



Toda la ternura queda en los días vividos y se concentra en el recuerdo. Escribo para la imposible sanación del adiós de Pilar. Escribo en el rompeolas de la angustia, que no admite el olvido. Digo “adiós”, aún con temor de pronunciar “muerte”, palabra del derrumbe. Y la repito, muerte, y la ternura va ampliando sus olas, hasta cubrirnos por entero. A ti, criatura hermana, embarcadora, cómplice, todo el magma marino de la ternura que entra en erupción en cuanto has sido. Quién duda que seguirás formando parte de este  universo cercano, del misterio, sin fábulas ni cuentos. Que el polvo luminoso de tu cuerpo, aquí, ha de fundirse con tus estrellas y tu tierra. Que ese polvo, soplado por los vientos, caerá sobre los caminantes y las mujeres resistentes. Sobre los árboles que sentimos crecer o en esta mar de los naufragios, que al cabo habrá de contenerte. Que te contiene ya, esplendente mujer irrepetible.



No en los cielos incógnitos, inalcanzables e irreales, sino aquí, en este más acá, en donde estamos queriéndote por siempre. Esa luz que irradiaba de ti, munira, es ahora sol quemante, compartido, en todos los adentros: tu memoria hermosísima de entregas sin medida, de alegría creadora, ramificada en miles de caminos de aventuras, aquí nos queda, vivísima. Este es el “cielo” interior, nuestra memoria, en donde con certeza habla tu lozanía. Y canta, o gime. Pero permanece. Queda y alimenta. Todos los mediodías, los instantes de la felicidad gustada, son dádiva que canta en el recuerdo. 



Y juntas, todas las memorias del “cielo” donde quedas, (las de los seres amados de tu cercanía) forman un paisaje de belleza infinita, que nos hermana y que nos une; y nos limpia como sanación verdadera. Lugar donde descansas y reposas, avivando con pasión tu ilimitado anhelo de ennoblecer el arte, la cultura, la creación en todas sus formas y sus sueños nuevos. 



Recordar puede ser un hecho sagrado del ahora, del más acá, que no requiere mitificación ni engaño. Es también hoy mi forma de rebeldía ante lo que se muere -que no muere- pues se agrupa en nuestro fondo, en verdad y en espíritu, con el poderoso crecimiento de tus palabras y tus versos; con las imágenes de tantos días respirados. 



Pues te vemos en cuanto has dejado. Estás y sigues siendo. Poderosa materia de escritura que vivifica. Mano que escribe, cuerpo que lee y se ofrece, generoso, a ser leído. Intactos o sudorosos tus papeles, tus escritos, poemas, tus obras imantando las miradas. Evoca las gustadas emociones, los encuentros. Decimos homenajes y es agasajo a tu estar en la memoria: qué bellísimo paraíso, jardín del aquí mismo. Qué misterio tenerte en este fabuloso cielo de la frente. Aquí te escucho, aquí me hablas, sin emprender el vuelo. 



Creo en la resurrección de tus poemas, de tu verbo hecho carne, de tu escritura tentacular en todos los registros, en tu inabarcable manera de fraternidad, en la respiración de tus escritos por recitales, lecturas, bibliotecas, en amorosa reunión de quienes te conocen o quieren adentrarse en ti, por tu arder mismo. Que toda tu escritura sea memoria floreciente, en este huerto en donde estás, y pases por entero a ser leída. Y pases -de un paraíso a otro del recuerdo- por siglos y generaciones.



En este más acá te encuentro, y quedas, alma, aliento, ánimo de brasa, anhelo de borrar el odio, sin haberte marchado evanescente entre la boria.


No es autoengaño: alientas y vibras aquí adentro, con todo lo que vibra en esta tierra temblorosa. En esta silenciosa intimidad nos hablas, no es milagro. Te encuentras expandida; formas la secuencia continua en el paisaje interior de quienes te conocen, pues ahondaron en ti y te leyeron. Eres la llama que alimenta la memoria y la memoria misma. 


Persistes

Persistes en este universo fascinante e inexplorado del más acá: te nombro y te veo caminar en los adentros, como tú caminabas. Y en el instante surges, amiga bienhechora. Y es este más acá que habitas, este lugar de trascendencia (donde no hay fábula ni engaño) lo que me reconforta y sana, del desaliento de no poder hablarte en tus espacios cotidianos. En la plaza, el abrazo imposible encuentra su vacío, aunque tú estés tan cerca, huésped en esta hondura conmovida. 


No es posible no estar si permaneces, si continúas y sigues, pues alumbras. Amiga hermana, embarcadora y cómplice, como pluma de ave descendiste al sinfondo y nació tu universo. Que seamos, por siempre, merecedores de tu limpia palabra. 



(“Lleva quien deja, y vive el que ha vivido”. Antonio Machado).


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