Memoria de generaciones

El Colegio El Milagro celebra con una exposición sus 125 años de historia y clausura los actos el día 20 de junio en el Teatro Cervantes

Alumnas de la década de los 50 con los antiguos uniformes.
Alumnas de la década de los 50 con los antiguos uniformes.
Manuel León
01:00 • 19 may. 2017

Era y es uno de los colegios más cosidos a la piel del centro de la ciudad. El Milagro, que abrió sus puertas en 1893, lleva más de un siglo siendo una de las referencias educativas de las familias del casco viejo, desde que la plaza donde se aposenta le llamaban de Santo Domingo.




Allí permanece intacta esa fábrica de enmendar pubertades, junto a la esfinge del Padre Ballarín,  junto a una tienda de chucherías y cromos hacia donde los niños corren cada mañana con sus pantaloncitos grises, a hacer acopio para el recreo.Allí continúan esos muros pedagógicos, con su verja metálica, junto a callejones que se convierten los fines de semana en abrevaderos etílicos.




Perteneció el inmueble, donde primitivamente había una hornacina de la Virgen del Milagro, a los Padres Dominicos que lo convirtieron en colegio de monjas, después de un robo en el santuario vecino de la Patrona y los problemas que les daba una taberna de dudosa reputación donde hoy están las clases.




Al principio se abrió para párvulos y después fue acogiendo clases infantiles hasta el Bachillerato, que llegó en los años 50. Durante la Guerra fue clausurado y algunas de las religiosas sufrieron cautiverio. Enseres e imágenes fueron robados y destruidos hasta su reapertura a partir de 1940. Eran tiempos en los que las hermanas portaban la antigua cofia blanca de gaviota.




Religiosas como Rosario Vidaurre, María Goenaga Araquistain, Sor María Jesús Martín o la antigua directora Angeles Pacheco también dejaron huella en el centro. Poco a poco, tras la Guerra, fue recuperando la actividad impartiendo clases de bordado y costura y se hicieron tradicionales las veladas literarias con las educandas y los bailes regionales en el patio aún en activo.




En 1960 se construyó un nuevo edificio sobre el antiguo y se reinauguró por el  murciano obispo Alfonso Ródenas y la reverenda madre Emilia González.




Se habilitaron laboratorios de ciencias, biblioteca, terraza y zona de internado y el maestro Barco deleitó la jornada con ilustraciones líricas del Danubio Azul en el patio del centro, el mismo que cada mañana a las 11 se llena de gritos infantiles, pelotas de papel y pan con mantequilla.




Han pasado  125 años, pero sigue intacto el espíritu de sus fundadoras: esa labor impagable de educar, de moldear a fuego lento a  los almerienses del mañana.


Clausura en el Cervantes
Estos días, una de las salas principales del Colegio ha acogido una exposición con fotografías, muebles, ropas, aparatos musicales, libros, pupitres, pizarras y otros objetos pedagógicos de la historia del centro. Retazos de la memoria de generaciones que se han visto reflejadas de pronto en el recuerdo de la música que sonaba en un tocadiscos, en la bola del mundo con todos los países pintados, en las imágenes de las clases de bordado con las alumnas alineadas de blanco en el obrador.


Todo eso que permanece con los años, a pesar del tiempo y de las generaciones, todo esa época del esplendor en la hierba es lo que ahora se ha rememorado con distintas actividades,  en este curso en el que se cumplen los 125 años del Colegio. El pasado mes de octubre se abrieron las celebraciones con un acto en el Apolo con la presencia de las autoridades y de la comunidad escolar encabezada por el director Académico, Francisco José Sáez, la directora titular, Sor Josefina, y distintos miembros del profesorado. El próximo 20 de junio, en el Teatro Cervantes, se pondrá la rúbrica a este curso de conmemoración del Milagro, con un acto de clausura que contribuirá a seguir haciendo pura historia escolar almeriense.



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