¿La erótica del poder o el poder de la erótica?

El Nilo y el desierto, la Eternidad y la Contemporaneidad acogieron el pasado sábado en el auditorio de Roquetas a dos pares de poderosos: César y Cleopatra

Emilio Gutiérrez Caba y Ángela Molina y Ernesto Arias y Carolina Yuste en Roquetas.
Emilio Gutiérrez Caba y Ángela Molina y Ernesto Arias y Carolina Yuste en Roquetas.
Mar de los Ríos
12:35 • 09 may. 2016

Salen a escena dos hombres caminando a la par entre brumas. Uno de ellos es el joven Julio César, vestido de mando militar romano, (Ernesto Arias); el otro es un Julio César mayor, vestido con un smoking actual (Emilio Gutiérrez Caba).




Después llegan ellas. Las seductoras Cleopatras, encarnadas por una jovencísima reina de Egipto (Carolina Yuste) y una espectacular y madura (Ángela Molina). 




Y se produce el encuentro en la Eternidad de dos de los mayores amantes de la Historia Antigua. En ella se descubren como los cómplices que supieron utilizar la erótica del poder y el poder de la erótica como clave de sus vidas entrelazadas. Hacen flashes de su juventud, interpretada por sus encarnaciones vitales, mientras los personajes mayores llevan la batuta de un diálogo irónico. 




Se plantean desde la Eternidad, y como espectadores de los siguientes dos mil años de Historia, qué sentido tiene la guerra, la dominación, esas que tanto les obsesionaron por separado y conjuntamente cuando eran los reyes del Viejo Mundo; la priorización de la ética social sobre la anexión de los pueblos es discutida por las dos Cleopatras; la fidelidad o el amor, el sexo como arte social aceptado en la época en la que Cleopatra ejerció como una de las mujeres más poderosas de todos los tiempos.




La perspectiva femenina del mundo, del poder, frente a la masculina y que los cuatro reconocen como complementarias. La misoginia de los historiadores cristianos, y que han tratado a Cleopatra como una prostituta, frente a la hombría de un Julio César que vivió sus innumerables conquistas amorosas con absoluto beneplácito.
Y entre sus conversaciones en esta supuesta Eternidad, hablan dos espíritus maduros que intentan convencer a los jóvenes que fueron, para que sean más cautos en sus decisiones, menos impulsivos y menos ingenuos… sin resultado alguno. Porque su triste final será el mismo. No se pueden cambiar los acontecimientos que acabaron de manera trágica con lo seres humanos que habitaron, dando paso a los mitos.




A destacar de todo ello la reflexión de la vieja Cleopatra que con una tablet sacada de nuestra contemporaneidad, encarna a la sabiduría y se lamenta profundamente sobre el hecho inimaginable para la joven reina que fue, que hoy en día, ella, la gobernante de Egipto simplemente no podría existir, porque la sociedad actual que domina sus reinos tiene secuestrada la voluntad de las mujeres. Echa de menos a la gran Biblioteca de Alejandría y le comunica a su joven réplica que hace mucho que no existe.




Hay que ganar la paz… Apostilla como gran cambio de rumbo si volviera a nacer…




El maduro Julio César sigue siendo un seductor incontestable y admira al joven guerrero que fue, aunque intenta advertirle sin éxito sobre la eterna corrupción del poder y de las envidias que levantará a su paso, las que le llevarán sin remedio a su asesinato por su propio hijo. Su más duro recuerdo…


Canciones y bailes, casi todos encarnados por ellas, salpimentan los diálogos sarcásticos sobre la repetición eterna de los mismos tics de la Humanidad, a través de los posteriores gobernantes que han pasado por la Tierra, donde nunca ha escrito un poeta que un cometa ilumine el cielo cuando muere un pobre.


Es un placer disfrutar de dos generaciones de actores donde queda patente la lozanía de los cuatro. Una artística (y algo estridente) Ángela Molina que, embutida en un espectacular vestido verde, pone de manifiesto su sensualidad madura, la que nada tiene que envidiar a la de la aguerrida joven reina, encarnada por una atlética Carolina Yuste.


Un magnético Emilio Gutiérrez Caba, que ejerce una interpretación impecable, representado a un hombre del siglo XXI.


Un animal de teatro que se pasea por las tablas como por el salón de su casa, simplemente porque lo es.


La réplica de Ernesto Arias es correcta. 


Sin embargo la escenografía refleja aún el machismo, no sé si de manera consciente, para dar vida a un texto de clara reivindicación feminista. Ellas van vestidas de manera incontestable para seducir, carne y curvas a la vista, muy en forma físicamente. Ellos van tapados hasta las orejas para no arrebatar. Nada en forma, por lo que dejan a la imaginación, porque nunca se les impone enseñar cacho. 


Y esto me ha recordado a la invasora y vomitiva estética del reggaetón, que hace también replantearnos si vamos hacia adelante o hacia atrás en cuanto a sociedad evolucionada, o sea, igualitaria.



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