Los 66 años del kiosco que nos recuerda el ‘18 de Julio’

Nació en 1958 para atender al personal y a los pacientes del sanatorio

El antiguo quiosco que vivía a la sombra del sanatorio del ‘18 de Julio’.
El antiguo quiosco que vivía a la sombra del sanatorio del ‘18 de Julio’. La Voz
Eduardo de Vicente
20:01 • 09 mar. 2024

Cuando hace 66 años abrió por primera vez sus puertas, pocos podían imaginar que aquel humilde quiosco que había nacido a la sombra del sanatorio del ‘18 de Julio’ se iba a convertir en un auténtico templo del ocio de la ciudad. De los cafés y los churros mañaneros de los pacientes del sanatorio ha pasado a ser uno de los referentes del tapeo almeriense y en el auténtico santuario del pincho moruno. Su propietario, Ignacio Ortega, se ha hecho fuerte detrás del fuego y se ha erigido en ‘pinchero mayor del reino’. Se pasa los días acariciando la carne de cerdo y dándole sentido en la plancha. Dicen que lo borda, que el resultado es inmejorable, que roza la obra de arte. “Es la tapa estrella de este negocio con mucha diferencia, tanto es así que un día fuerte de feria pueden pasar por mis manos más de ochocientos pinchos”, comenta el propietario.



El vertiginoso ascenso de este histórico negocio tiene mucho que ver con la Rambla. Cuando empezó era aquel cauce seco y fronterizo que nos dividía, mientras que ahora es el corazón de la ciudad. En su origen, el quiosco contaba ya con la ventaja de ocupar la esquina de entrada a la plaza por donde pasaban a diario centenares de personas que iban y venían a la clínica. Media Almería pasó por aquel chiringuito en un tiempo en el que la mayoría de los niños nacían en la Maternidad del ‘18 de julio’ y donde las consultas de la Seguridad Social  estaban bajo el techo de aquel majestuoso edificio. 



Con el ‘18 de julio’ se puso de moda dar a luz en una clínica. Hasta entonces, las mujeres de Almería solían traer a sus hijos en sus propias casas, con la ayuda de una comadrona de alquiler. Las que no tenían dinero para pagarla o presentaban alguna complicación, las llevaban al Hospital Provincial. 



El quiosco fue un negocio obligado porque en aquel lugar de tanto paso y tanto poder de convocatoria, hacía falta un establecimiento para tomar un café o comerse un bocadillo.



Nació en 1958 de un sueño que había ido forjando el empresario Luis Aguilar Torres, propietario de la Bodega San José del Barrio Alto. Luis ‘el cojo’, como todo el mundo lo conocía, entendió que en  aquel anchurón junto a la Rambla se podía montar un buen negocio con un gran futuro junto al ‘18 de julio’ que se estaba construyendo y la Casa de Maternidad, que también formaba parte de aquel complejo sanitario. Él mismo diseñó el quiosco y él le dio vida, pero las dificultades burocráticas lo fueron acorralando y después de inaugurarlo se vio obligado a venderlo en contra de su voluntad.



Su segundo propietario fue Francisco Ortega González, que se lo alquiló a Manuel Martínez Ruiz, un joven hostelero que le dio vida al establecimiento hasta convertirlo en uno de los más importantes de la ciudad.



Abría a las siete de la mañana y tenía permiso para cerrar a las doce de la noche, aunque en realidad había jornadas en las que le daban las tres de la madrugada al calor de alguna tertulia de amigos. Desde los primeros tiempos, el quiosco del ‘18 de julio’ estuvo muy vinculado a la vida del sanatorio y a los minutos de ocio de sus médicos. Allí tomaban café los doctores y disfrutaban de las porras de churros que alimentaban y perfumaban el barrio desde el amanecer. El cirujano don Domingo Artés Guirado, que pasaba todas la tardes consulta  en la clínica del ‘18 de julio’, era uno de los habituales del quiosco y un reconocido cabecilla de las tertulias taurinas que allí se organizaban hasta altas horas de la noche.



Desde 1993, el quiosco del ‘18 de Julio’ está dirigido por Ignacio Ortega, hijo del segundo propietario que tuvo el negocio, y pieza fundamental en ese meteórico ascenso que el establecimiento ha experimentado a lo largo de la última década. Ignacio es el dueño, pero no falta ni un solo día a su cita delante de la plancha para convertir cada pincho moruno en una pequeña joya.


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