La historia de El Burra: memorias de un marinero de Roquetas

Un relato de tradición, sacrificio y camaradería en las aguas del Mediterráneo

El Burra, marinero de Roquetas.
El Burra, marinero de Roquetas. La Voz
Melanie Lupiáñez
20:31 • 15 mar. 2024

En los pequeños municipios hay instituciones sociales que no responden a nombre u organización gubernamental. Estos lugares son los bares, bancos de las plazas o pistas de petanca. Se caracterizan por congregar siempre a los mismos parroquianos; allí se habla sobre política, el tiempo o el muerto que se vela ese día en el tanatorio.



Estas instituciones están integradas por caballeros que cubren su cabeza, saludan con apretón de manos y cumplen su palabra como ley. El Burra es miembro distinguido entre los viejos marineros que se sientan en uno de estos bancos cercano a la rotonda de la farmacia del puerto de Roquetas. Aunque se llama Luis Rodríguez, todos lo conocen por el apodo, como manda la tradición en la mar. El hombre de 75 años dice que cuando jugaba al fútbol era muy cañero y por esta razón lo apodaron así.



Hay pocos roqueteros tan oriundos como El Burra, hijo y nieto de pescadores, que nació y creció bajo el salitre del puerto. “Mi padre conoció a Adolfo Suárez cuando visitó Roquetas y le pidió que por favor construyera un espigón para proteger los barcos del puerto. Aquí no había nada”, dice el viejo marinero extendiendo su brazo por el precioso puerto actual.



El hombre es hijo de la posguerra, tiempos de racionamiento, leche en polvo, muchos hijos y partos en casa. “Somos seis hermanos, pero vivimos cuatro. Uno de ellos murió ahogado cuando era pequeño, se cayó al mar. Mi madre estaba embarazada y al enterarse de la noticia cayó al suelo por el susto. Aquello provocó el parto. Ella fue sola con el niño al hospital porque mi padre estaba faenando en la almadraba en Huelva. Cuando mi hermano nació, tuvo que recibir tratamientos y perdió un ojo. El Instituto de la Marina se hizo cargo de los gastos médicos porque no había seguridad social”, dice Luis.



La primera vez que el marinero se embarcó tenía 15 años. Salió por la bocana del puerto de su pueblo natal rumbo a Villa Nueva de Gertrut. Con tan mala suerte que cuando llegaron al destino el barco se averió. Luis pasaba hambre, solo comía pescado y pan, tampoco tenía dinero porque los marineros solo cobran cuando pescan. Pero como no le faltaba picardía, se sentaba cada día en un noray enorme donde se amarraba otro barco pesquero.



“Un día vino el cocinero del barco y se interesó por mí. Me dijo que era amigo de un conocido mío en Roquetas de Mar, que no me iba a faltar de nada. Entonces me preparó un vaso de leche con Cola-Cao que me hizo un hombre”. Han pasado muchos años, pero Luis todavía cierra los ojos cuando recuerda ese vaso de leche.



Hizo el servicio militar en la marina y después faenó 10 años más en aguas francesas hasta que su Penélope puso fecha al compromiso y se casaron. La historia de cómo conoció a su mujer es curiosa, casi mágica. “Había un tren que nos llevaba a todos los muchachos desde Almería hasta Cádiz para hacer el servicio militar. Cuando el tren se paró en Guadix se subió uno que llevaba unos panes con una pinta deliciosa. Yo todavía no sabía que ese muchacho tenía una hermana, ni nada”, Luis se ríe, el hambre convirtiendo a dos desconocidos en familia.



El marinero regresó del servicio militar con el graduado escolar debajo del brazo y el amor de Encarna, su compañera de vida. Entonces se fue a trabajar a Francia porque dice que ganaba un buen sueldo. Ahorró lo suficiente para comprar un solar y construir una casa para su familia en Roquetas. Un dinero obtenido con mucho valor y esfuerzo tanto que casi le cuesta la vida.


“Una vez, faenando cerca de Niza, me caí por la borda porque había muy mala mar. Parecía que las olas se comían el barco. Los marineros me lanzaron el aro rojo de salvamento con un cabo y me arrastraron con el barco porque no podían subirme a bordo dadas las condiciones. Tenía 22 años y yo lloraba, no me da vergüenza decirlo. Solo le pedía a la Virgen del Carmen que me permitiera llegar a tierra. Mientras estaba en el agua, juraba que jamás regresaría a un barco, pero tuve que volver porque necesitaba el dinero. Me rescató un helicóptero y me había partido una pierna”. Luis se lleva la mano al pecho y para de hablar por un momento, todavía sobrecogido del recuerdo.


Después de todo, el marinero regresó a tierra, a su pueblo, donde es muy conocido y querido porque trabajó 33 años como contramaestre en el Club Náutico de Roquetas. Su padre había sido capitán de almadraba e hizo todas las costuras de los muertos para los barcos del puerto. Así que empezó a trabajar en el club. Cuando Luis se jubiló, prescindió del móvil que era una de sus principales herramientas de trabajo. Desde entonces, no hay quien lo localice por señal satélite. Pero cada tarde se sienta en el mismo banco.


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