Roquetas de Mar

Los exiliados chilenos que se convirtieron en políticos suecos viven en Roquetas

Las políticas de Fresia y Guildo ayudaron a la intregración de los migrantes en Suecia

Fresia y Guildo.
Fresia y Guildo. La Voz
Melanie Lupiáñez
21:10 • 01 sept. 2023

Eran dos jóvenes sindicalistas en el Chile de los ochenta mientras la derecha de Pinochet se abría paso. A pesar de ocultarse entre los religiosos mormones, él fue apresado y torturado, su vida estaba en riesgo, pudo ser uno de los 30.000 desaparecidos que dejaron los 17 años de régimen militar. Exiliados en Suecia, allí pasaron los dos primeros años en un campo de refugiados donde nació su quinto hijo. Los llamaban “cabezas negras” en una sociedad dorada, él llegó a ser profesor de universidad y ella auxiliar de enfermería. Dedicaron 30 años de su vida a luchar por la intregración y los derechos humanos en su segunda patria, pero la paga de jubilación no alcanzaba para una buena vida en Suecia y se trasladaron a Roquetas de Mar.



Esta es la historia de Fresia Lobo Salinas y Guildo Barlari Urrutia. Hace 50 años que se casaron en un terreno tomado para los daminificados del terremoto de 1971 en la actual zona de Valparaíso. “Fue una celebración medio hippie”, cuenta Fresia con una amplia sonrisa, su carmín rosa contrasta con su pelo cano cortado de forma desigual que deja entrever algo de su carácter transgresor. A Guildo se el infla el pecho al recordar aquellos maravillosos años cuando ni tenía carnet de conducir y se codeó con el depuesto presidente chileno Allende y fue discípulo del intelectual que sembró las bases del cooperativismo autogestionado, Pablo Freire.



En el año 1988 Guildo fue apresado y torturado, peligraba su vida y partió al exilio. Pero antes se adentró en el bosque con su hábito de obispo mormón, se desprendió de las ropas y las quemó, el título quedaría de por vida. El hombre casi no puede contener la emoción cuando narra el simbólico acto. Fresia estaba en una situación muy delicada, embarazada de su cuarto hijo, su octava gestación, perdía a los bebés así que los doctores no le recomendaban viajar hasta que nació el varón. Ella tan provinciana, nunca había salido del país, viajaba sola con tres niños pequeños y un bebé. Se reencontraría con su marido a quien llevaba un año sin ver en un campo de refugiados sueco a menos 20 grados.



La pareja se las apañaba como podía, hacían chapuzas y trabajos de subsistencia, sus hijos repartían publicidad en bici para pagarse sus juguetes o las botas de fútbol. Una vez al mes, durante la noche, conducían 900km hasta la frontera donde la comida era más barata y podían llenar la nevera. Tardaron 10 años en hacer la lista de la comprar y llevarse los productos que realmente querían del supermercado. Nadie apostaba un duro por ellos cuando se compraron una casa medio ruinosa en la que vivieron 31 años y, que terminaron de pagar el día que la vendieron antes de venirse hasta Almería.






El primer trabajo de Fresia fue como personal de limpieza en el campo de refugiados, estaba embarazada de su quinto hijo y había subido 22 kilos, insistió tanto que no tuvieron más remio que darle el empleo. Con los años desarrolló un programa de ayuda a la mujer migrante, fundó la Organización Internacional de la Mujer (IQF), compuesta por mujeres de más de 27 nacionalidades diferentes y fue concejal de su ciudad por 4 legislaturas. Ella era célebre entre las matronas por su gran prole, así que hablaba con las profesionales para que impartieran cursos de prevención y planificación familiar entre las mujeres. A los 38 años volvió a estudiar para optar a mejores condiciones laborales, ella que solo había



llegado hasta sexto de preparatoria compartió centro con su hijo mayor y se graduaron el mismo año. La chilena pasó 4 años cubriendo los días rojos del calendario hasta que consiguió un empleo fijo como auxiliar de enfermería en una residencia de ancianos.



“En ese tiempo era una cabeza negra, como emigrante tienes que trabajar 3 veces más para que se den cuenta que eres capacitada, entré a trabajar a la fábrica de acero más grande de Suecia. Me enfermé al año de tanto que era el trabajo, me dio una inflamación en los músculos de la espalda que no podía ni respirar”, recuerda Fresia de su experiencia laboral.


Guildo había trabajado como electromecánico en Chile cuando llegó a su nueva patria continuó formándose, pero no se imaginaba todos los obstáculos que tendría que superar. Tiraba curriculum en Scania, Seat, etc, buscaba algo sencillo como tornero, pero aquella discriminación estructural de la que habla el chileno le impedía avanzar. En lugar de tirar la toalla creó un proyecto de integración laboral para los migrantes. De esta forma pasó a formar parte de la plantilla del Instinto de Educación Popular para Trabajadores (ABF por sus siglas en sueco). A sus 54 años fue profesor en la Universidad de Brunnsvik, preparaba a los líderes de los sindicatos y políticos en las materias donde se había especializado: discriminación, racismo, nazismo, democracia o literatura. En su último empleo para los ayuntamientos de Ludvdika y Smedjebacken se encargaba de la integración de los niños migrantes, coordinaba a 120 intérpretes para que los menores aprendieran las costumbres suecas.


“Al principio se me hacía muy difícil hablar de sexo y enseñarles a los recién llegados cómo se trata a la mujer sueca. Recibía a niños marroquíes, afganos, niños que habían formado parte del ISIS”, dice Guildo con tono grave. La experiencia de tratar con niños captados por el grupo terrorista islámico robaba el sueño al chileno muchas noches.


Los chilenos no pensaron que volverían a migrar en su jubilación después de haber pasado 33 años en Suecia, pero lo cierto como cuenta Fresia es que a pesar de que trabajaron mucho su paga de jubilación no alacanzaba. Así que se quedaron en Roquetas de Mar donde el clima es suave, la gente acogedora y se sitúan a 4 horas de avión de sus nietos.


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