Los veinte hijos de la Papa frita

La cuevana Carmen Rodríguez fue la española más fecunda del siglo XX

Felipe Fernández y Carmen Rodríguez y sus veinte hijos en la puerta de su casa de Cuevas del Almanzora en 1975.
Felipe Fernández y Carmen Rodríguez y sus veinte hijos en la puerta de su casa de Cuevas del Almanzora en 1975.
Manuel León
19:06 • 02 dic. 2018

Cuando Carmen llamaba a su prole para comer, era como si tocaran a zafarrancho de combate: cada uno de sus veinte hijos, plato en ristre, iba pasando por delante de su progenitora para que se lo llenara de  potaje de garbanzos o de lentejas. Era como el rancho de un cuartel, pero elaborado con todo el amor de una madre, quien introducía el cucharón dentro de la olla enorme e iba repartiendo de forma democrática las patatas, el trozo de chicha y las legumbres entre cada uno de sus vástagos, a los que había ido alumbrando sin desmayo, año tras años, como si no hubiera un mañana. 



Y cada día, al levantarse, la tropa de esa fértil parentela cuevana, encabezada por el jornalero Felipe Fernández Mellado, se ponía en cola esperando turno delante de alguno de los tres excusados de la casa en el barrio de Los Cuatro Vientos: prisas, risas, peines volando, el agua de colonia mojando el flequillo de los niños, las niñas apretándose la cola de caballo con una goma. Y por la noche, al acostarse, después de un vaso de leche con magdalenas -cuando las había- todos iban desnudándose y descalzándose, dejando una montaña de blusas y de pantalones, de calcetines y de zapatos, antes de ponerse el pijama y saltar a la litera asignada. 



Después, se hacía el silencio y se daba por concluido el relato del día de esa familia, en ese pueblo de España de los años de la Postguerra, y esa madre podía por fin descansar en el catre, con el benjamín Juan Antonio acurrucado a sus pies, pensando, como todas las madres, en qué haría de puchero al día siguiente.



La historia de Carmen Rodríguez Jiménez, llamada cariñosamente la Papa frita, es la de la mujer que más hijos vivos parió en España -que se sepa- en el siglo XX. Así está documentado en el registro de familias numerosas del Instituto Nacional de Previsión y desde que se empezaron a dar los premios de natalidad en 1927 con la Ley de Subsidios Familiares. Solo hay constancia, por un artículo en La Correspondencia, de que un matrimonio de Madrid -Pascual Alvaro, maestro de escuela, y su mujer, Concepción Losa- habían sido padres en 1897 de un vigesimoquinto hijo. El récord mundial, admitido por Guinnes, pertenece a una mujer rusa, la señora Vassilyeb (1816-1872) que alumbró 69 hijos a través de 27 partos, ninguno de ellos único, en los que trajo al mundo 16 parejas de gemelos, siete veces trillizos y cuatro cuatrillizos. El último caso de familia numerosa en España, que se aproximó al de la cuevana Carmen, fue el de la familia Postigo Pich, con 18 vástagos, cuyo progenitor murió hace solo unos meses.



Carmen heredó el mote de su abuelo Pedro que cuando estaba en el tajo y veía venir a su mujer Juana con el cesto del almuerzo, les decía a sus compañeros de fatigas: “ahí vienen mis papas fritas”. Y con Papa frita se quedó él y sus descendientes, quienes han ido diseminando su fértil semilla por la provincia, como hicieron los hijos de Jacob por la tierra de Canán.



Carmen nació en Cuevas del Almanzora en 1930 y tenía catorce años cuando Felipe Fernández Mellado el Pinticas se la llevó en una bicicleta. Él era un muchacho emprendedor, dedicado a la quincallería. Vendía hilos, zapatillas de yute y chatarra que llevaba al desguace del Montoya. Su primer hogar fue una casa cueva en El Barranco y a sus quince años, Carmen ya estaba embarazada de su primer retoño y la cigüeña ya no cesó de volar hacia esa casa. Tanto, que ya con una generosa prole, que brincaba de los diez hijos, el Gobernador Ramón Castilla les proveyó de una vivienda en el barrio de San Antón.





Allí se fueron criando los mayores de la familia, en esas remotas décadas ya de los cincuenta y de los  sesenta, en un hogar humilde pero lleno de algarabía, entre noches de invierno que finalizaban siempre con los niños mirando las brasas incandescentes del picón, entre mañanas de domingo en las que salían a jugar y no necesitaban de amigos ni de vecinos: se bastaban los hermanos para poder formar dos equipos de fútbol callejero. Cuando llegaba la Navidad, Carmen amasaba primorosamente las tortas de manteca, los bizcochos, los roscos y los escondía bajo llave en la alacena para que duraran por lo menos hasta Año Nuevo. Al principio, los Reyes para tanto niño consistían en llenar los zapatos de caramelos . Después fueron llegando las primeras muñecas, los primeros balones que fueron pasando de unos a otros, como los vestidos y las camisas que iban heredando los hermanos más pequeños de los mayores. Carmen, a pesar de no saber leer ni escribir como su esposo, se daba mucho apaño con la costura y se pasó toda la vida regañando con una vieja máquina de coser que le compro Felipe en casa de Alfonso el relojero, aprovechando retales, cerrando agujeros, poniendo coderas a  jerseys y rodilleras a pantalones para que  todos sus hijos fuesen decentes al colegio. 


En Nochebuena, ya con ristras de nietos y bisnietos, se juntaban cerca de ochenta a la mesa. Cenaban primero los pequeños, después los hombres y por último las mujeres, entre las zambombas y el anís y después las uvas por Nochevieja, que se compraban por canastos, en un hogar humilde pero dichoso. Carmen tuvo veinte hijos -ninguno gemelo ni mellizo- veintitrés embarazos y se tiró quince años de su vida sin poder verse los pies. Recibió siete veces el Premio Nacional de Natalidad por ‘Hijos Vivos’ otorgado por el Instituto Nacional de Previsión y un retrato dedicado de Franco que cada año le enviaban desde El Pardo. Los gobernadores Gías Jove y después Antonio Merino, junto al alcalde de la época Jesús Caicedo Gómez, les hacían entrega cada año en el salón del Ayuntamiento de la Medalla  de la Natalidad para Felipe y un ramo de flores para Carmen.


La Obra Sindical de El Hogar les donó en 1975 una espaciosa casa con patio y seis dormitorios en el barrio de Cuatro Vientos,  en el pago de Atrales, en unos terrenos que pertenecieron a Carmen Zabálburu Mazarredo. El padre no pudo disfrutarla mucho porque falleció al poco tiempo de cáncer en el sanatorio de la Bola Azul, con solo 47 años. Desde entonces, Carmen tuvo que criar sola a esa prole de hijos que iban creciendo y comiendo como cosacos. Carmen falleció en 2003, cuando ya empezó a fallarle el corazón. Aún viven 19 de sus hijos: María, Miguel, Juana, Mercedes, Carmen, Felipe, Isabel, Anita, Consuelo, Pedro Emilio, Fátima, Pilar, Gema (Jerónima), Encarna, Jesús, Francisco, María de la O, Andrés, Silvia y Juan Antonio. Solo ha muerto hace tres meses Felipe. Había tanta familia para recibir el pésame que la fila en la calle de la Iglesia iba casi de esquina a esquina. 


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