El hombre al que todos miran ahora en Cuevas

Indalecio Modesto deberá envidar por Caicedo (PP) o por Fernández (PSOE); o quedarse quieto

Jesús Caicedo, Indalecio Modesto y Antonio Fernández
Jesús Caicedo, Indalecio Modesto y Antonio Fernández
Manuel León
01:00 • 26 may. 2015

Política municipal: quizá no exista ningún otro pueblo en España que tenga consagrada una canción a las cuitas consistoriales, un himno de Pepe Grano de Oro a todo lo que estaba por venir en ese iniciático año de 1977; una parodia fresca aún, que no ha envejecido.
Toda Cuevas, todo ese entrañable pueblo de la plata, está pendiente de un solo hombre, solo ante el peligro,  como Gary Cooper por las calles de Haydeville. De la decisión del edil electo de Ciudadanos, con apellido sencillo y nombre de patrón urcitano, dependerá qué mano gobierna el timón de  uno de los municipios almerienses de más ilustre abolengo y con mucho aún por escribir.
Las urnas fueron caprichosas en la noche del pasado domingo de primavera en Cuevas, con los rocieros llorando en Almonte, con los interventores  espigando papeletas. El PP de Caicedo, tras 16 años de vino y rosas, no obtenía por primera vez crédito suficiente de los votantes  para tripular en solitario la vieja Villa de las Cuevas y tuvo que ser para él, un hombre acostumbrado a ganar hasta al julepe, como un arañazo en carne viva, como el que sufrió la noche antes su amigo aguileño Alfonso García en el Estadio de los Juegos.
Cuando Jesús, hijo de alcalde, le arrebató la vara de mando a Antonio Llaguno era 1999,  un tiempo que parece tan remoto, un tiempo en el que aún no se conocía el euro en este país. Los veinteañeros del municipio no han conocido otro primer edil. Fue un punto de inflexión en el pueblo que parió al vate Sotomayor, tras 16 años (los mismos que acumula él) mandando los socialistas en el caserón al que mira pétreo cada día el Santo Negro.
Tras el ucedista Soler Mula, Andrés Fernández ganó las elecciones para el PSOE y tras él, Llaguno, amparado en cachorros  que la prensa provincial bautizó luego como el Clan de Cuevas, un racimo de jóvenes entonces con ímpetu, gente ilusionada y valiosa como Diego Asensio, Juan Parra, Rodolfo Belmonte, Miguel Corpas o el malogrado y afable Juan de Cupillas.
Baltasar de Haro, Julio Rull, Ballesteros, no pudieron descabalgar por esos años al psicólogo experto en la curva del Níger. Fue Caicedo, el popular y atento vecino Caicedo, el que llegó como un vendaval, al que le bastaron unos meses para desarbolar, como un Lancelot, toda la sólida armadura socialista cuevana.
 Caicedo fue ganando elección tras elección en su pueblo natal, compatibilizándolo con su lonja de frutas y hortalizas, creciendo como levadura su protagonismo en el PP provincial.
Hasta que fue cubierto con la púrpura de senador y empezaron a lloverle las cantinelas de la oposición recriminando que “nunca aparecía por el pueblo”, que “ha gobernado con el mando a distancia”. A eso se ha ceñido Antonio Fernández Liria, hijo de uno de los pioneros del PSOE, a eso y a que ha ganado en experiencia, en solidez, ya no es aquel jovencillo que empezó pinchando música en Radio Sol: ha conseguido empatarle al grande, con palabras frescas, quizá ungidas en el humilde barrio del Realengo donde se  crió.
Y es el tercero en este trance, Indalecio Modesto, antiguo empleado de Galasa, ahora empresario panadero, al que todos miran, el hombre más observado de Cuevas, el que tiene en su índice investir a Caicedo o a Fernández. Todos pendientes de él, de este hombre con mirada de póker,  hasta hace unos meses concejal de Blas Infante y ahora de Albert Rivera.
No le interesa a Cuevas, al ilustrado pueblo de Cuevas, al pueblo del cronista Perico Martínez y ahora de su sucesor Enrique Fernández Bolea, que Indalecio yerre en su apuesta: hay mucho por hacer.  En los próximos días, el municipio se juega su futuro,  qué  hacer con sus playas, con su turismo, con su vega, con su rico patrimonio. La melodía de Los Puntos sigue vigente casi 40 años después.











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