El ingenio que asombró a los almerienses

El ingeniero Juan de la Cierva hace 90 años realizó un aterrizaje de emergencia en La Espesura

Juan de la Cierva con su gabardina, en La Espesura, entre Garrucha y Vera, y al fondo el público expectante que acudió en romería al ver aterriza
Juan de la Cierva con su gabardina, en La Espesura, entre Garrucha y Vera, y al fondo el público expectante que acudió en romería al ver aterriza La Voz
Manuel León
21:46 • 25 may. 2024

Aquel 27 de febrero de 1934 amaneció con terral en el Levante almeriense, mientras Granada había madrugado con niebla y algo de ventisca. De Armilla despegó pasada la una de la tarde -cuando amainó un poco-  el ingeniero Juan de la Cierva y su esposa María Luisa Gómez Acebo, a bordo de su célebre Autogiro con el que estaba dando la vuelta triunfal a España.



El día antes, había recorrido el espacio aéreo entre Sevilla y Granada en una hora y media con su afamado aparato y en ese momento se disponía a llegar a Murcia, su tierra natal, a la hora de tomar café, tras atravesar Sierra Nevada a 2.500 metros de altura.



Pero en sus planes se le cruzó la jaqueca y los mareos de su mujer y el inesperado viento racheado a la altura de la rada de Garrucha. Tuvo que hacer, el inventor del autogiro -el antecedente de los helicópteros modernos- un aterrizaje de emergencia, en una zona conocida como La Espesura, rodeada de carrizos y amarguillos, junto a la desembocadura del río Antas y los cortijos de La Jara.



 Tras avistar la maniobra de descenso, acudieron, raudos decenas de lugareños que no habían visto nunca un avión ni por asomo, nada más atestiguar como el aparato tomaba tierra junto a un rebaño de cabras, pasadas las dos y media de la tarde . 



Del primitivo aeroplano descendió De la Cierva con su gabardina color tabaco y sus gafas de aviador, a auscultar ese páramo seco y plano, mientras que su esposa quedó en la cabina. Traía el ingeniero murciano el rostro fatigado, barba de dos días y algo de hambre. 



Por allí aparecieron también Simón Fuentes Caparrós, el célebre exportador de espartos, en su Ford T de pedales, junto a su contable y pariente Pepón, Antonio Fuentes, el farmacéutico y el alcalde José Clemente Vidal. 



La chiquillería no dejaba de acariciar con deleite la carrocería del aparato, la hélice, las ruedas, el fuselaje, como si de una nave marciana se tratara. 



A doña María Luisa le trajeron unos analgésicos para el dolor de  cabeza, cuenta la reseña de la época en el Abc, y al ingeniero le invitaron a un improvisado refresco de zarzaparrilla y un puñado de almendras. De la Cierva, refugiado junto a la coraza de su invento, habló a sus improvisados visitantes de los progresos de la aeronáutica moderna, de cómo había cruzado el Canal de La Mancha meses atrás con ese mismo aparato en su variante de ‘Cola de Escorpión’; les encandiló con el relato de sus inicios en el taller paterno, cuando diseño su primer aparato, ‘el Cangrejo rojo’, un arcaico biplano que nunca llegó a volar.


 Durante  dos horas, más de lo que había previsto, se entretuvo De la Cierva en narrar historias de aviones, de ingenios mecánicos, de despegues imposibles, a la retahíla de garrucheros y veratenses que se habían llegado esa mañana fría de febrero a  La Espesura, alertados por el aterrizaje de una nave, por aquellos entonces, fantasmagórica. 


Contaba alguno de los testigos de la época que la esposa del aviador no consintió en bajarse del aparato en todo ese tiempo, aliviada ya de su dolor de cabeza con las pastillas del farmacéutico Fuentes.


Antes de reemprender su ruta a Murcia, el inventor del Autogiro fue obsequiado con camaradería por los garrucheros con una caja de puros coloniales, de los que llegaban en las bodegas de los paylabotes a esa playa. Y posó para el fotógrafo de la época, delante de su ingenio, y al fondo el grupo de simpáticos huéspedes almerienses.


Arrancó de nuevo el motor con parsimonia, se santiguó con la mano derecha, besó la mejilla de su mujer -siempre lo hacía- y la aspas volvieron a girar con violencia, bajo un ruido ensordecedor  para los testigos del encuentro, que se retiraban despavoridos de la zona de influencia de la avioneta. De la Cierva llegó a Murcia, a una velocidad de 120 kilómetros, una hora después y fue agasajado por el almirante Cervera en la Base Aérea. Al día siguiente volvió a despegar desde San Javier sobrevolando, entre vítores, la ciudad de Cartagena con destino a Albacete. Y de ahí hasta completar su viaje triunfal por esa España entonces republicana.


Juan de la Cierva, hijo de un notable político murciano, nació en 1895 en Murcia y fue también diputado a Cortes, pero su verdadera vocación era la aeronáutica. Registró cientos de patentes y creó una filial norteamericana en los orígenes de la aviación. 


En 1936 colaboró con los sublevados contra la República para obtener el avión ‘Dragón Rapide’ en el que Franco viajó de Canarias a Africa. Murió meses más tarde, con apenas 41 años, en el Reino Unido, al estrellarse su avión en un despegue.



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