La desconocida historia de Antonio García Molina, un almeriense en Auschwitz

En 1946 regresó a Almería

Antonio García Molina, un almeriense en Auschwitz.
Antonio García Molina, un almeriense en Auschwitz. La Voz
Juan Antonio Cortés
18:02 • 21 abr. 2024 / actualizado a las 19:21 • 21 abr. 2024

Se conocía la vida de María Alonso Alonso, de apodo Josée, enfermera almeriense de Santa Fe de Mondújar fallecida en Auschwitz. Y, aunque menos, también se sabe sobre la vida de Andrés López Cabrera, de Vélez Rubio, deportado a Auschwitz-Birkenau y liberado en el campo de Flossenbürg el 23 de abril de 1945 (La Voz de Almería: Manuel León  y Juanfra Coromina). Pero nada se conoce sobre la figura de otro almeriense que, aunque nacido en Melilla accidentalmente –con dos días sus padres se vinieron a Almería-, vivió hasta su muerte en la capital, donde se casó con una jiennense, Bienvenida García, y tuvo siete hijos. Es la historia de Antonio García Molina (18/07/1920).






Carabinero de profesión, y tras un tiempo en Barcelona durante la II República, en plena guerra civil entró en el 21 Batallón de Carabineros. Aún no había terminado la cruenta guerra nacional cuando Antonio cruza los Pirineos. Atrás quedaba la bella Puigcerdá, en la Cerdanya, con su lago gélido en el Alto Pirineo. Tenía 19 años cuando entró en el campo de clasificación que el Gobierno francés estableció en el Pirineo Oriental: Latour-de-Carol, destino ferroviario de los centenares de miles de exiliados republicanos –unos 275.000 españoles pisaron los campos del sur francés en febrero-.



Apenas unas semanas después –marzo de 1939-, le esperaba el campo de refugiados de Vernet d´Áriège, entre los pueblos de Le Vernet y Saverdun. Allí, entre alambradas vigiladas, patrullas a caballo y raciones alimentarias, no se encuentra Antonio la soñada Francia de la libertad, la igualdad y la fraternidad, sino una antesala premonitoria de lo que estaba por venir: los temidos infiernos de exterminio.



El 3 de septiembre de 1939, Francia declara la guerra a Alemania y en junio de 1940 los nazis ya dominaban áreas interiores y costeras del occidente francés. Libre quedaba el sur, isla de republicanos que, malviviendo, habían quedado en tierra de nadie.



Con datos que hemos recabado de las autoridades francesas sabemos que Antonio se alistó en la Legión Extranjera.1940. II Guerra Mundial, localidad de Aubagne. Antonio García Molina trabaja en la construcción de carreteras. Le espera en esos meses el campo de Recébédou, pueblo obrero que fue centro de acogida y alojamiento y que en 1942 pasó a ser zona de solución final para los nazis hasta que el arzobispo de Toulouse presionó y en septiembre se cerró. Meses antes, el 27 de junio de 1941, Antonio es trasladado al campo de Clairfont, en Portet. Sigue a diez kilómetros de Touluse. Es una vieja residencia de las compañías que operan en la Poudrerie en la que vive con centenares de cuadrillas de trabajadores españoles.



Así hasta que, en noviembre de 1942, la llamada ‘Zona Libre’ cae en manos del Eje alemán-italiano. Al poco, a inicios de 1943, Antonio es detenido en el distrito de La Châtre. Su suerte, un tren. Polonia a la vista. Es deportado a un poelanger en la zona de Chorzów –campos de trabajo forzados en los que los prisioneros más fuertes pasaban el 60 por ciento de las horas del día-. Y allí permanece hasta mayo de 1944, casi año y medio.



Si aquello era ya un calvario, el averno terrenal estaba por llegar. A la edad de 24 años, Antonio es deportado al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. Su número, el 49.80?. Aquel verano de 1944, Antonio vio llegar a los primeros miles de judíos -438.000 en total- de Hungría. Entre el 10 y el 12 de julio, vio a 7.000 judíos entrar en las ‘duchas’. Y vio, el 12 de agosto, tras el levantamiento de Varsovia, la llegada de 13.000 deportados polacos, que también murieron en tres minutos. En esas semanas se alcanzó el clímax del horror. Se gasearon unos 6.000 judíos diarios. Gentes que, como Antonio, dormían hacinados en barracas sin baño, que comían sopa aguada y pan con margarina una vez al día, que rezaban para morir cuando les tocaba formar fila y que nunca pudieron pensar que aquel cartel de la entrada (Arbeit macht frei: el trabajo te hace libre) no era sino la antecámara de la muerte.


Con su cabeza afeitada, su número en el antebrazo, su chaqueta a rayas, García Molina es subido otra vez al tren. Según consta en los archivos de búsqueda internacional de Arolsen, su fecha de salida fue en septiembre de 1944.


En las afueras de Chorzów-Batory, Alemania había creado un subcampo –construyeron 47 comandos externos del KL Auschwitz, cercanos a minas y plantas industriales-. El de Bismarckhütte, su nuevo abismo, estaba rodeado por una doble hilera de alambre de púas, valla electrificada, cuatro torres de vigilancia y perros entrenados para matar. Con él había unos 200 prisioneros, aún enteros, que vestían con una gorra de tela a rayas, blusa y pantalones cortos a rayas y zuecos de madera. En noviembre empezaron a trabajar en la acería. Fabricaban piezas para cañones antiaéreos y blindados. Horario: de seis de la madrugada a seis de la tarde. Almuerzo a las 15:00 horas. Caldero de sopa con cuencos de hojalata. Comandante de las SS: Herman Cristoph Killmann.


Ese otoño, los aliados comienzan a bombardear las tierras de Auschwitz. Antonio sabe que debe aguantar. Y lo hace. El 17 de enero, los deportados fueron conducidos a Gliwice y, poco después, se topa con el ejército ruso. Cuando se siente liberado, emprende un viaje con las brigadas rojas. En marzo llega a Cracovia –liberada el 18 de enero por los rusos-. En mayo se dirige a Odessa (Ucrania). En agosto, a Estrasburgo. De allí se va a Marruecos. Y en 1946, el tren de la vida lo trae a su ciudad: Almería. Ya nada era igual. Poco quedaba de la juventud de sus padres: Antonio García Núñez y Carmen Molina González. Conoce, al poco, a su mujer (Bienvenida), llegada de Jaén. El 19 de enero de 1948 se casa. Su experiencia como carabinero le permite ser policía municipal durante casi cuatro décadas. Se jubiló en la Transición a la democracia y murió en los ochenta demasiado joven.


(...) Y cada vez que bebía algún chato de más, recordaba Antonio alguna bruma de los tiempos en que llegó a cruzar palabras con un tal Karol Józef Wojtyła en las cercanías de la fábrica Solvay.


-Son cosas del abuelo.


En el dormitorio de su hija Bienvenida hay una foto del Papa Juan Pablo II, ya viejo, con una paloma en el hombro. 


Temas relacionados

para ti

en destaque