La Almería perdida de Ramón Masats

Han salido a la luz unas imágenes inéditas de un tiempo almeriense emocionante

Un muchacho conduce un cerdito en Mojácar, en 1963 como si fuera su mascota, en un tiempo en el que convivía lo rural con el primer turismo.
Un muchacho conduce un cerdito en Mojácar, en 1963 como si fuera su mascota, en un tiempo en el que convivía lo rural con el primer turismo.
Manuel León
21:08 • 02 dic. 2023

Acaban de hacerse públicas unas cuantas imágenes de la Almería de los primeros años 60. Un manojo de fotografías que salen a la luz del laboratorio de Ramón Masats, un repentista de la cámara especialmente vinculado a la piel de Almería a través de su pertenencia a aquel laboratorio de vanguardia formalista que fue Afal. Se pueden ver estos días esas imágenes  inéditas, tiernas, exquisitas, en el Centro Andaluz de la fotografía y nos revelan una Almería que ya conocíamos pero sin esas perspectivas, sin ese lenguaje descarnado que tanto nos recuerda a nuestro Siquier, aunque con otro estilo.



El deleite está en contemplar esos fogonazos atrapados hace más de 60 años sin prisa pero sin pausa. En una de ellas el escenario se centra en la calle Cara de Pescadería esa avenida que repta desde el bar Los Sobrinos y en donde se aprecia una tienda con la placa de La Casera y de Pepsicola. Está datada en 1963 y es el colmado de comestibles de Gaspar, el paisano con gorra que aparece en el centro de la imagen. A sus pies juega un  niño mientras una muchacha toma el sol pegada a la cal sobre una calle a la que aún no había llegado el asfalto; otro retrato de la misma fecha nos lleva a un rincón de Mojácar por donde camina un niño paseando a un cerdito como si fuera una mascota. En una mano lleva un lienzo de cuerda atada al marrano y en la otra una vara para guiar su  caminar: en otro flash que cuelga en la exposición del antiguo Liceo un infante llora con rabia sosteniendo una hogaza de pan redondo en sus manos  tiernas, mientras la anciana de luto le regaña, le advierte o quizá le aconseja. 



La muestra es un paseo por distintos rincones de Andalucía como Arcos de la Frontera, Barbate, Granada o Sevilla en ese tiempo pintoresco en el que algo empezaba a estar cambiando en aquel país, ese instante mágico, irrepetible, lleno de mezcolanza en el que se iba lo viejo y venía lo nuevo, un tiempo de convivencia entre el luto perpetuo y el Seiscientos y el turismo y el bikini y todo lo demás. Y ahí estaba Masats para atrapar esos días, para hacer de notario con su cámara de reportero andariego, el artista  ácrata que reniega de toda pertenencia a grupos más allá de aquella impostura llamada Afal.



Y nos trae más imágenes para disfrutar como el de una viuda que camina por un despacho oficial en Mojácar con el retrato de un Franco ya maduro y un teléfono de baquelita; o el de una vetusta estación de gasógeno en Cabo de Gata; o un barrio almeriense de las  afueras, quizá la Vega, donde se ven penitentes caminando envueltos en una tarde aciaga que pronostica rayos y centellas; o trabajadores de Adra rebanando cañadú protegidos por sombreros de mimbre, con el gesto contrariado por el esfuerzo de cortar el tallo.



Todo eso nos regala estos días este fotógrafo talentoso barcelonés, este Masats catalán que vivió toda su vida en Madrid desde donde salía a recorrer España con su Leica en un viejo utilitario, como antes lo hizo Ortiz Echagüe en carromato. 



Masats, que aún vive nonagenario y cuya obra menos conocida resplandece ahora en Almería, donde tantas veces vino buscando  material para la revista La Gaceta Ilustrada, fue un profesional decisivo en la renovación del reportaje en la España de la posguerra. Fue uno de los primeros miembros de su generación en alejarse de la estética fotográfica, mostrando desde sus primeras imágenes una sorprendente frescura y vigor creativo, una pasmosa osadía para romper con el oficialismo imperante.



Y así vemos casi por primera vez, como después hizo Ontañón o el propio Siquier o antes Catalá Roca, mujeres arrodilladas en una iglesia; o boxeadores derrotados por el sudor; o toreros rodeados por su cuadrilla sentados en sillas de anea esperando a que se hicieran las cinco de la tarde;o un cojo corriendo con una muleta mientras una mujer encala una fachada subida en una escalera; o un niño jugando con el tricornio de su padre; o mujeres con traje de faralaes a lomos de una mula torda, o albañiles almorzando frente al cemento y la arena; o mujeres recogiendo el azafrán bajo un sol de justicia. Todo eso y mucho más en estos reportajes realizados entre los años 50 y 60, en víspera de aquel desarrollismo económico de López Rodó.



Encontramos en el CAF a un fotógrafo excepcional, autárquico como su rostro habitado por unas gafas enormes, como su cuerpo de grandullón, que no nos convoca a la nostalgia o a la melancolía, sino al puro goce visual y al deslumbramiento a través de la captación de imágenes de una Almería mágica y epilogal.


Massats inició su trayectoria en 1955 y fue uno de los protagonistas de esa imagen de Almería, de España que empezaba a fraguarse con el renacer económico y social que prometía el turismo.


En sus fotos se advierte esa aversión visceral que tenía por lo solemne para adentrarse en los territorio de la épica cotidiana, donde un simple labriego podía lucir en sus positivados como si fuera un ministro.


Este Masats que tenemos ahora a tiro de piedra con su exposición aterrizó en el mundo fotográfico por una simple casualidad: mientras hacía la Mili le  tocó en una tómbola una cámara Retina. Y desde entonces ya nunca dejó de apretar el obturador desarrollando un instinto fotográfico extraordinario y autodidacta con unos ojos virginales para hacer lo que prácticamente nunca se había hecho. 


Temas relacionados

para ti

en destaque