El Parador Nacional que no pudo ser

Aquel gran centro de atracción turística no había cumplido sus objetivos

Por el flanco de poniente, las instalaciones del Mesón Gitano se asomaban a la Chanca, ofreciendo las mejores vistas de la ciudad.
Por el flanco de poniente, las instalaciones del Mesón Gitano se asomaban a la Chanca, ofreciendo las mejores vistas de la ciudad. Eduardo Pino
Eduardo de Vicente
22:06 • 22 oct. 2023

En 1973, nueve años después de que el empresario Luis Batlles empezara a picar la tierra y a levantar ladrillos en la ladera conocida como el huerto del sereno, bajo la cara sur de la Alcazaba, su gran obra se encontraba completamente estancada. Su querido Mesón Gitano, en el que se dejó el dinero y los mejores años de su vida, parecía un decorado de película por el que no pasaba ningún rodaje. Allí no se vieron más  focos que los que pusieron para grabar algunas escenas de la película ‘Me has hecho perder el juicio’, interpretada por Manolo Escobar. Fue el último minuto de gloria que vivió el Mesón Gitano, que se quedó esperando a que un proyecto de verdad lo rescatara del olvido y lo que era peor, del más absoluto abandono.



Habían pasado los años, pero aquel gran centro de atracción turístico no había cumplido sus objetivos y todavía no había entrado en servicio. Sus treinta y cinco habitaciones con sus ochenta camas estaban aún inmaculadas, esperando a que llegaran los clientes. El hotel no se abrió jamás y solo estuvo operativo durante los días en los que Almería recibió a los visitantes de la Semana Naval, en el verano de 1971. Entonces, como la ciudad se había quedado pequeña para acoger a tanto forastero en hoteles decentes, se echó mano de las habitaciones del Mesón Gitano.

Fueron días de esplendor que hicieron brotar las ilusiones de Luis Batlles, en su afán de que aquel enorme complejo se convirtiera en una referencia de los almerienses. Pero todo se quedó en un espejismo y poco a poco el Mesón Gitano se fue convirtiendo en un decorado y en una máquina de perder dinero.



Desde las oficinas del Ministerio de Información y Turismo siempre le llegaban los mismos mensajes a Luis Batlles: Que sí, que estaban convencidos de que esa gran obra podría ser el futuro Parador Nacional de la ciudad porque reunía todas las condiciones, pero que era un proyecto de mucha envergadura que los técnicos tenían que estudiar con detenimiento.



El dolor de su promotor era ver que aquel montaje espectacular se iba marchitando. Era una pena ver como un complejo de tanta belleza, enclavado en un escenario estratégico, se iba cayendo lentamente. El Mesón Gitano destacaba en la ladera principal de la Alcazaba, compitiendo con el propio monumento. Desde sus miradores se podía disfrutar de las vistas más espectaculares de la bahía y desde su flanco de poniente uno tenía la sensación de rozar con los dedos de la mano todo el encanto que aún le quedaba al viejo barrio de la Chanca.



Como la idea de convertirlo en Parador Nacional parecía complicada, porque no llegaban las ayudas necesarias, se pensó también en que el lugar podía ser idóneo para montar una escuela de flamencología y seguir los pasos de las cuevas del barrio granadino del Sacromonte. Lo que importaba era darle utilidad, que no cayera en desuso, que no se secaran las plantas ni se agostaran los árboles, que sus laderas no acabaran convirtiéndose en el váter de los vecinos del Reducto.



Pero aquel era un mundo que se apagaba mientras seguía mostrando toda su belleza. En los primeros años de la Transición nadie se acordaba del Mesón: la piscina se había quedado sin agua; las cuevas estaban cerradas con las puertas entreabiertas; el sonido de las guitarras de las juergas flamencas se había quedado varado en el último verano y allí no llegaban más ruidos que el de los gritos de los niños jugando a la guerra.  Una fina capa de abandono cubría las casas y los árboles.



El Mesón Gitano, que en nuestro imaginario infantil asociábamos a las grandes fiestas de agosto, cuando veíamos subir por la cuesta de Almanzor los coches de lujo, se había quedado sin voz. Parecía uno de aquellos poblados  del desierto de Tabernas que fueron muriendo cuando dejaron de llegar las películas. A la entrada del recinto, junto a un muro pintado de cal, sobrevivía un cartel del último verano que anunciaba un espectáculo flamenco. Aquel otoño de 1976 había empezado la cuenta atrás de un proyecto que nació de un sueño que jamás llegó a hacerse realidad. El Mesón Gitano fue una esperanza, la ilusión de Luis Batlles Rodríguez, un promotor romántico que en 1964, mientras paseaba por la ladera sur de la Alcazaba, le dijo a su amigo el arquitecto Fernando Cassinello: “Aquí podríamos hacer una maravilla”.



La maravilla fue flor de un día y acabó convertida en una auténtica pesadilla mientras en un despacho de Madrid el plano del hipotético Parador Nacional descansaba para siempre en las catacumbas de un cajón cerrado con llave.


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