Un día en la vida del viejo edificio de Correos y Telégrafos

Fue inaugurado en 1970 por los futuros reyes de España, Juan Carlos y Sofía

El edificio.
El edificio. La Voz
Eduardo de Vicente
18:22 • 16 sept. 2023

Al edificio de Correos le quedan cuatro días. Nació a contracorriente hace medio siglo y ahora está a punto de ser demolido por las piquetas. A pesar de que nunca encajó en la ciudad, de que su condición de adefesio marcó su existencia desde el primer día, detrás de sus muros, en la soledad de sus sótanos, deambulan los recuerdos de los miles de trabajadores que escribieron la historia del edificio y la suya propia.



Su inauguración, en mayo de 1970, fue un gran acontecimiento en Almería, al que no faltaron los futuros reyes de España, Juan Carlos y Sofía. Se vivió como un cambio de época, ya que el nuevo edificio fue concebido para dar el salto a la modernidad. Allí se ubicó la Dirección General de Correos y la Dirección General de Telégrafos, que entonces eran dos organismos independientes, hasta que en 1978 se fusionaron con la creación de la Dirección General de Correos y Telégrafos.



El edificio encerraba una gran ciudad con su propia vida, sus propios gestos, sus jerarquías y su propio lenguaje. A la puerta principal, que estaba situada frente al Paseo, se accedía por unas escaleras que comunicaban con el gran vestíbulo donde estaban las ventanillas de Caja Postal y las ventanillas de giros, telegramas, cartas y paquetes, además de un puesto específico para la venta de sellos. En esa misma planta se ubicaban también los aparatos donde se tecleaban los telegramas para cursarlos. A los primeros telegrafistas se les exigía tener conocimiento en morse.



Los ventanales de esta gran sala daban a la calle Padre Luque y a la calle trasera de Alfonso Torres. Aquí se distribuía toda la correspondencia y paquetería provincial y la que se generaba en Almería con destino a España y al extranjero. Toda la tarea de clasificación se hacía a mano, por lo que existían varios turnos para poder cubrir el servicio. También se recogía la correspondencia que se depositaba en los buzones de la calle Padre Luque.



Dando a la  calle de Alfonso Torres, hoy convertida en una pasarela de terrazas y bares, aparecía el muelle de Correos, el lugar donde se descargaba toda la correspondencia, que a excepción de las sacas que venían en avión, llegaba en trenes postales. El servicio para transportar la correspondencia desde la estación de ferrocarril era externo, estaba a cargo de un camionero que ponía su Ebro al servicio de la entidad. Era un camión de posguerra, un auténtico tanque que tenía que realizar unas maniobras arriesgadas para poder meter el culo del vehículo en el muelle. A veces la policía municipal tenía que intervenir y cortar el tráfico.



Una de las anécdotas que se contaban del muelle de Correros tuvo como protagonista a una mujer que fue a recoger un paquete muy voluminoso y un funcionario de la ventanilla le dijo que tenía que recogerlo en la parte del muelle. La pobre señora se fue al puerto a por su paquete, ignorando que el muelle referido estaba en el mismo edificio.



Correos era un auténtico búnker y contaba con varios sótanos. En el primer sótano estaba la cartería, donde cerca de setenta carteros se encargaban de clasificar la correspondencia que venía a Almería para después distribuirla. En aquel tiempo, eran los primeros años 70, no existían los códigos postales, lo que obligaba a los profesionales a tener que aprenderse todo el callejero de memoria. También en el primer sótano estaba el servicio de entrega de envíos avisados, la paquetería y los reembolsos. En el segundo sótano estaba el archivo y el almacen para proveer de material a las distintas oficinas postales. Al principio existía allí una cinta transportadora para trasladar las sacas de un negociado a otro, pero estuvo en vigor tres días, el tiempo que tardó en romperse.



Habitáculo de la NASA

La primera planta del edificio estaba ocupada por la infraestructura que soportaba todas las transmisiones telegráficas. Era la sala de portadoras, que parecía un habitáculo de la NASA, tan lleno de máquinas y artefactos singulares. Seguramente, hoy toda aquella maquinaría entraría en el vientre de un teléfono móvil. La segunda planta, también llamada ‘planta noble’, era el territorio de las jefaturas en una época donde en Correos había más jefes que indios. Después aparecía la tercera planta, donde destacaban dos grandes viviendas, una para el jefe de Telégrafos y otra para el jefe de Correos, y una tercera, más humilde, que era la casa del conserje.


Correos, como ocurría entonces en la administración franquista, estaba fuertemente jerarquizado: jefes de Explotación, de Filatelia, de Giros, de Servicios Económicos, de Reclamaciones, de Personal, de Habilitación...En esa planta noble había más personal que en la cartería y sus inquilinos estaban varios escalones por encima del resto de los trabajadores. Con la Transición el ambiente laboral fue mejorando y se permitieron los primeros representantes legales de los trabajadores. A los empleados de Correos los pasaron a MUFACE, lo que mejoró sensiblemente su atención sanitaria, y en los tiempos de Adolfo Suárez se les subió el sueldo, cerca de catorce mil pesetas de entonces y de golpe. 


La actividad era incesante a lo largo del día. En aquellos años se recibían muchas cartas manuscritas, a veces hasta sin una dirección específica. En una ocasión llegó una carta donde en el lugar de la dirección aparecía este mensaje: “Que se entregue al primer gitano que ustedes se encuentren”, y así se hizo, un cartero le dio el sobre a un gitano con el que se cruzó por el Paseo y la carta acabó llegando a su destino. En los años 70 había carteros de telegramas y giros telegráficos y un servicio nocturno de distribución de telegramas que estuvo funcionando hasta mediados de los años 80. Cuando el repartidor de los telegramas tocaba un timbre de madrugada era para echarse a temblar.


Golpe mortal

La democratización del teléfono y su implantación en la mayoría de los hogares de clase media fue un golpe mortal para el servicio de telegramas, tan radical que los carteros telegrafistas se quedaron sin trabajo y tuvieron que pasar a formar parte de la plantilla de carteros urbanos. Se puede decir que el teléfono se cargó al telegrama, que quedó reducido a servicios muy especiales: para dar pésames o para felicitar algún santo o algún cumpleaños. A finales de los años 80, había un servicio que no fallaba, el telegrama que llegaba los viernes con el sello de urgente con destino a la casa del árbitro almeriense Juan Andújer Oliver, en el que se le notificaba el partido que le había tocado dirigir en Primera División.


El telegrama sucumbió a los pies del teléfono, pero no así la carta, que se mantuvo viva durante las décadas siguientes, desafiando incluso al adelanto del fax. Muchos decían que el fax acabaría derrotando al servicio postal, pero se equivocaron, el verdadero enemigo de la carta tradicional llegó más tarde con la implantación del correo electrónico.


En aquellos albores del viejo edificio de Correos, la correspondencia se transportaba, mayoritariamente, por vía férrea en los llamados trenes postales que salían de Madrid al resto de las provincias. Desde Almería salía todas las noches la llamada ‘expedición postal’ con tres funcionarios: un jefe técnico, un oficial y un subalterno. En una ocasión, el tren postal de Almería llegó a la estación sin los empleados postales. No había rastro de ellos. Al final se supo que habían perdido el tren mientras compartían unas copas de anís para el frío en la estación granadina de Moreda, donde entonces se hacía el trasbordo.


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