La movilización de los almerienses en las generales desde 1977. Las inflexiones

Solo en seis ocasiones se ha rebasado la barrera del 70 por ciento de participación

Imagen de archivo de una persona votando en elecciones.
Imagen de archivo de una persona votando en elecciones. La Voz
Juan Antonio Cortés
20:29 • 19 jun. 2023

Sobre un censo de 239.935 ciudadanos, Almería votaba el 15 de junio de 1977. Colegios, institutos y otros escenarios públicos retornaban a la Atenas de Pericles para dar voz a una incipiente sociedad civil democrática que salió a las calles con una mezcolanza de vitalista ilusión (novedad esperada) y racional escepticismo (dudas sobre el futuro del proceso de la Transición, confirmadas aquel 23 de febrero en el Congreso).



Desde las últimas elecciones, febrero y marzo de 1936, habían transcurrido algo más de 40 años. Sin una Constitución garantista, en el amanecer de la democracia -eso que los griegos llamaron gobierno del pueblo: de un cierto pueblo-, 53.593 almerienses optaron por no presentar el DNI en las urnas. No obstante, nunca se ha dado un porcentaje de voto como el de aquel día de autos: un 77,7 por ciento.



La caprichosa estadística nos dice que solo en seis ocasiones se ha rebasado la barrera del 70 por ciento de participación: 1977, 77,7%; 1982, 76,8%; 1993, 75,8%; 1996, 77,2%; 2004, 71,9%; 2008, 72,8%.



Si analizamos los hitos, se puede colegir que el incremento de la movilización se produjo en circunstancias políticas de cambio o de amenaza de cambio. Tras la salida en tromba de las primeras elecciones -en esencia, aunque no formalmente, constituyentes-, el 1 de marzo de 1979 se produce un ascenso acusado de la abstención -votaron un 66,3% de los censados, 11 puntos menos que en 1977-. El agitado contexto político de inicios de los 80, con el recuerdo del intento de golpe de estado y la erótica de los pantalones de pana de Felipe González, provocaron un aumento de la participación aquel 28 de octubre de 1982 -subida de 10,5 puntos, 76,8%-, la tercera marca hasta hoy.



La calma política de la década de la movida madrileña, auspiciada por un PSOE hegemónico, bajó las aguas de la movilización en 1986 (67,8%) y en 1989 (68%). El argumento causal más lógico es el mismo que en los comicios a Cortes de 1979: una minoría silenciosa no vio motivos de peso para votar al dar por cantadas las victorias del PSOE y de la UCD. Como se aprecia, en situaciones electorales consideradas ‘valle’ el número de votantes del censo ha venido cayendo en Almería históricamente.



Nos remontamos a 1993. El socialista al que Feijoo votó un buen día de domingo corre riesgo de perder a sus bonsáis. Felipe golpea con Baltasar Garzón, su número dos. El desgaste de 11 años y la eclosión de corruptelas sitúan a un castellano con bigote muy cerca de La Moncloa. Debate televisado. España vuelve a movilizarse: los socialistas silentes, aquellos que fueron a las urnas en el 82 y luego sestearon, salen por miedo a Aznar; los conservadores y liberales, para forzar la marcha de Felipe. No fue así. El 6 de junio votaron un 75,8% de censados en Almería, 7,8 puntos más que en 1989.



El Felipe de los 90 había perdido la pana, pero no la aureola seductora. Aguantó con estoicismo tres años más hasta que el 3 de marzo de 1996 sucumbió: dulce derrota, dijeron. Aquella cita electoral, amenizada por la tensión y las expectativas de cambio, derivó en una cifra récord de participación: votó el 77,2% del censo.



Aznar se cargó la mili, pactó más incluso de lo previsible y diseñó una política económica expansionista y de reducción impositiva, mientras el PSOE era incapaz de tejer su futuro debido al influjo de la sombra nostálgica de Felipe, aquella bestia política que renunció al marxismo para importar una socialdemocracia europeísta, hoy en crisis evidente. El 12 de marzo de 2000, la abstención subió 9,1 puntos en Almería: fue a votar el 68,1%. Entre los motivos, la intuición colectiva de un triunfo claro de Aznar y el choque de trenes entre Borrel y Almunia.


Con el paro descendiendo, las sucursales bancarias extendiéndose y las ciudades llenas de grúas, José María Aznar se fue a las Azores con Blair y Bush, un tiempo después del ataque salvaje a las Torres Gemelas. Allí se hizo unas fotos con los líderes del frente invasor, a pesar de que la demoscopia le estaba advirtiendo. El 15 de febrero de 2003 millones de españoles dijeron no a la guerra de Irak. No se creían aquello de las armas de destrucción masiva. Aznar se fue y el marrón lo heredó un tal Rajoy, comentarista de García, socarrón y de talante moderado. Fue un 14 de marzo de 2004, tres días después de los atentados de Madrid. La infamia de los trenes de cercanía. Rajoy perdía su primera cita con otro convidado nuevo: un señor de cejas expresivas al que apellidan Zapatero. La tensión hizo que un 71,9% de electores votaran aquel domingo de luto nacional.


En 2008 no eran demasiados los que auguraban una caída como la de la crisis del ladrillo y las subprime. Zapatero cruzó el río antes de que la corriente del descontento vaciara las urnas del PSOE. Un 72,8% de almerienses fueron a votar. Participación muy alta.


Pero cuando a Rubalcaba le tocó volver a la otra orilla, el río estaba desbordado. Era la oportunidad de Rajoy. La tercera. Y el gallego hace un ‘González en el 82’: barre a la izquierda y se lleva por delante a un candidato socialista que pagó caro ser el sucesor del ex. El 20 de noviembre de 2011 votaron un 67,2% del censo almeriense, 5,6 puntos menos que en 2008. Una porción de la izquierda pasó de las urnas. Presagiaban el ocaso. Así fue.


Y desde ese momento, con la crisis golpeando y Podemos, Ciudadanos y Vox como novios de la nueva política, nada sería igual. Sería digno de un estudio cualitativo comprobar las razones por las que, desde el año 2011 y hasta la fecha, en ninguna de las cuatro citas electorales se ha rebasado el 70 por ciento del voto. En 2015, con un Rajoy aún fuerte al que le tocó asumir renuncias difíciles de digerir, la economía empezaba a despegar, pero eso no fue suficiente para convencer a los abstencionistas: votaron un 63,7 por ciento de los censados aquel 20 diciembre, casi Navidad.


Lo ulterior, es sabido: de la mayoría absoluta... al bloqueo. El 26 de junio, medio año después del 20-D, más urnas. Gana Rajoy por la mínima. Mayoría simple. Aparece Ciudadanos como socio. En Almería, la participación es del 62,9%, el peor registro desde 1977. 


Dos años más tarde, con el reguero de la fallida proclamación de independencia catalana y la Gürtel como elementos disruptivos, Pedro Sánchez saca una moción de censura. Era el 1 de junio de 2018. La tensión va creciendo. El bipartidismo parece morir. Tras un año de gestión, el PSOE se alza con el triunfo el 10 de noviembre de 2019. Vota el 69,9% del censo. 


Lo último, conocido es: pandemia, Ucrania, precios desbocados, Sánchez duerme con Iglesias, Bildu es un primo hermano, Casado es expulsado, aterriza Feijoo, CS se suicida y Pablo desaparece. Solo en cuatro años.


Como se aprecia, desde 2008 no se ha superado el 70 por ciento de participación. ¿Y el 23-J? ¿Cómo será la participación en un día tórrido de julio, con un 30 por ciento de almerienses de vacaciones, otro cuarenta en la playa y el resto debajo de un aire o abanicándose con cara de no saber qué echarle al arroz ese mediodía?  


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