El camino antiguo de la Molineta

Es un sendero que conserva algunos vestigios de la Almería rural de hace un siglo

El camino viejo de la Molineta empieza en el colegio de Santa Isabel
El camino viejo de la Molineta empieza en el colegio de Santa Isabel
Eduardo Pino
07:00 • 19 ene. 2020

Los restos de los bancales que fueron huerta; el esqueleto de las acequias por donde corría el agua; los muros medio caídos de los últimos cortijos antiguos y algunas formas de vida rural que se resisten a morir, es lo poco que queda del pasado en el viejo camino que desde la Rambla de Belén asciende por la Molineta. 



Todavía quedan cuadras y algún establo, vecinos que crían palomas en los terrados, cerros donde perderse y rincones donde los adolescentes se ocultan de la mirada de la ciudad. En la hondonada que existe entre los cerros un grupo de muchachos se ha construido un salón con sillones viejos, sofás y una mesa. Por las tardes se reúnen en medio de la naturaleza como si estuvieran en un palacio rodeados de matorrales y pájaros. Hablan, juegan a las cartas o se quedan mirando a los teléfonos móviles sin nada que decirse, sabiendo que allí nadie los molesta.



El camino de la Molineta es otro mundo, un escenario entre lo rural y lo urbano que no parece de este tiempo. Es un un lugar de grandes contrastes donde cerca de los duplex de lujo con piscina y cocheras uno se puede encontrar con una casa con establo de madera donde huele a estiércol. El encanto del camino es que la urbanización no ha terminado de llegar, que sigue estando todo a medias, que la naturaleza sigue teniendo fuerza entre montones de basura y zonas de escombros. El escenario conserva algunas de sus señas de identidad, pero se parece poco a lo que era hace apenas sesenta años,  cuando el agua del Canal de San Indalecio corría con fuerza por sus acequias y llenaba sus balsas. Entonces, todavía estaba en pie, al borde del camino, el tronco de piedra de un antiguo molino, que levantaba su vieja estructura derrotada sobre los fértiles bancales de lechugas. Un símbolo de la zona que sobrevivió hasta hace veinte años que fue derribado.



 Todavía, en ese primer tramo del camino que subía hasta el cerro, tenía vida el lugar conocido como las casas del Motor de Góngora, que formaban parte de toda aquella hacienda. Estas casas siguen donde estaban, pero dejaron de tener vida hace tiempo.  El cortijo del Motor de Góngora ocupaba un terreno al borde mismo del camino y lindaba con la tapia del cortijo de Lucas, una hermosa finca con balsa que destacaba  por su original puerta de entrada rematada en arco.



 Entre la casa del Motor de Góngora y la tapia de Lucas existía un descampado de grandes dimensiones donde en los años setenta del pasado siglo se construyó un humilde campo de fútbol bautizado como el campo del Quemadero. Allí se organizaban partidos oficiales de las ligas locales entre barrios y allí iban a jugar a diario los niños de las escuelas Goya y Cruz de Caravaca a la salida del colegio. El campo de fútbol desapareció y sobre su solar levantaron lo que hoy es el colegio de Santa Isabel.







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