El decorado para recibir a Alfonso XIII

En abril de 1904 la ciudad de Almería maquilló sus carencias ante los ojos del Rey

El rey Alfonso XIII saludando a la bandera en el andén de Costa, el 25 de abril de 1904.
El rey Alfonso XIII saludando a la bandera en el andén de Costa, el 25 de abril de 1904. La Voz
Eduardo D. Vicente
15:06 • 12 jun. 2019

La noticia de que el Rey Alfonso XIII había decidido visitar Almería fue recibida por las autoridades locales con alegría de puertas hacia fuera y con preocupación dentro de los despachos del ayuntamiento. Que el Rey viniera a vernos era un motivo de celebración, pero suponía también una gran responsabilidad para los gobernantes que conocían de primera mano las carencias de una ciudad que no estaba preparada para grandes exhibiciones.



El 25 de marzo de 1904, un mes antes de la visita del monarca, el alcalde y los concejales se reunieron para poner en marcha una lista de medidas urgentes para recibir a tan alto personaje. Se ordenó el arreglo del andén de costa, de la calle de Pescadores y el derribo de las tapias y casetas que le daban un aspecto de pobreza al último tramo de la calle Reina Regente en su desembocadura hacia el puerto. Se acordó también arreglar el piso de la Plaza de Emilio Pérez y el arreglo de la fuente que llevaba años sin que por ella corriera el agua. En el cruce del Paseo con la calle de Rueda López se quitó la farola y la plataforma que la soportaba para que la vía quedara expedita y permitiera que el carruaje del Rey pudiera pasar por el centro de la avenida. 



Los responsables de la Casa Real habían comunicado con antelación que el monarca tenía previsto recorrer el itinerario urbano fijado en un coche de caballos descapotable, lo que provocó la inmediata reacción de las autoridades para adecentar las calles de paso, y la iniciativa inesperada del célebre banquero José González Canet, que envió a su cochero mayor a Madrid para adquirir los arneses y guarniciones más costosos  que encontrara en la corte, a fin de poner a disposición del Rey un coche “en armonía con el rango de su persona”.



Las autoridades municipales se movilizaron con el tiempo justo para reaccionar, sabiendo que había que montar un decorado por las calles para disimular las carencias de la ciudad. La primera tramoya se levantó en el mismo desembarcadero que iba a recibir a su majestad, que fue adornado con mástiles forrados de tela, banderas y una tienda de campaña. Los mástiles con escudos y  banderas cubrieron el tramo principal del recorrido, desde el muelle hasta la Puerta de Purchena. 



Se dio orden a la comisión de ornato para el montaje de dos arcos de triunfo, uno a la entrada de la calle Reina Regente con atributos propios de las industrias y riquezas principales de Almería, y otro arco en el Paseo, a la altura de la calle Rueda López, dedicado únicamente en honor del “augusto monarca”.



Para el buen gusto de los modelos de estos arcos se le encargó la  dirección de los trabajos al director de la Escuela de Artes y al arquitecto municipal. 



También se adornó de forma extraordinaria un palco de la Plaza de Toros para que el Rey presenciara la corrida organizada en su honor y se alentó a los vecinos de las calles principales a pintar sus fachadas y a decorarlas con vistosidad. En la casa consistorial se realizaron importantes reformas, destacando la decoración del salón de sesiones a cargo de los prestigiosos artistas locales Antonio Fernández Navarro y Emilio García Aguilar. 



La ciudad se preparaba para parecer otra a los ojos del Rey. En ese afán por enmascarar la pobreza, las autoridades, en vista del estado deplorable en el que se encontraban los uniformes de la Guardia Municipal y el de los serenos, encargó nuevas indumentarias a una célebre casa de Madrid. 


Por fin, el 25 de abril, Alfonso XIII hizo su paseo triunfal por las calles de Almería en su lujoso coche de caballos. La ciudad parecía rejuvenecida, con la cara recién lavada, pero no pudo ocultar del todo sus carencias. Cuando el monarca se encontraba en el ayuntamiento entregó un donativo de 2.500 pesetas para los pobres. En esa misma  reunión se le hizo saber al Rey la necesidad que tenía la ciudad de una nueva cárcel, para lo que necesitaba que el Estado se encargara de subvencionar las obras. 


Al día siguiente de la visita, los guardias, con sus vestimentas nuevas, buscaban por las calles a los cafres que se habían llevado las banderas que adornaban la Glorieta de San Pedro.


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