Nacho López-Gay, la mente que controlaba el periódico

Era la modernidad, la idea, el salto de la máquina de escribir al ordenador

Nacho López-Gay Belda en una comida familiar acompañado de su madre.¡
Nacho López-Gay Belda en una comida familiar acompañado de su madre.¡ La Voz
Eduardo D. Vicente
14:20 • 05 jun. 2019

Teníamos poco más de veinte años y el mundo metido en el bolsillo entre unas pocas monedas, el llavero de la casa de nuestros padres y la última servilleta usada que nos habíamos guardado después del café. 



Teníamos veinte años y la certeza de que el sol todos los días lo colocábamos nosotros cuando nos levantábamos a las diez de la mañana para ir a trabajar. Abríamos los días a deshoras y los cerrábamos de madrugada con la sensación de que la ciudad la manejábamos nosotros columna a columna. Salíamos de la rotativa oliendo a papel caliente y a tinta fresca después de haber asistido al milagro diario de la edición, a esa génesis en la que nuestras maquetas, nuestras primicias, nuestros sueños  de periodistas principiantes y nuestras  erratas se hacían realidad al compás de la música de la imprenta. 



Las erratas eran entonces un aliciente por ver quién se equivocaba más, y cuando al día siguiente aparecían nos íbamos echando las culpas de unos a otros, indignados por fuera y con una sonrisa enorme por dentro. Nunca nos reímos más que aquel día en el que leyendo las carteleras, Nacho López-Gay saltó de la silla como un resorte y exclamó: “La hemos cagado”. Preocupado, pero sin poder dejar de reír, nos dijo que miráramos la página de televisión, el cuadro de la película que esa noche del 8 de julio de 1993 emitían en Canal Sur. La película programada era una españolada que en teoría se llamaba ‘El fascista, doña Pura y el follón de la escultura’, pero en un fallo humano, en una mala jugada del subconsciente, alguien, en la redacción, al trascribir el título le había cambiado una letra, una simple y humilde letra, pero suficiente para que la película fuera comentada por toda la ciudad por su atrevido título: ‘El fascista, doña Pura y el pollón de la escultura’.



Nacho López-Gay nunca delató al culpable, la inocente culpable que puso una ‘p’ donde tenía que ir una ‘f’. Nacho lo sabía porque por su condición de maquetista y de cierre se quedaba hasta el final esperando el problema que siempre llegaba: la errata invisible; la fotografía que se había extraviado en el tubo de la escalera; la esquela que había que meter a la fuerza porque además de ser lo más leído del periódico era un negocio seguro... Todo el periódico pasaba por sus manos, tanto en la fase final de las máquinas como al principio, cuando a las tres de la tarde se colocaba delante de la hoja de ruta que entonces llamábamos “el planillo”.



Nacho llegó a La Voz de Almería en 1987, el año de la primera revolución. Él representaba la modernidad, el muchacho aventajado que manejaba el ordenador sin miedos mientras que los demás seguíamos abrazados a las máquinas de escribir. No fue fácil la adaptación. Las viejas máquinas de escribir eran lentas, pero las primeras computadoras no eran bólidos y había que darles tiempo para que echaran a andar, para que guardaran el trabajo realizado, y había que tener paciencia para no tocar la tecla equivocada y perderlo todo. La historia de los primeros meses con ordenador está repleta de páginas perdidas en ese limbo de la informática, de errores que te condenaban a volver a empezar. 



Todos nuestras dudas desembocaban en Nacho López-Gay, al que acudíamos sabiendo que iba a tener compasión de nosotros. Tenía la virtud de enfadarse sin dejar de sonreír y de saberlo todo. Él era la bronca amable, la última idea, el toque original del artista. Tenía además un sentido del humor especial, más depurado que muchos de nosotros, y una marcada vocación de ciclista que yo solía aprovechar para que me montara las páginas del Tour de Francia y así ahorrarme una hora de trabajo. 



Me acuerdo de aquellas noches en el pub ‘La Luna’, entre el humo del tabaco y el botellín de cerveza, cuando siempre acabábamos hablando del periódico. Él nos dejaba desahogarnos hasta que con una exquisita diplomacia nos mandaba a la mierda, nos invitaba a olvidarnos del oficio y nos hacía entender que había otra vida fuera de la redacción. Nadie como Nacho comprendía que esa sensación de que éramos nosotros los que manejábamos el mundo era un espejismo, una leve enfermedad que el tiempo acabaría curando. 



El diseñador gráfico Ignacio López-Gay falleció en accidente de tráfico el pasado 22 de mayo. Este jueves 6 de junio, su familia y sus amigos lo recordarán con una misa en la Catedral a las 19.30 horas.


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