El retrato del escaparate del Paseo

Leo Plaza Vicente fue una de las mujeres más atractivas de la Almería de la posguerra

Eduardo D. Vicente
15:08 • 02 may. 2017

Leo Plaza Vicente conserva como un tesoro aquellos viejos retratos donde los perfiles estallaban entre las sombras, donde el blanco y el negro llenaban de elegancia las figuras, donde el artista ponía en juego toda su inspiración para extraer el alma de las retratadas. Ella fue una de las muchachas de la posguerra de clase media acomodada que tuvieron el privilegio de poder estudiar en el prestigioso colegio de las Jesuitinas, y el honor de ver sus retratos colgados en el escaparate más visitado del Paseo de Almería.


Leonor Plaza nació en el verano de 1929. Su padre era José Plaza Arenales, un acreditado practicante de la ciudad que fue conocido también por ser uno de los grandes deportistas de su tiempo, un nadador de los que ganaban torneos, un aventurero que junto a Agustín Melero y un grupo de seguidores eran considerados en aquel tiempo como auténticos ‘chalaos’, porque se ponían en pantalón corto y en camiseta de tirantas a correr por la playa en invierno y a nadar hasta  la boya con el viento de poniente. Para la sociedad de entonces, hacer deporte en  la posguerra era eso, una ocurrencia de ‘chalaos’, de locos que seguramente no tendrían otra cosa que hacer.


Los practicantes eran en aquella época unos privilegiados porque nunca les faltaba el trabajo. Su padre había entrado como interino municipal en 1931 y además tenía una amplia cartera de clientes, en un tiempo en el que los practicantes iban por las casas de los pacientes poniendo las inyecciones. El trabajo intenso le permitió a su padre mantener a su familia en ese estatus de clase media acomodada que fue una aspiración común para muchas familias almerienses en los años posteriores a la Guerra Civil. 




Al terminar la guerra, Leo Plaza era una niña de nueve años que necesitaba ir al colegio para poder recuperar el tiempo perdido. Fue una de las alumnas que compartieron desde el principio la aventura de un nuevo colegio que acababa de instalarse en la ciudad, el de las Hijas de Jesús. El uno de octubre de 1944 apareció un anuncio en el periódico Yugo y en las emisoras de radio locales, en el que se informaba a la sociedad almeriense de la próxima apertura del centro religioso. Cinco días después comenzaron las clases gracias al trabajo intenso de las monjas, que tuvieron que pedir prestadas las sillas y los pupitres a los Hermanos de la Doctrina Cristiana, del colegio de La Salle  para poder echar a andar. 


El 15 de octubre se incorporó un nuevo grupo de monjas, formando un equipo de trece para dirigir las riendas de una escuela que a las dos semanas de abrir sus puertas contaba ya con cerca de doscientas alumnas matriculas. Entre ellas estaba Leo Plaza Vicente, que todavía recuerda con nitidez las vivencias de aquellos primeros días en las Jesuitinas. “Para la mayoría de las familias supuso un esfuerzo grande que sus hijas fueran a este colegio, ya que había que afrontar gastos importantes de matrícula y de uniformes. Yo era hija única y mis padres pudieran hacer ese sacrificio”, asegura. Leo Plaza tenía entonces catorce años. Era  una muchacha de una belleza indómita, acentuada por una elegancia natural que le permitía destacar del grupo. Entró en el colegio siendo adolescente y salió convertida  en una mujer de veinte años. El día que atravesó la puerta de las Jesuitinas para no volver fue pasa casarse.




Ella fue una de aquellas muchachas que forjaron sus primeros  sueños de juventud viendo a las estrellas de cine en las sesiones del Hesperia. Querían ser como las grandes actrices y tener amores parecidos, aunque solo fueran imaginados. Ella fue una de las musas del fotógrafo Luis Guerry, una de aquellas jóvenes que cuando ahorraban el dinero suficiente en vez de comprarse un bote de colonia o una bandeja de pasteles, se iban corriendo al estudio del maestro para que les hiciera un retrato. Qué emocionante era para ellas descubrir que sus rostros habían sido elegidos por el artista para darle vida al escaparate del Paseo, que entonces era un templo, el lugar más visitado por la sociedad almeriense durante los fines de semana. 


Cuando Leo Plaza se casó, en 1949, sus fotografías de novia ocuparon todo el escaparate durante varios días, convirtiéndose en la noticia más comentada en la ciudad, siendo tan nombrada que fue el propio marido el que fue a pedirle a Guerry que las retirara.
 





Temas relacionados

para ti

en destaque