El querido médico de la calle Terriza

Don Francisco Soriano Romera nació en Almería en 1896 y murió en 1955 tras una caída accidental

Eduardo D. Vicente
15:00 • 03 feb. 2017

Don Francisco Soriano Romera fue un médico que dejó una profunda huella en la ciudad. Sus conocimientos, unidos a una generosidad extrema, le valieron para convertirse en uno de los doctores más queridos de Almería. De él se contaba que en los primeros años de su carrera, cuando ejercía la profesión como médico de la Chanca, iba casa por casa visitando enfermos con la certeza de que la mayoría de aquellas familias no disponían de una sola moneda para poder pagarle. No le importaba y a veces, cuando terminaba su trabajo, si comprobaba que la necesidad era absoluta, no dudaba en dejarle dinero debajo de la almohada para  que pudieran comer decentemente o conseguir el medicamento que necesitaban. 

Su inclinación hacia las clases obreras lo empujaron a solicitar, en abril de 1928, la autorización municipal para establecer una consulta gratuita de enfermedades de la mujer en la Casa de Socorro. Siempre estaba disponible y en más de una ocasión tuvieron que ir a buscarlo al cine para que asistiera a una mujer que se había puesto de parto. La escena del acomodador recorriendo la sala y diciéndole: “don Paco, lo buscan”,  porque le había salido una urgencia, se repitió a menudo. No es de extrañar que el día de su muerte se movilizara toda la ciudad y que su entierro, en el mes de julio de 1955, pasara a la historia por ser uno de los más multitudinarios que se recuerdan, a la altura del de la profesora Celia Viñas. Miles de almerienses lo acompañaron en el duelo: cuando el féretro lo llevaban a hombros por la calle de Granada, en la esquina con la Avenida de Vílches, la cola del entierro llegaba hasta la Puerta de Purchena.

Su vida, corta pero intensa, comenzó en noviembre de 1896, cuando vino al mundo en el seno de una familia de clase media. Su padre se llamaba Francisco Soriano López y era un reputado maestro albañil. Su madre, Francisca Romera Álvarez, se dedicó al cuidado de sus hijos. Falleció joven, en 1928 con 59 años de edad. A pesar de la modestia de la familia, el padre trabajó duro para darle carrera a sus tres hijos varones: Paco, Pepe y Juan, que se hicieron médicos.
Francisco estudió en Granada y en los años veinte se estableció en la calle Terriza, donde abrió una consulta de Medicina General y partos. En aquel tiempo conoció a una muchacha, hija de otro doctor almeriense, que acabaría convirtiéndose en su esposa. En octubre de 1926, aparecía la siguiente noticia en un periódico local: “Por don Francisco Soriano, y para su hijo el conocido médico don Francisco Soriano Romera, ha sido pedida la mano de la bella y distinguida señorita Emelina García Almunia, hija del oculista don Miguel García Algarra”. Unos meses después contrajeron matrimonio en la iglesia de San Sebastián. Los comienzos no fueron fáciles para el joven doctor, hasta que en 1928 consiguió una plaza por oposición como médico de la Casa de Socorro. También fueron difíciles los años de la guerra. De aquel tiempo el médico contaba como anécdota la tarde en la que el capitán del barco ‘Jaime I’, anclado en el puerto, lo llamó para que le practicara un aborto a su esposa. El médico se negó. 

La guerra la pasó con su familia en la vivienda que tenían en la calle Terriza. En la escalera de caracol interior, que subía hasta la terraza, colocaba un colchón de lana y allí se protegían de las bombas. Al terminar la guerra tampoco lo tuvo fácil, ya que el hecho de haber estado ligado al sindicato de UGT durante su etapa estudiantil, le cerró las puertas de la Seguridad Social. Su vida fue siempre su consulta particular y su dedicación en cuerpo y alma a la Casa de Socorro. Allí, en aquel sanatorio de la calle Alcalde Muñoz, el destino quiso que el querido médico almeriense encontrara la muerte. Un día del verano de 1955, cuando subía por las escaleras para ver una radiografía, se resbaló y cayó de costado, rompiéndose una costilla que acabó produciéndole una herida  en un pulmón. Estuvo tres semanas luchando contra la muerte. En esos días de incertidumbre vino a verle el célebre doctor don Gregorio Marañón, su amigo personal, pero nada pudo hacer para salvarlo. Falleció con un pulmón encharcado. La noche anterior a su entierro cientos de personas lo velaron en la puerta de su domicilio particular. 







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