La casa de la escuela de los ‘cagones’

Ocupaba una vieja vivienda ya desaparecida en el corazón de la calle de la Almedina

Eduardo del Pino
15:00 • 31 ene. 2017

Antes de que existieran las guarderías infantiles funcionaban las llamadas escuelas de los cagones, pequeñas aulas donde las madres mandaban a los más pequeños cuando todavía no tenían la edad de ser escolarizados. En cada barrio había una de estas aulas donde siempre trabajaba un par de maestras a las que llamábamos señoritas. 
En la calle de la Almedina exisitó una de estas escuelas prematuras, en un viejo edificio que hacía esquina con la calle de Cicerón. Por allí pasaron cientos de niños del barrio antes de ingresar en el colegio San José o en el Diego Ventaja, que durante décadas fueron las escuelas oficiales del distrito. 

En la escuela de los cagones de la Almedina los niños aprendían a convivir dentro de un aula y tenían su primer contacto con la lectura y la escritura, casi siempre a base de juegos y de canciones. Cuando uno pasaba por delante de las ventanas siempre se escuchaba alguna de aquellas melodías que los más pequeños entonaban a coro. Todas las mañanas, unos minutos antes de las nueve, los alumnos formaban sobre la acera una larga fila llena de baberos celestes y de madres, una imagen que volvía a repetirse a la salida.

Aquel caserón arrastraba una conflictiva historia que había comenzado en la primavera de 1889, cuando el Ayuntamiento habilitó la vivienda, que era de su propiedad, para establecer allí lo que entonces se llamó un Hospital de Higiene destinado a aquellas prostitutas enfermas que estaban causando una situación de alarma en la ciudad por el peligro que suponía para el contagio de las enfermedades venéreas.

Cuando los vecinos del barrio tuvieron conocimiento del traslado de las prostitutas contagiadas desde el Hospital Provincial al nuevo sanatorio, se levantaron en contra de la decisión municipal al considerar que se ponía en riesgo la salud física y moral de sus familias. En julio de 1889 los vecinos manifestaron su intención de desalojar la calle si el Ayuntamiento llevaba a cabo su propósito de establecer allí el llamado Hospital de Higiene. Pero las protestas no encontraron el resultado que esperaban y un mes después el sanatorio de contagiosas  quedó instalado, según la versión municipal: “en un sitio de escasa concurrencia y en una casa aislada e independiente de la calle de la Almedina”. 

Los vecinos unieron sus fuerzas para evitar el traslado de las prostitutas y elaboraron un escrito que enviaron a las autoridades municipales y a la prensa local. “La casa en la que se va a establecer el Hospital para enfermas procedentes de las casas de lenocinio se encuentra en la calle Real de la Almedina, por más que ésta también se comunique con la que el Ayuntamiento posee en la calle de Toneleros esquina a la de Ulloa”, decían los afectados. 
Se quejaban de que ni el edificio elegido reunía las condiciones sanitarias deseadas, ni la moralidad pública resultaba favorecida con la presencia de un establecimiento de ese género en un lugar tan céntrico de la población. 
Basaban su protesta en el artículo 106 de la ley de 20 de enero de 1822, que establecía terminantemente que los hospitales debían ubicarse en los puntos extremos de la población, así como en el reglamento de la policía sanitaria de mujeres públicas de 10 de agosto de 1864, en el que se prohibía que las casas de prostitución estuvieran cerca de las calles concurridas. 

“¿No comprende el Ayuntamiento la justísima alarma de los vecinos que tienen familia a quien dar ejemplo con la presencia de un hospital de mujeres enfermas, producto de la más asquerosa prostitución y de los vicios más repugnantes, desgraciadas mujeres en las que una larga vida de licencia ha hecho perder toda idea de pudor, hallándose de ordinario en desnudez casi completa y ofendiendo con sus actos y con sus costumbres a las pacíficas familias que viven en estos tan concurridos lugares de la Almedina a que nos referimos?”, preguntaban los vecinos en su carta. 
Fue n los años de la posguerra, cuando la vieja vivienda de la calle de la Almedina se transformó en escuela. Formaba parte de la Graduada de niños Obispo Diego Ventaja y echó a andar en octubre de 1944. El colegio principal estaba situado en un antiguo caserón de la calle de la Reina, entre la el popular colegio de pago de San José, de don Rafael López Lafuente, y la tienda de comestibles de Rafael Fenoy. Ocupaba el piso alto y estaba formado por seis aulas de enseñanza Primaria, más la escuela para párvulos en la calle de La Almedina, que durante años fue conocido popularmente con el nombre de ‘escuela de los cagones’, en virtud de la edad de sus escolares. 

Este edificio, que formaba parte de la memoria de la ciudad, fue derruido por el Ayuntamiento para levantar la actual sede de la Asociación de Vecinos del Casco Histórico. Sobre el solar de la vieja casa se levantó un edificio monstruoso que rompe la estética de aquel lugar preferente del centro de Almería.







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