El sanatorio de los hijos de la mar

El obispo Ródenas rociaba el agua bendita con el hisopo una mañana de 1965 y arrancaba la historia de la Casa del Mar, el sanatorio de Pescadería y La Chanca

La Casa  del Mar en construcción por el arquitecto Javier Peña.
La Casa del Mar en construcción por el arquitecto Javier Peña.
Manuel León
12:41 • 21 ene. 2017

A ese hospital humilde que aún olía a nuevo íbamos a nacer los hijos de pescadores de la provincia. Familias de armadores, rederos y marengos de Adra, de Roquetas, de Carboneras, de Garrucha, que se desplazaban en un taxi 1.500 o en el auto  de algún vecino filántropo, con la parturienta a punto de romper aguas por la recta de Tabernas, mientras el padre de lo que venía fumaba un pitillo tras otro sudando y con la ventanilla abierta.




En ese hospital nacieron también todos los hijos de la mar de los barrios de Pescadería y  La Chanca, desde mediados de los 60, poniendo fin a esa costumbre de venir al mundo en la cama del hogar, con el vientre de la madre frente a una palangana con agua caliente y las manos de una partera como fue Gloria Sevilla sacando al neonato.




Todo ese ritual de traer hijos al mundo se fue extinguiendo a partir de que empezó a funcionar el nuevo sanatorio de la Casa del Mar, junto a la Carretera de Málaga, con las torreones morunos de la Alcazaba a sus espaldas y enfrente el mar latino, los penachos de humo del Melillero y las mismas crestas del Gurugú en lontananza cuando no hacía boria.




Por la construcción de ese centro médico, de ese sanatorio, aspiración de la clase pescadora, de la gente con las manos rugosas y morenas de remendar, lucharon los abuelos y los padres, tanto como ahora los nietos por su reapertura tras un lustro varado frente al viejo Varadero.




Tras varios años de concentraciones, manifestaciones, huelgas de hambre, pancartas, recogida de firmas y encadenamientos de los vecinos de ese barrio donde empezó la ciudad, la Junta de Andalucía ha anunciado la licitación de las obras para que una comunidad entera que habita casas de colores, que canta y baila flamenco al atardecer a pesar del luto de los naufragios, vuelva de nuevo a sonreír frente a la bahía.




La historia de la Casa del Mar principió cuando la Cofradía de Pescadores, presidida por Pedro Cazorla, compró un solar a pie de carretera, bajo el Camino Viejo y lo donó al Instituto Social de la Marina para agrupar todos sus servicios sanitarios y sociales. Una labor que inició Alfredo Saralegui, un santo varón que fue Comandante de Marina antes de la Guerra y que consiguió crear el Pósito de Pescadores  de Almería y el subsidio  para que los ancianos marineros que no tenían familia no murieran de miseria a la vejez.




En 1961 se anunció la construcción bajo la dirección del arquitecto Javier Peña. Durante cuatro años se dilataron las obras del edificio, que aparecía como un galeón varado junto a la carretera cuando los pescadores del  barrio volvían del Puerto tras echar el jornal, con los pantalones arremangados, como los apóstoles en el mar de Galilea, camino de sus casitas chatas, algunos con un fandango en los labios y soñando con ver terminada algún día su  Casa del Mar.




Ese viejo anhelo se cumplió una mañana abrileña de 1965 cuando el ministro  de Trabajo, José Romeo Gorría, que había llegado en el tren expreso de Madrid -aun no había aeropuerto- cortó la cinta inaugural y largó esos discursos grandilocuentes que tanto se estilaban entonces, asegurando que era el “ministro del proletariado” y que “el Caudillo velaba cada día por los almerienses”. Es decir, lo mismo que decía -cambiando el gentilicio- en Santander, en El Ferrol o en Algeciras. La explanada del Puerto y los malecones se habían llenado de cientos de gentes de la mar de toda la provincia con pancartas de agradecimientos y vítores en los labios, junto a una formación de alumnos de la Escuela de Orientación Marítima.


La Casa del Mar quedó oficialmente inaugurada cuando  el obispo Ródenas roció el agua bendita con el hisopo y cuando apareció el capellán, Pedro Pizarro, el cura de San Roque, Marino Alvarez y las monjitas con esa especie de gaviotas disecadas en la cabeza.


El ministro impuso la Medalla al Mérito al Trabajo a la venerable anciana de 89 años Encarnación Escánez, que había perdido a tres hijos y a dos yernos en el naufragio del María Enriqueta y que se tuvo que quedar a cargo de 23 nietos. También prometió apoyo para la operación de oído de la joven Elvira Quero, hija de pescador, tras haber recuperado la vista en una operación en la clínica de Barraquer.


Tras unas pocas horas, clausuradas con un opíparo almuerzo en el Club de Mar, agasajado por el Gobernador Luis Gutiérrez Egea y por el alcalde, Antonio Cuesta Moyano, el gerifalte se fue con viento fresco rumbo a Málaga.


Almería ya tenía su casa del Mar, la misma que ahora está cerrada; los chanqueños, las familias de Pescadería ya tenían su sanatorio, su quirófano, su sala de rayos X, sus médicos como don Manuel de Oña y don José Abad y sus matronas dispuestas a seguir ayudando a alumbrar hijos de pescadores con e apoyo de las religiosas que vivían en el ático.


Cuentan en el barrio que uno de los primeros internos en el sanatorio fue un marinero noruego con calenturas que se  enamoró de los ojos de una de las monjas más jóvenes y al que no había forma de sacar de las sábanas con el alta médica.


Desde entonces y durante  cuatro décadas, la Casa del Mar se fue convirtiendo en parte sentimental de ese barrio consagrado al gremio de mareantes, puesto que allí nacimos muchos de los que ahora vemos cómo se desmocha.



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