El campamento de Falange

Los niños recibían instrucción militar y los enseñaban a "hacerse hombres"

la escuadra Magallanes pasando revista. Los cuerpos de los niños relatan un tiempo.
la escuadra Magallanes pasando revista. Los cuerpos de los niños relatan un tiempo.
Eduardo D. Vicente
20:31 • 26 may. 2016

En los primeros años de la posguerra la propaganda del nuevo régimen tejió una densa red para captar a cientos de jóvenes bajo la disciplina de Falange. En 1941, cerca de veinte mil adolescentes de toda la provincia formaban las filas del Frente de Juventudes en sus dos secciones: masculina y femenina.





En el verano de 1941 se instaló uno de estos cuarteles al aire libre en Gérgal, en la finca llamada Coto de Moreta y un año después se puso en marcha un campamento femenino en Berja y otro para niños en los pinos del Alquián. Este último estuvo funcionando varios años, hasta que los mandos decidieron huir definitivamente ante el peligro constante de los alacranes que minaban el suelo. Fue entonces cuando las autoridades fundaron el campamento Covadonga, que en 1947 estuvo funcionando en la sierra de Abrucena. Más de un centenar de niños formaron la expedición que durante tres semanas se aisló en aquel paraje de la sierra. El retiro era tan importante que los familiares sólo tenían noticias de sus hijos con las pequeñas notas que se iban publicando en el periódico: “Se reciben noticias del campamento provincial Covadonga: que todos los camaradas se encuentran en perfecto estado. Lo que publicamos para conocimiento y tranquilidad de sus familiares”, contaba la prensa.





Abrucena significaba el aire puro de la sierra, que tanto bien hacía en los cuerpos escuálidos de los niños, aunque aquellos muchachos no necesitaban que se le abriera el apetito, sino poder comer varias veces al día. Para que pudieran disfrutar de la playa, el campamento se trasladó también a la localidad de Garrucha, donde adaptaron el castillo de Jesús Nazareno para que el Frente de Juventudes pudiera instalar su entramado de tiendas de campaña. Era un campamento colosal, con doscientos muchachos conviviendo en un paraje de una belleza espectacular.
Eran frecuentes la excursiones a Mojácar y las caminatas por la playa en las que iban entonando a coro las canciones recién aprendidas. Entre los mandos que estaban al frente siempre había al menos un cura y un par de maestros que eran los encargados de las clases de cultura general, que complementaban las habituales lecciones militares que se  consideraban imprescindibles para que a los niños se les fuera formando ese espíritu castrense que iban a necesitar unos años después cuando se encontraran frente a frente con la dureza del servicio militar al que estaban obligados.
Aquellos campamentos enseñaban a los jóvenes a alejarse del calor del hogar familiar  durante un tiempo; los enseñaban a convivir con los compañeros, a aceptar la disciplina como un mandato divino y a encajar las órdenes de los superiores; los enseñaban a manejarse mano a mano con la naturaleza y a comer varias veces al día en una época donde hacerlo era un lujo al alcance de pocos. Después de tres o cuatro semanas de campamento, cuando los niños regresaban a sus casas, se  solía decir aquella frase tan recurrida por las madres de: “Viene hecho un hombre”, y en cierto modo era verdad. Los días de acampada le cambiaban el aspecto de niños frágiles, y cuando volvían lo hacían con otra cara: tenían mejor color por el roce del sol y el aire de la montaña y de la playa, y con unos cuantos kilos de más.
 









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