Evocación y nostalgia

“Entre el silencio del público, oír cantar sin descanso a los canarios no dejaba de llamar la atención”

Kayros
21:54 • 02 abr. 2015

Nuestro ilustre antepasado Jorge Manrique nos dejó advertidos de que la vida vuela “tan callando” y, además, de que cualquier tiempo pasado fue mejor. No lo acepté nunca. Para mí eso sería como menospreciar el esfuerzo titánico de tanta gente creadora por el progreso del mundo. No obstante, hay fechas que llevan incorporada la nostalgia del pasado. Permítanme unos recuerdos. En los Jueves Santo mi familia me llevaba a visitar los monumentos. Ya saben, los monumentos dedicados a la Eucaristía aparecían como trasuntos de la misma Huerta de Murcia. Mucho macetón de lirios y azucenas, amen de otras flores. Algún naranjo todavía con sus frutos incorporados y hasta jaulas con canarios. Entre el silencio impresionante del público, oír cantar sin descanso a los canarios no dejaba de llamar la atención. Al salir de la iglesia nos esperaban como premio los dulces caseros: torrijas, roscos, paparajotes. Estos últimos no pueden disimular que son murcianos. Se trata de una masa con harina, leche, huevo, aceite y canela. Se fríe todo y luego se les introduce una hojita de limonero. Por la noche, antes de ir a la cama, nos leían las” Figuras de la Pasión” de Gabriel Miró. Inolvidable aquel Judas de barba rojiza de panocha de panizo. Aquella Samaritana, sensual y explosiva, con su cántaro al costado camino de un agua que quita la sed para siempre. Aquellos apóstoles aturdidos guiándose aún por el vuelo de las aves. El estilo detallista del escritor alicantino puebla sus páginas de aciertos como el que sigue: Jesús se sentó a descansar a mitad de la montaña de las Bienaventuranzas. Un hormiga le subía por la rodilla. Con infinito esmero, Jesús cogió a su pequeña criatura y la dejó dentro de una flor. El Viernes Santo resultaba también otra pasada. Íbamos de ordinario al oficio de tinieblas. Cuando acababa el acto se nos concedía hacer todo el ruido que quisiéramos en recuerdo de que el mundo había temblado por la agonía de Cristo. A otro día, sin embargo, teníamos que esperar la Resurreción para poder gritar en la calle. El Señor estaba muerto y aquello era muy serio. ¿Imaginan a estos moteros de hoy absteniéndose del claxon por respeto a la Semana Santa?







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