Revoluciones de mayo

Revoluciones de mayo

Raúl Quinto
22:26 • 17 may. 2013

Se cumplen dos años de aquel mayo que puso patas arriba este país, plaza a plaza. Algunos tuvieron prisa en calificarlo de revolución y ahora andan exigiéndole resultados a la altura de sus expectativas. Pero no hay perspectiva aún. Sí la tenemos, en cambio, de aquel otro mayo revolucionario de 1968. Revolución que apenas lo fue, sobre todo en España: ecos residuales elevados a la categoría de mito por la Cultura de la Transición. Tampoco en Francia, aunque pudo serlo: entonces como ahora se venía de un largo periodo de crecimiento económico roto por una súbita crisis, y ya se sabe que cuando una generación ha sido educada en el relato del bienestar y el nuestro-sistema-es-el-mejor-posible lo que trae  la crisis es la puesta en cuestión de ese relato, la posibilidad de ruptura. El progreso no es algo bueno si no nos beneficia en su trayecto, con la crisis se disuelve ese horizonte común. El sistema opera en contra de la mayoría, la realidad es más poderosa que la propaganda y esa mayoría esta tentada de romper lo viejo dañino y construir lo nuevo mejor. Pasa siempre. 1968 o 2011.


El París de las barricadas y las universidades tomadas no era sino el espacio simbólico de una corriente mucho mayor que atravesaba países, igual que las acampadas de nuestras plazas. Entonces intentaron ser realistas pidiendo lo imposible, y parecía estar al alcance de sus manos. A los estudiantes se les sumaron los obreros en una tremenda huelga general que dejó el país colapsado: aparentemente todos los ingredientes para un cambio real desde la calle. El techo de cristal de la posibilidad se evidenció el 16 de mayo cuando miles de estudiantes se agolparon a las puertas de las fábricas ocupadas por los huelguistas en Boulogne-Billancourt y ambos grupos cantaron juntos la Internacional, pero sin que se llegaran a abrir las verjas que los separaban. Una revolución partida.


Jacques Lacan decía de aquellos revolucionarios: sois unos histéricos en busca de un nuevo amo, y lo tendréis. Y lo tuvieron. El sindicalismo obtuvo un importante aumento de los salarios para los trabajadores y unas elecciones anticipadas en las que la derecha oficialista arrasó y los partidos, como el PCF, que más se habían significado con el movimiento perdieron la mitad de sus apoyos. Con matices alguien recordará la mayoría absoluta de Rajoy. En cuanto a los estudiantes, que parecieron ser el sujeto de vanguardia transformadora, acabaron quedándose en poco, al carecer de proyecto político, de un relato alternativo con el que construir el mundo. Ahí está, por ejemplo, Dany el Rojo, convertido en un burócrata de la UE. Sin horizonte no hay revolución, y en el 68 el único horizonte fuerte estaba en el campo de las costumbres y la cultura. Ahí sí se impuso una nueva visión de la vida, predominante hasta nuestros días: el valor de la juventud, la liberación sexual, el feminismo, la llamada contracultura y el pop; todo eso ahora es central, y entre otras cosas porque pudo ser convertido en mercado. El Ché Guevara como icono pop estampado en miles de camisetas que se tejen en fábricas de Bangladesh y se venden en los templos de las rebajas.




El mayo del 68 triunfó en lo superficial, germinando un mundo de relaciones económicas y políticas, neoliberalismo mediante, que nos está estallando ahora en las manos.


El 15M, y los movimientos afines que han surgido estos dos años a lo ancho del planeta, fue un punto de inicio no sabemos muy bien hacia dónde, aunque, los que lo hemos vivido sin que nos lo cuenten, sabemos que anunciaba una nueva forma de construir nuestra convivencia, un modelo otro. Si queremos que aquello sí sea una revolución deberemos esforzarnos por construir y propagar un relato alternativo al de este sistema claramente prescrito. El horizonte está ahí delante, sólo falta convencernos de que debemos caminar hacia él, de lo contrario, lo estamos viendo cada día, serán otros, los de siempre, los que nos conducirán al abismo.






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