La política en Almería: Del machismo de ayer al feminismo de mañana

Carta del director

Rosario Soto, María del Mar Vázquez, Antonio Sanz y Rocío Díaz.
Rosario Soto, María del Mar Vázquez, Antonio Sanz y Rocío Díaz. La Voz
Pedro Manuel de La Cruz
19:52 • 25 nov. 2023

Hay estampas que revelan el cambio profundo de una sociedad; imágenes no planificadas en las que, tras una apariencia externa, se esconde un rotundo mensaje que casi siempre pasa inadvertido.  



Una de estas imágenes en las que el lunes pasado encontré una lectura más allá de esa apariencia externa ocurrió en la presentación del proyecto de integración puerto-ciudad organizada por este periódico. Allí, en el escenario del Varadero, uno de los cambios más profundos que va a vivir la ciudad, tenía como protagonistas a los cuatro representantes políticos sobre los que recae la responsabilidad de que una aspiración que ya se prolonga treinta años comience a caminar con paso firme y alcance sus últimos objetivos, terminando así una frustración que llevaba camino de convertirse en un endemismo más, otro más, de los muchos que lleva padeciendo durante siglos la ciudad.



Lo que me llamó la atención de esa mañana, aparte del gran interés por los datos y explicaciones que aportaron a las más de doscientas personas que asistieron al acto, fue que, de los cuatro responsables que intervinieron, tres eran mujeres y solo había un hombre: María Vázquez, Rosario Soto, Rocío Díaz y Antonio Sanz.



Y fue entonces, en la brevedad de ese instante imprevisto y fugaz, cuando recordé cómo en las primeras elecciones democráticas de 1977 (casi antes de ayer, desde una visión histórica) el PSOE tuvo que ir a buscar a Virtudes Castro a Adra para que acompañara como número dos a Bartolomé Zamora en la candidatura socialista. En aquellas elecciones que todo lo cambiaron, los estudios del catedrático de la UAL Rafael Quirosa recogen que solo siete mujeres fueron incluidas entre los cincuenta y cinco candidatos de las once listas al Congreso que se presentaron por la provincia, ninguna al Senado, y de los nueve candidatos electos- cinco diputados y cuatro senadores- ocho fueron hombres y solo una mujer, Virtudes Castro, llegó al Parlamento.



Por si el dato no resulta suficientemente revelador de la posición que la mujer ocupaba en aquella primavera democrática tras cuarenta años de invierno dictatorial, en las elecciones municipales de 1979, de los 972 concejales que resultaron elegidos solo 21 eran mujeres y de los 102 alcaldes, solo tres eran mujeres.  



Han pasado cuarenta años desde entonces, pero para la dignidad usurpada desde el principio de los tiempos a la mujer – y al hombre, porque la injusticia afecta a todos, salvo a los indignos- estas cuatro décadas han supuesto un avance sin precedentes hacia la igualdad. Por continuar con la presencia femenina en las candidaturas a las municipales, en las elecciones locales de mayo de este año, de los 1008 concejales elegidos, 457 son mujeres y 28 son alcaldesas. Comparen las cifras y saquen conclusiones. Y eso que todavía queda un trecho largo por recorrer.



Por eso me gustó la imagen de esa mañana del lunes. La alcaldesa, la consejera de Fomento, la presidenta del Puerto, tres mujeres sobre las que pivota un cambio muy importante para la ciudad lideraban el proyecto que lo hará posible.



Ya sé que a los francotiradores que se apostan a uno y otro lado del feminismo la estampa les parecerá casual. Que a las y a los exaltados de una y otra trinchera el que el acto lo protagonizaran tres mujeres y un hombre es una circunstancia auspiciada por las cuotas, la militancia o cualquier otra ocurrencia en la que refugiar su airada radicalidad o esconder su estúpido machismo. Allá ellas y ellos.


Porque lo que está claro es que, sin la lucha feminista, los techos de cristal hoy serían más irrompibles, que los hombres continuaríamos, por egoísmo o por estupidez, acomodados en una interesada complicidad machista tan injusta como cruel y que la sociedad continuaría cometiendo el suicidio colectivo de prescindir del cincuenta por ciento del talento de la sociedad.


El feminismo no es la trinchera contraria del machismo. Defender el feminismo es asumir la convicción de que la igualdad entre hombres y mujeres es, no solo un derecho, sino una urgencia. Y esto lo escribe una persona que detesta el machismo, pero asume que está llena de micromachismos, como tan acertadamente me reprochan las mujeres que me rodean.  


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