Sánchez, Puigdemont y el juego de las gallinas

Carta del director

Pedro Sánchez y Puigdemont.
Pedro Sánchez y Puigdemont. Europa Press
Pedro Manuel de La Cruz
20:08 • 21 oct. 2023

“Quizás sea una de las secuencias más conocidas del cine. Pertenece a la película “Rebelde sin causa” y en ella dos jóvenes compiten en “la carrera de las gallinas”. El reto consiste en que los conductores se suben a sus coches, arrancan los motores y se dirigen a toda velocidad hasta un precipicio. El ganador es aquél que más se acerca al despeñadero antes de tirarse del coche.



Los protagonistas arrancan y aceleran buscando la máxima velocidad. Unas decenas de metros antes del final del descampado uno de ellos (James Dean) abre la puerta y salta; el otro lo mira y, sabedor de que ha vencido por segundos, decide abandonar el coche. Pero la manivela de apertura no responde. La puerta no se abre. Es imposible saltar. El lazo de cuero unido por dos botones a uno y otro lado de la boca manga de la chupa de cuero se ha introducido en el tirador y la inmoviliza. Horrorizado, su última mirada es al abismo en el que la muerte le espera.



En estas semanas trepidantes he vuelto varias veces a esa escena y, en todas, el protagonista que se encamina sin remedio hacia el acantilado es Puigdemont".



El texto que acaba de leer se publicó en este periódico el 15 de octubre de 2017. Han pasado seis años y siete días desde entonces y la convicción que lo inspiró sigue siendo tan real como entonces. Aunque ahora la situación ha cambiado: si la negociación sobre la amnistía sale adelante, Puigdemont no solo habrá recuperado su posición en la quimérica carrera que activó en 2017, sino que la habrá mejorado. Volverá tras los seis años que lleva prófugo en el despeñadero de Waterloo y será un actor importante en el diseño y ejecución de la gobernanza del país en el futuro más inmediato.



En la política española, aquel cinematográfico juego de las gallinas ha abandonado el magnífico plató de rodaje diseñado por Nicholas Ray para convertirse en un inquietante escenario real en el que los protagonistas del viaje hacia el acantilado se han multiplicado.



Junto a un Puigdemont, al que la inesperada aritmética parlamentaria del 23J le ha recuperado del abismo y le ha devuelto al punto de salida en la escena de la política española, se ha situado Pedro Sánchez, acorralados, los dos, en un endiablado laberinto de casi imposible salida porque los dos se necesitan, pero a la vez compiten.



El desarrollo de las negociaciones para la investidura se está convirtiendo en una carrera protagonizada por la duda sobre quién de los dos saltará antes de llegar al acantilado de una repetición electoral. Quién lo haga habrá traicionado la palabra dada ante quienes le eligieron. Si lo hace Sánchez, porque su reiterado compromiso de hacer cumplir la ley a Puigdemont lo habrá incumplido con la amnistía. Si es Puigdemont, porque no habrá cumplido su promesa de no investir a Sánchez si no asume su exigencia de referéndum de autodeterminación.



Cualquier escenario está abierto, siendo el más probable, por el interés de quienes lo protagonizan, un pacto en el que, contraviniendo lo que escribiera Jorge Manrique a la muerte de su padre, digan y se desdigan, mientan y se arrepientan. Una forma de estar en política compartida por todos los partidos. Por todos. Ninguno puede tirar la piedra contra el otro porque todos, llegado el momento y para alcanzar el poder, han hecho, cuando la aritmética parlamentaria lo requería, lo contrario de lo que predicaron. ¿O es que, por seguir con el dolor de cabeza histórico de Cataluña, el PP no mintió con mucha sinceridad cuando, después de cantar Pujol enano habla castellano, cerró el pacto del Majestic cediendo en una noche a los independentistas más de lo que lo había hecho Felipe González en 14 años?


Más allá de la constitucionalidad o inconstitucionalidad de una probable amnistía- dejemos la cuestión all criterio jurídico de los que saben y no a opiniones de leguleyos interesados en una un otra opción-, más allá del filtro constitucional, digo, lo que sí resulta claro es que, quienes delinquieron adoptando decisiones contrarias a la Constitución y al Estatut que habían jurado, deben asumir su responsabilidad. A Puigdemont y a quienes le secundaron no los atropelló la ley, fueron ellos quienes atropellaron a la ley, y a ella deben someterse.


Cosa distinta es que, por razones de convivencia política- cuestión también discutible-, aquellos que actuaron de forma ilegal puedan ser beneficiarios de medidas de gracia. Sánchez lo ha hecho con Junqueras y otros políticos independentistas que no tuvieron la cobardía de huir escondidos en el maletero de un coche. Antes lo había hecho Felipe con Alfonso Armada, el general instigador del 23 F condenado a 30 años. También lo hizo Aznar cuando, durante sus dos mandatos, fueron indultados 5.948 encarcelados, entre los que se encontraban los condenados por los GAL. Que nadie se rasgue ahora las vestiduras.


Desde 1996 hasta 2021, la Memoria Judicial constata que en España se han concedido 10.622 indultos. Instigar y dirigir la entrada en el Congreso pistola en mano o, desde otro ángulo, crear una organización policial que secuestró y asesinó a presuntos o supuestos militantes de ETA, no se antoja, salvo por quienes se consideran investidos del don del patriotismo teológico, una actuación que deba ser considerada penal y socialmente menos grave que declarar durante ocho segundos la independencia; romper escaparates o incendiar contenedores- como hicieron los estúpidos activistas de los CDR- en protesta por la exigencia del cumplimiento de la Ley a los dirigentes de la Generalitat no es delito muy distante que hacer lo mismo para robar unas decenas de relojes de marca o por divertimento tardío de regreso a casa tras una noche de alcohol, pastillas y cocaína. Ante situaciones complejas lo mejor para acercarse a su análisis es hacerlo desde la ponderación, la mesura y el equilibrio.


El pragmatismo de la política induciría a pensar que el presidente en funciones y el ex president no se abandonarán al riesgo de la repetición electoral. No le interesa a ninguno. Pero la personalidad de los dos competidores les hace imprevisibles. No descarten por tanto esta hipótesis.


La incerteza sobre el futuro es el sentimiento que más desasosiego provoca en quienes encontramos la comodidad en el aburrimiento de lo previsible. Un sentimiento, el de la política previsible, pragmática y tranquila, que, salvo los francotiradores de una y otra trinchera (que los hay, muchos y muy bien pertrechados política y mediáticamente) es compartido por la inmensa mayoría de los españoles.


Sánchez y Puigdemont llevan desde el 23J calentando motores para participar en el Juego de las gallinas. El problema es que el riesgo no lo van a correr ellos solos. Lo estamos corriendo todos.


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