Almería y El Ejido: ¿Infierno o paraíso?

Carta del director

Animación de la evolución del uso del invernadero en el poniente almeriense.
Animación de la evolución del uso del invernadero en el poniente almeriense.
Pedro Manuel de La Cruz
18:05 • 07 oct. 2023 / actualizado a las 18:31 • 07 oct. 2023

Aquellos dos días de febrero de 2000 situaron a El Ejido en la diana del horror. La pequeña venta en la que los años cincuenta apenas contaba con unos centenares de habitantes se había convertido con el esfuerzo de quienes llegaron desde sus entornos en un municipio con más de 80.000 habitantes, un nivel de renta notable y unas expectativas de crecimiento formidables. Pero el crecimiento, cuando es tan apresurado, no lleva nunca aparejado el desarrollo sociocultural, un escenario propicio para que cualquier chispa pueda desencadenar un fuego incontrolable.  



Los tres homicidios que desembocaron en aquellos días de furia y odio dieron la vuelta al mundo y, desde entonces, la mayoría de los medios de comunicación que se acercan a describir la realidad de El Ejido en particular y de la provincia en general lo hacen siempre desde el sesgo premeditado de poner el foco sólo en la cara negativa de una realidad poliédrica en la que lo positivo es mucho más abundante que la penumbra que siempre acompaña a cualquier realidad compleja. 



A ese principio de realidad apeló el alcalde de El Ejido cuando, en su intervención en la entrega de los Premios a la Economía Sostenible celebrada en su espléndido auditorio y ante más de cuatrocientas personas aludió a esas otras perspectivas que se niegan a contemplar y valorar quienes llegan hasta la provincia con el titular ya escrito desde que salieron de sus redacciones en Madrid, Barcelona, Berlín, Ginebra o Ámsterdam. 



Desde la trinchera del argumento razonante Paco Góngora recorrió las diversas ramas que han convertido a su municipio y a toda la provincia en un ejemplo de sostenibilidad que busca el equilibrio entre el crecimiento económico, la protección del medio ambiente blindando cada vez más los recursos naturales y la integración social. 



Es cierto que es mucho el camino que todavía queda por recorrer, quién lo duda; que persisten en nuestra geografía situaciones incompatibles con los derechos laborales y sociales. Es verdad y es lamentable. Es urgente acabar con situaciones incompatibles con una sociedad donde la legalidad y la dignidad de cada persona debe ser un derecho y una aspiración irrenunciable. La explotación de trabajadores al margen de cualquier normativa laboral o la existencia de asentamientos que insultan la decencia debe eliminarse con la urgencia que impone la normativa legal y la ética de la solidaridad. 



Pero como aludía el alcalde ejidense, Almería es un ejemplo en ese camino hacia la sostenibilidad poniendo en práctica cada día en sus invernaderos un control integrado de plagas a través de la lucha biológica, eliminando así riesgos para la salud y el medio ambiente; los procesos de investigación en biotecnología son punteros a nivel mundial; un liderazgo que también va acompañado (¡quién lo diría en el mayor desierto de la UE y en la provincia con menos lluvia del continente!) en el uso del agua, alcanzando una huella hídrica en el Ejido 20 veces menor que la que existe en España y logrando una eficiencia económica del agua un 130 por ciento superior a la media andaluza. En cuanto a la huella de carbono, destacaba Góngora que los invernaderos contribuyen a disminuir el CO2. Cada hectárea absorbe al día el equivalente a los gases que emiten seis coches y el efecto albedo reduce la temperatura 0, 25º al año. 



Todo lo que han leído en el párrafo anterior es la realidad contrastada en estudios científicos. Pero con ser este un escenario esperanzador, no lo es menos que toda esa transformación ha estado y está acompañada por una realidad social, la de la inmigración, en la que, pese a su extremada complejidad, los claros de la integración, siempre difícil, son mucho más intensos que las zonas de penumbra que, sin duda y lamentablemente, aún persisten.  



Almería ha acogido en los últimos decenios a más de cien mil inmigrantes llegados de otras culturas, otras lenguas, otros continentes, otras creencias y otras normas de comportamientos. Gestionar estas oleadas que han alcanzado nuestra geografía en forma de aluvión de manera eficaz resulta imposible y más en una provincia, como la nuestra, en la que los déficits asistenciales ya existían antes de la llegada de estos ´nuevos almerienses´. Si antes de que el fenómeno migratorio alcanzara niveles significativos la provincia ya padecía déficits estructurales en aspectos tan importantes como la sanidad o la educación, con la llegada de esta nueva realidad estábamos abocados a un colapso inevitable. 


Pero el caos no llegó. Los profetas del apocalipsis equivocaron sus predicciones y hoy, pese a los problemas- que los hay-, los almerienses llegados de extramuros forman ya parte del tejido social de una provincia mucho más cerca de la integración que del gueto. Con agujeros negros, sin duda. Pero con el deber ético cumplido de que, cuando uno de estos ´nuevos almerienses´ traspasan las puertas de un hospital o de un centro educativo lo único que se les pregunta es qué le duele o el nombre del niño o la niña que va a estudiar en sus aulas. Y esa es una realidad tan importante, o más, que todas las demás. 


Almería no es el Paraíso. Pero tampoco es el infierno que algunos dibujan con inconsciente torpeza o premeditada maldad en sus informaciones o reportajes sobre la provincia. 


Y ya va siendo hora de que los almerienses mostremos con orgullo la dignidad de dónde venimos y la convicción de que lo que estamos construyendo está asentado sobre la innovación y la sostenibilidad, los dos grandes pilares en los que sustenta el futuro. 


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