El filólogo pulpileño

En conjunto para mí Cabo de Gata significaba un compendio de libertad

Manuel Sánchez Villanueva
09:00 • 09 ago. 2022

Yo soy uno de esos almerienses que ejemplificamos el tópico de que el despertar de la conciencia ambiental en la provincia estuvo íntimamente ligada al Cabo de Gata en general y a sus Salinas en particular.



En mi caso concreto, muchos de los mejores recuerdos de mi infancia y primera adolescencia están indisolublemente ligados a la sensación de libertad que proporcionaba un verano disfrutando del baño diurno en sus inmensas playas, unido a pasar las tardes correteando entre las dunas o por la zona de las Salinas. En conjunto para mí Cabo de Gata significaba un compendio de libertad, naturaleza e igualitarismo social que rompía con la rigidez encorsetada de la Almería de entonces.



Por ello, muchos años después, cuando recién instalado de nuevo en la provincia, un íntimo amigo con el que compartía la admiración por la obra del Hermano Rufino, me habló del riesgo que corría la avifauna de las Salinas, no dude un minuto en sumarme a la causa. 



Lo cierto es que una cosa llevó a la otra y por una extraña carambola del destino que hizo que los líderes del movimiento estuvieran temporalmente fuera de Almería o dedicados a actividades incompatibles con el activismo, mi amigo y yo, estudiantes de segundo curso en la Universidad y con apenas un año de experiencia, tuvimos que dar un paso adelante y liderar una de las tres asociaciones de defensa ambiental con más trayectoria de España. 



La tradición no escrita en la asociación marca que la gestión se ocupa generalmente alguien con perfil técnico, de la comunicación un profesional del ramo y de la secretaría un humanista (habitualmente un filósofo o filólogo).  Por esta regla de tres, mi compañero tuvo que pechar con el reto de sustituir a personas de la talla de Pedro Costa o Pepe Rivera y yo me vi en la tesitura de intentar suplir a un coloso intelectual como Pepe Guirao. De la comunicación nos encargamos los dos mano a mano.



Como ya se habrá imaginado el lector, mi amigo y yo compartimos los numerosos tropezones al cincuenta por ciento. Pero a pesar de ello, no nos achantamos, aprendimos de los errores y estuvimos batiéndonos el cobre, junto al resto de socios igual de jóvenes que nosotros, con tesón, aunque con poco éxito. Sin embargo, en el momento más duro de aquella situación, en una visita que mi compañero realizó a la Diputación Provincial, recibió por primera y última vez un consejo del Diputado de Cultura que después me transmitió modificando radicalmente la situación.



El consejo iba envuelto en una cierta crítica, por lo que en principio a mí como responsable de la organización interna me sentó bastante mal. Pero tras mucho pensar sobre ello, decidí seguirlo, rebusqué en los archivos que hasta ese momento había ignorado y, aprendiendo de la experiencia acumulada por los pioneros, desarrollamos procedimientos operativos y organizativos que, todo hay que decirlo, con el tiempo conseguimos sistematizar e incluso mejorar.



El resultado fue inmediato; en poco tiempo conseguimos salvar zonas emblemáticas como Cala Enmedio,  que se prohibiera la extracción de coral en Alborán con el tenebroso sistema de la barra italiana que estaba arrasando nuestros fondos marinos, plantando cara a los buenos tipos napolitanos de Torre del Greco, se pusieron las bases para la protección de Punta Entinas y, siempre en colaboración con otros organismos y asociaciones, se llegó a un punto de inflexión en la preservación del medio ambiente y los recursos naturales en la provincia de Almería que dio tiempo a que la recién creada administración ambiental andaluza pudiera canalizar la situación. Pasados un par de años, se reincorporaron compañeros de la vieja guardia y entraron otros nuevos con un altísimo nivel de preparación gracias a lo cual mi amigo y yo pudimos dar de muy buen grado un paso atrás, renunciando a una un posicionamiento público coyuntural para el que ninguno de los dos teníamos vocación, seguramente para bien de todos.


Hace un tiempo que no dejo de pensar en esta lección indirecta que me dio Pepe, especialmente desde que he sido testigo del impulso vecinal por el deterioro de las Salinas de Cabo de Gata. En una Almería inmersa en una creciente crisis climática, es una gran noticia que la sociedad civil lidere la lucha por la sostenibilidad.


Pero sería quizás el momento de que los políticos y activistas también demuestren que están a la altura. Es necesario tener más altura de miras y, por ejemplo, nuestro flamante consejero de Sostenibilidad, cuya hoja de servicios en temas ambientales es manifiestamente mejorable, haría bien en interiorizar que el laisser faire, laisser passer tendría su sentido en el siglo XVIII, pero que esta fuera de lugar en la Andalucía del siglo XXI inmersa en una crisis ambiental galopante. En cuanto a algunos activistas del momento, tampoco estaría mal que olvidarán un poco el quien es quien, centrándose más en la documentación, organización y en aplicar procedimientos operativos, puesto que la sociedad civil almeriense ya no los necesita como voceros ambientales y si como instrumento social para canalizar posturas ante el resto de las agentes sociales.


En resumen, estaría bien que todos aprendiéramos del filólogo pulpileño.


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