No vuelva usted mañana

“Puede que en algún momento los responsables de turno trataran de prestar el mejor servicio“

José Luis Masegosa
09:00 • 06 jun. 2022

Hubo un tiempo en  que parecía que la burocracia inoperante contaminaba  en exceso todas las administraciones que, supuestamente, han sido creadas para atender y prestar servicios debidamente a los administrados, es decir a los ciudadanos en general y a determinados colectivos, en particular. Durante largas décadas esa relación ha estado caricaturizada por parte de no pocos  humoristas gráficos mediante la figura del manido funcionario que, según el sabio carboncillo de nuestro entrañable Paco Martín Morales, encarnaba a un contrariado señor  con ceño fruncido bajo una prolongada visera y negros manguitos que se perdían entre montañas de papeles –ahora serían de pantallas de ordenadores-  ante la atónita mirada de interminables colas de sufridos ciudadanos que nunca llegarían a entender los engranajes de esta monstruosa y sospechosa maquinaria que es la Administración.  Puede que   en algún momento los responsables de turno, llevados por la buena fe y con los medios disponibles, trataran de prestar el mejor servicio, cuestión distinta es que lo lograsen o no. La realidad de nuestros días, con el mayor desarrollo tecnológico y, se supone, con los mejores y más formados profesionales deja aún mucho que desear.



La diligencia y la operatividad parecen cualidades cada vez más alejadas de las administraciones, organismos, instituciones y entidades de toda índole que en una suerte de conjuro o confabulación han generalizado la inoperancia, el desdén, la desatención y la confusión de la ciudadanía, o sea de los administrados, quienes al otro lado del teléfono o frente a la correspondiente página web – la atención presencial es una lotería o un privilegio-   se sienten  confusos y desamparados, cuando no unos bobos  al borde de la exasperación que provoca la voz de artificio de la automática e impersonal centralita que nada resuelve y más enreda,  un recurso que junto a  determinadas medidas anti pandémicas han contribuido al hecho de que gestionar cualquier trámite sea  un auténtico suplicio para el ciudadano. 



Nuestras vidas, que se presupone  deberían ser más fáciles en estos tiempos, albergan una infinita casuística de situaciones, hechos y sucedidos que evidencian el disfuncionamiento de las instancias administrativas estatales y autonómicas, sobre todo,  y de cualquier otro ente público o privado que se encuentre contaminado de semejante patógeno y haya de resolver nuestro día a día. Cualquier camino que iniciemos, sea el que sea, lo encontraremos sinuoso y pletórico de obstáculos y dificultades. Mi última experiencia, amplia y dilatada, se ciñe, en síntesis a este caso: Después de tener que oír a unos  empleados de banca afirmar que, tras cuatro años, ha desaparecido cierta documentación de un expediente personal en su poder, llevo más de quince días atendiendo  rebotadas e inútiles citas telefónicas por no sé cuántas sedes andaluzas –desde Ayamonte a Huércal Overa-  de la Consejería de Hacienda y varias personaciones sólo con el propósito de que me faciliten una fotocopia de ese expediente que mi diligente banco - con nominación cántabra-  ha perdido.  Aún continúo en la sala de espera.



 No es menos gravosa  la experiencia de un paisano que con gran sacrificio y la ayuda de unos ahorros pudo construirse una vivienda normal donde dar cobijo a su  modesta familia. De la noche a la mañana, tras una rutinaria revisión catastral y de manera sorpresiva, dicha familia se encontró con que debía hacer frente a unos impuestos astronómicos que eran más confiscatorios que tributarios, por lo que la familia afectada no tuvo más remedio que iniciar una lucha titánica ante la administración competente –Catastro y Ayuntamiento-, que se prolongaría más de diez años, pese a que, al menos durante la mitad de este tiempo, el responsable de poder solucionar el problema se dedicó a mirar para otro lado y a no hacer nada que no fuese crearle más dificultades a estos administrados. Tras un lustro de penas y frustraciones, por fin cambió el viento a una dirección aparentemente más favorable para dar carpetazo a la justa reclamación, pero ocurrió todo lo contrario, tal vez porque se cumplió el viejo refrán “de molinero cambiarás, pero de ladrón no escaparás”. Retomada la dolorosa lucha contra la inquisitiva injusticia fue necesario recurrir a los servicios de prestigiosos juristas que en todo momento actuaron con profesionalidad, generosidad e interés, y acudir a numerosas consultorías e instancias, incluida la propia Casa Real, para que quienes tenían competencia en la materia dejaran de resistirse a ver y reconocer la tropelía que cometían.



El tiempo transcurrió implacable hasta superar más de diez años de un calvario abrupto, con cuantiosos gastos, molestias y el consiguiente sufrimiento personal. A punto de concluir la vía administrativa, con la paciencia agotada y en puertas de iniciar la vía judicial, el responsable de turno entró en razones y se facilitó una solución satisfactoria. En más de una decena de años se resolvió un problema que podría haber quedado solventado en tres meses, pero eso hubiera significado que habitamos un país racional y humanizado, donde no caben la negligencia ni la pereza, un país donde el “vuelva usted mañana”, del admirado Mariano José de Larra, sería un consuelo, porque con un panorama tan nefasto la experiencia y el corazón nos dicen que no vuelva usted mañana.






Temas relacionados

para ti

en destaque