Las estancias de la vida

“El reloj propio, como ese gallo que no cesa, se detiene a su antojo“

José Luis Masegosa
09:00 • 30 may. 2022

Pareciera que los caprichos del último cielo de gotelé se le antojan difuminados rostros de tantos cuanto en su vida han sido, pero ninguno alcanza tal grado de concreción que permita una inequívoca identificación con nombre y apellidos, o tal vez con alguna situación precisa. No importa que el enigma perviva todos los instantes del día, pues acaso esta búsqueda ocupe la mayor parte del tiempo de este joven –hasta ahora- de mente y alma, mientras se deja llevar por los cuidados de su entorno en la penúltima habitación de su vida, una cuadriculada estancia de blanco satén, para lograr la mejor recuperación posible de las lesiones sufridas en el último contratiempo. Un accidente que, como la mayoría de cuantos acuden a nuestra existencia, ocurre cuando nadie lo espera y, por supuesto, mucho menos el sufridor a quien dicha incidencia le cambia su discurso vital en menos que canta un gallo. Y es que el reloj propio, como ese  gallo que no cesa, se detiene a su antojo, aun cuando nos haya remitido, como en la lidia, uno, dos y hasta tres avisos. En este caso, es la tercera advertencia consumada la que mantiene a mí amigo postrado en una alcoba sonorizada con los ecos propios de un patio interior En principio, esta caía de una utilitaria motocicleta, al parecer sin demasiada importancia, es la que ha llevado a este superviviente de tantas guerras a reencontrarse con la realidad que el tiempo, nada acompasado con su mente y su actitud intelectual, ha deparado ya a su andamiaje físico, es decir a su cuerpo, que en esta ocasión presenta maltrechos la tibia y el peroné de su pierna derecha, de tal punto que ha precisado la implantación de una pieza de titanio a la espera de una favorable evolución que le permita iniciar la correspondiente rehabilitación, que a tenor de los facultativos se prolongará, cuando menos, por espacio de un par de meses.



Antes de esta penúltima alerta hubo otras dos. La más inmediata  estuvo provocada por una duradera crisis vertiginosa que  impidió a este castellano paciente, andaluz de adopción, despegar su cuerpo del catre durante más de un quincena, en la que apenas si podía girar la cabeza sobre su almohada porque entonces el mundo le daba más vueltas que la peonza más bailona de su infancia. Este paréntesis vital habitó en la penumbra del cuarto de una casa hispalense, rota por la cantinela aflamencada del jardinero de turno cuando regaba los árboles y plantas del patio vecinal,  en el que con cierto disgusto de los inquilinos no crecía, como en la morada machadiana, limonero alguno. Entre la media luz prescrita y los efectos colaterales de la medicación, el  enfermo se atrevió a encarar su estado general y a duras penas llegó a la conclusión de que en aquel entonces su armazón corporal no se correspondía en absoluto con el que siempre le había facilitado la práctica de toda clase de ejercicio físico. 



Con anterioridad a este peldaño del transcurso vital de nuestro protagonista hubo una primera experiencia, la de un grave accidente de tráfico en tierras gaditanas que a punto estuvo de dañar seriamente a más de una vértebra de la sufrida columna del afectado, quien también se encontró con el párpado desgajado de un ojo cuya recomposición no ha dejado la más mínima huella facial. Medio año acostado boca arriba -con el abdomen revestido de un corsé rígido y la mirada escudriñadora del cielo inmutable de una alcoba radiante de luz natural y sonorizada con el frecuente tañer de campanas - abre las puertas de infinitas meditaciones y aprendizajes. En este proceso  lo más relevante ha sido asumir y cumplir que nunca se han de superar los 110-120 kilómetros/hora cuando se conduce, y en todo caso admitir la costalada milagrosa de San Pablo cuando iba camino de Damasco a cazar cristianos, de la que han dejado constancia pictórica Rubens y Murillo, entre otros autores, y suficiente explicación el autor de El Quijote.



A estas alturas de cuanto somos y de lo que somos parece lógico  determinar que albergamos las etapas de nuestra trayectoria personal en diferentes estancias donde los acontecimientos, las experiencias y las vivencias moldean nuestra existencia. Es así como se crea la trazabilidad de nuestra vida, la que nos crea conciencia del lugar que ocupamos y de cuándo debemos evitar la inconsciencia de ciertos actos.







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