Obreros de fortuna

“Todos le debemos mucho a Juan Diego”

José Luis Masegosa
07:58 • 02 may. 2022

En la despedida del comprometido y camaleónico actor sevillano, Juan Diego, han proliferado las voces del gremio que han destacado el espíritu de lucha de este concienciado y aventajado trabajador de las tablas. Muchas han sido las palabras de reconocimiento, no solo a su excelencia profesional sino a su constante y abnegada entrega en la defensa de los derechos del intérprete y del actor.






No se ha excedido el director de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, Mariano Barroso, cuando ha manifestado que “Todos le debemos mucho a Juan Diego. El cine, el teatro, el mundo del arte y de la cultura en general. No solo como actor o como artista, sino por su defensa de la dignidad de nuestra profesión. Como actor era valiente, brillante, arriesgado, pura luz y pura humanidad….las actrices y actores le deben gran parte del respeto que han ido ganando. Echaremos mucho de menos a Juan Diego en el rigor de nuestro trabajo y en el disfrute de nuestra profesión”.



No en vano siempre se ha hablado de Juan Diego como la persona que consiguió el día de descanso para los actores. Empero, él precisaba que dicho logro lo había conseguido toda la profesión: “Son muchos y muchas –matizaba- los que han participado en la lucha por el reconocimiento de la dignidad de este oficio”, una tarea que el finado compartió con su militancia comunista.



Esta referencia y la conmemoración, ayer, del Día Internacional del Trabajo o Día del Trabajador, una jornada de descanso obligatorio para todos los conciudadanos y de reivindicación de los derechos laborales y sociales del movimiento obrero, afloran a la memoria la constancia y compromiso de un sembrador de conciencia de clase, quien  hoy ejerce por los tajos andaluces.



Utópico, soñador y librepensador, tras una dilatada y convulsa trayectoria de lucha, el pedagogo de la clase obrera acostumbra pasear la ciudad en el ecuador de la mañana, a la hora en que los trabajadores de diferentes sectores, sobre todo el de la construcción, se emplean en dar cuenta de sus bocadillos y viandas de sustento. El  proclamador –inoportuno, a veces- de los derechos laborales empatiza con cierta facilidad con los currantes, a quienes recuerda los conflictos y las graves consecuencias –sacrificio personal y familiar, pérdidas de bienes, cárcel y hasta sangre- acarreadas por la lucha en defensa de logros como el del descanso para el “bocadillo”.



Los trabajadores de más edad sintonizan de inmediato con el impertérrito visitante y rememoran vivencias y nombres, trincheras y trullos, heridas y triunfos. Los currantes jóvenes muestran su ávido interés por tan histórica como –para ellos- ignorada “guerra”, al tiempo en que son advertidos por la veteranía, especialmente en estos tiempos, de las advenedizas voces salvadoras que con cantos de sirena pretenden “vender” vacuas promesas para garantizar los derechos y la defensa de los trabajadores.



Benito, un fino escayolista y especialista en pladur, agradece al pedagogo su informativa y formativa disertación, pero le apunta que a él nadie le ha dado nada y que la vida ha sido dura. Nacido y criado en un cortijo alpujarreño, junto al municipio de Almegíjar, Benito  apenas si pudo asistir a la escuela, por lo que carece de la más básica instrucción. Su único hermano mayor pronto abandonó la casa familiar y se incorporó como yesaire en una empresa de la capital entablando relaciones con la hija del propietario, con quien casó algún tiempo después.

Además de atender las labores agrícolas, Benito se ocupó en chapuzas diversas hasta que con 17 años salió por vez primera del caserío alpujarreño y sustituyó pronto su entorno campesino por un puesto de trabajo en la yesería. Los dos hermanos descubren las posibilidades del pladur y deciden crear su propia sociedad en la que realizan grandes inversiones para su modernización tecnológica. Los buenos resultados tienen los días contados. La crisis de 2008 incide negativamente en la boyante empresa que causa a sus gestores una auténtica ruina.  En tal situación, Benito, que ya es padre de dos hijas, se encierra en su casa para buscar alguna salida.

Decide regresar a sus orígenes: la tierra y el campo alpujarreño, en donde atisba enormes posibilidades de futuro. Junto a su hermano coge en aparcería numerosas propiedades cercanas a la de sus padres, y tras adquirir un tractor oruga de segunda mano –de cuyo funcionamiento desconocía todo- las cultiva y las pone en producción de almendra.  Los beneficios de la agricultura permiten a estos visionarios de la tierra liquidar deudas y retomar la escayola y el pladur, actividad en la que regentan una de las mayores firmas andaluzas con implantación en casi todas las provincias de nuestra Comunidad.

La reflotación de la sociedad yesera no ha sustraído a estos dos alpujarreños del amor y vinculación con sus orígenes campesinos, en donde mantienen la tierra y vivienda de sus progenitores. Y es que Benito y su hermano son dos obreros de fortuna.


Temas relacionados

para ti

en destaque