Promesas de verano

“Detrás de cada canción suele haber una historia real”

José Luis Masegosa
07:00 • 19 jul. 2021

Noches atrás disfruté de un inolvidable concierto  del veterano Victor Manuel, quien bajo el título  genérico de Volver a cantarlo ofrece un  recorrido poético por su vida y por la de la sociedad española de los últimos tiempos. El cantor de Mieres explica y recuerda cada canción desde su nacimiento en Mieres del Camino, en 1947, hasta alguna de sus más recientes composiciones como “Allá arriba al Norte” o “Digo España”. Con impecable sencillez y con su gran capacidad comunicadora el incansable artista asturiano desnuda en estos conciertos especiales la intrahistoria de cada uno de sus temas, la historia que ha inspirado cada una de sus canciones, un regalo que el público agradece porque las canciones tienen capacidad de provocarnos muchas emociones cada vez que las escuchamos y aunque puedan ser  poesía o invención en muchos casos detrás de cada canción suele haber una historia real, unos hechos que han pasado. Así, el autor de “El abuelo Vitor” descubrió al público el origen de la canción “A dónde irán los besos”: la disyuntiva entre el amor idealizado de su adolescente juventud con Brigitte Bardot y la  relación sentimental de su primer amor con Juanita, la novia de su pueblo, aunque deja al albur de la realidad el desenlace y ciertos interrogantes. Mientras seguía las interrogaciones sin respuesta del estribillo de esta pieza -¿A dónde irán los besos que guardamos, que no damos?/¿dónde se va ese abrazo si no llegas nunca a darlo?/¿dónde irán tantas cosas que juramos un verano?/bailando con la orquesta, prometimos no olvidarnos- recordé la truculenta y dramática  historia de otra canción - “La mano de Dios”, del desaparecido cantante granadino Francisco Valenzuela, “Valen”-  que enamoró a Luis, un paisano y amigo de toda la vida, de una de sus juveniles amigas de pandilla, María, en los primeros años de los setenta. A raíz del comentario acerca de la actuación de Víctor Manuel mi amigo, que aún no ha sabido archivar su caso, me ha reconstruido el inacabado romance, que curiosamente inició tal día como el pasado sábado, en la víspera de la entonces fiesta nacional del 18 de julio de 1971. Aquel 17 de julio quedó grabado a fuego en el corazón de mi amigo, pues aún recuerda algunas de las efemérides del día; entre otras, que Franco recibió al entonces vicepresidente norteamericano, Spiro Agnow; y en el ámbito provincial que se bendijo el mercado de abastos de Santa Fe de Mondújar y que se inauguraron diversas actuaciones como la pavimentación de la Plaza Mayor de Alcudia de Monteagud. Títulos como “El hombre orquesta”. “Donde el mundo acaba” o “En un lugar de la Manga” se exhibían en las salas de cine de entonces, según relata mi interlocutor, quien rememora aquella noche del sábado, 17 de julio, con todo detalle. Me cuenta que la chispa entre los dos jóvenes surgió tras algún tiempo de flirteo motivado por la coincidencia de su nombre y el de su todavía amiga con los protagonistas de “La mano de Dios”, un pegadizo tema del tardofranquismo cuyo relato cuenta la azarosa relación de una pareja, Luis y María, que encuentra su nuevo hogar en el madrileño barrio del Pilar. Ambos, que se conocieron por azar en una romería de Extremadura,  se habían criado en escenarios sociales diferentes, circunstancia que provocó cierta oposición a su relación por parte de algunos familiares. Una tarde de primavera el amor desbocado de Luis y María les llevó a una entrega mutua en un pajar abandonado del pueblo valenciano de ella. Meses después se casaron en una ermita de la huerta levantina y con posterioridad se trasladaron a Madrid. 



Padres de dos hijas, la vida se les volvió en contra y tras un periodo de tiempo en Barcelona acabaron en Argentina, donde el matrimonio hizo aguas, si bien la pareja se reconcilió y regresó a Madrid, donde se impuso el amor. 



Desconocedores de tan verídica novela, los otros Luis y María, mis conocidos, se juraron amor eterno aquella noche estrellada del mes de julio con un tembloroso beso que les bañó de ternura y cariño. Durante años, los kilómetros de ausencia física desaparecían al instante del reencuentro cuando el amor era un histórico monumento irreductible por contratiempos y cataclismos, frente a los que la comunicación permanente de las almas consolidaba su andante romance, del que hoy restan el último obsequio no entregado de un hippy con una histórica consigna: “Fais l`amour. Pas la guerre”, junto a innumerables objetos, fotografías dedicadas, un voluminoso epistolario con promesas y juramentos sellados bajo un mismo lecho, hasta un pañuelo verde de María con un cómplice gato blanquinegro que testifica deseos y anhelos de pasiones rotas, cuando él era vasija de gozos que atesoraba todo el amor de los siglos. Pero aquella aurora del corazón –me precisa Luis-, aquellos días de la vida azul sucumbieron tiempo después por un manotazo negro, por el gesto esquivo de un amigo, por la sombra de una traición premeditada. Como un ascua perenne Luis aviva hoy su historia y con Víctor Manuel se sigue preguntando:¿A dónde irán los besos que guardamos, que no damos?/¿dónde se va ese abrazo si no llegas nunca a darlo?/¿dónde irán tantas cosas que juramos un verano?/bailando con la orquesta, prometimos no olvidarnos. Tal vez es que el olvido no entiende de promesas de verano.








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