El respeto a la liturgia

Alberto Gutiérrez
00:16 • 10 abr. 2021 / actualizado a las 07:00 • 10 abr. 2021

Hace unos días el periódico Abc publicaba un interesante artículo de la escritora Carmen Posadas acerca del atuendo de algunos parlamentarios españoles en los últimos tiempos, lo que ha transformado el otrora sobrio paisaje de las bancadas del Congreso en una cantina universitaria. Posadas apuntaba que la vestimenta informal y en ocasiones zarrapastrosa (eso lo digo yo) de algunos diputados ha podido ser uno de los motivos de la erosión del debate público, pues, según ella, el respeto a las Cortes comienza en el momento que uno se presenta al edificio de la Carrera de San Jerónimo de Madrid.


A raíz del artículo de la escritora hispano-uruguaya defendía en mis redes sociales su postura, porque yo también considero que la liturgia, en cualquier aspecto de la vida, debe cuidarse. Alegaban los discrepantes que lo importante no es cómo vistan los diputados y diputadas sino que realicen bien su trabajo e incluso recordaron las palabras de un miembro de Unidas Podemos (Alberto Rodríguez, conocido por sus rastas) cuando despidió con gran nobleza y bonhomía a un parlamentario del PP que creo que se jubilaba. También criticaban mis amigos en redes la “vieja política”, bien vestida y en ocasiones corrupta, de modo que, afirmaban, no importa tanto la ropa como el comportamiento. El eterno debate de la ética y la estética.


Obviamente el traje de chaqueta de nuestros próceres no es garantía para el buen ejercicio de sus funciones ni tampoco el atuendo informal predispone a la algarabía y el despiporre en los debates en las Cortes. Faltaría más. Pero, como decía, en la vida existen liturgias y ritos que deben ser conservados, acaso porque para la mayoría de las personas el Congreso de los Diputados es un lugar sagrado y cuando algo resulta sagrado para unos debe ser respetado por los demás.



Como todo en la vida, habría que entender las motivaciones que llevan a estos nuevos políticos a vestir como si salieran de cervezas por Malasaña. Porque si ellos mismos acuden embutidos en holgado esmoquin a la gala de los Goya (Pablo Iglesias), ¿por qué no hacen lo mismo cuando se presentan en el Parlamento ante los españoles o en la Zarzuela ante el rey? Probablemente por dos motivos: por un lado abjuran de las jerarquías (¡esa casta!) y, por otro, no creen en las instituciones, ya que piensan que no les representan (sí lo hacen, en cambio, la gente del cine). Hasta que no sean ellos quienes manden, claro.


Resulta llamativo el igualitarismo que invocan algunos, aunque una vez que tocan pelo y billetera olvidan milagrosamente lo que antes demandaban. En una utilización espuria de lo que ellos llaman “la gente”, pretenden identificarse con el pueblo para después vivir en lujosos chalets protegidos por patrullas de la Guardia Civil. ¿Dónde queda ahora la deslegitimación de las jerarquías, de la famosa casta?



El refranero español, que es sabio, dice muy bien aquello de “donde fueres haz lo que vieres”. Y de la misma manera que uno no debe acudir a una boda en mangas de camisa ni un futbolista jugar vestido de ciclista ni tampoco un torero actuar en el coso ataviado con un chándal, un político no debería representar a los españoles en camiseta. Porque ya puestos, ¿por qué no hablan en el atril de oradores en bañador o disfrazados con la capa de Superman o, peor aún, con taparrabos como Tarzán?




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