Hijos del árbol milenario

José Ramón Martínez
00:06 • 02 dic. 2020 / actualizado a las 07:00 • 02 dic. 2020

Era casi un adolescente cuando camino de la vendimia, pasé por San Sebastián procedente de mi localidad natal. Aquella ciudad no parecía España, al menos, la que yo conocía. Me impactó lo bien que la gente iba vestida, una ciudad burguesa y rica. A la espera de que nos dieran los permisos de inmigración para cruzar la frontera, afloraba en mí una sensación de rabia interior ante esa división de la España de ricos y pobres, que se había visualizado por primera vez ante mis ojos. 


El barrio de Txeroki


Casi veinte años después, llegaría a Bilbao, becado por el diario El Ideal para hacer el master de periodismo organizado por El Correo. Lo primero era buscar una habitación lo más cercana posible al periódico, en este caso en el populoso barrio de Santuxu. No fue fácil la comunicación, entre un tiempo que no paraba de llover y la firmeza de las convicciones, casi agresivas, de algunos. No me extrañó, entonces que, en la mili, algunos vascos nos tacharan de salvajes a los andaluces por no ir a misa. 



Sin embargo, lo más llamativo era que la atmósfera política no tenía nada que ver con la del resto del país. El Correo era un auténtico bunker y seguían las manifestaciones en la calles al viejo grito de “policía asesina” que creíamos ya desaparecido. 


Un día vino a darnos una charla Gregorio Ordoñez, un joven político que empezaba a destacar y al que se daba como futuro alcalde. Lo vimos llegar solo, en un Volkswagen algo destartalado, y pronto nos cautivó por lo simpático y campechano que era. Mostraba un entusiasmo e idealismo sin límites.



No parecía muy consciente de la realidad y los odios africanos que su figura podía alimentar en una sociedad en la que, a unos se les asignaba el papel de buenos y abertzales y a otros el de españoles y enemigos del pueblo vasco. No tardaron mucho en matarlo. La limpieza ideológica y acabar con el disidente seguía siendo el argumento con más fuerza del momento. 


Todo pudo



ser diferente


Cuenta el filósofo Alain Finkielkraut, que en pleno mayo del 68 y con las banderas de la utopía al viento la lectura del Archipiélago Gulag les curó de arrogancias e idealismos exacerbados. Aquí no hubo esa suerte. Mientras los partidos de izquierdas iniciaban un profundo proceso de cambio y moderación ideológica, otros quedaron a extramuros de la realidad y atrapados en los maximalismos revolucionarios de la época. 


El caso es que los intentos por encontrar una salida armonizadora no dieron resultado, sino todo lo contrario, se pusieron las bases de un régimen de terror alejado de una cultura política cívico-liberal. La historia pudo haber sido otra, pero, como explicaba el profesor Rafael del Águila, el peligro estaba en los optimistas armados de ideales y dispuestos a legitimar la crueldad y el horror necesarios para sus objetivos. 


Cómo pudo 

pasarnos esto 


Por qué hemos pasado de idealistas primero a caines después y no en otras Españas, tanto o más humilladas y ofendidas, con o sin lenguas propias, se preguntaba la escritora Idoia Estornés. Entre predicadores, mártires y héroes, la efervescencia revolucionaria prendió, al igual que aquellos discursos de pueblo oprimido, sojuzgado o asimilado. El recuerdo revanchista de la guerra civil siguió presente frente al espíritu conciliador que se iba abriendo paso en el resto de España.  


En este sentido, es significativa la anécdota que cuenta Gregorio Morán al escuchar cómo Mario Onaindia, líder socialista, llamaba amigo y paisano, al entonces dirigente de Batasuna Santi Brouar, asesinado dos años más tarde por el Gal. Pues bien, no estaría mal reivindicar aquel espíritu de aceptación del otro para la nueva etapa. Y es que el drama de esta sociedad se encuentra, en la negativa de muchos a aceptarse en su pluralidad.  (Mañana: Bildu y Patria, agitan el oasis vasco)


Nota: Hijos del árbol milenario corresponde al título de la magnífica novela de la escritora María Jesús Orbegozo que recrea el universo familiar y emocional en el que se fraguó la violencia en Euskadi desde comienzos de la guerra civil hasta el final de la dictadura



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