Viva el Rey o Viva la República

Pedro Manuel de La Cruz
07:00 • 01 nov. 2020

Cuando este tiempo de furia, estupidez y ruido se haya alejado y regresemos sin pasión a estos meses desde el análisis sosegado de la reflexión, nos daremos cuenta de la mediocridad infinita con que hemos sido gobernados, desde el gobierno y desde la oposición.



Madrid, como escribió el gran Miguel Naveros, es una ciudad de embustes y escaleras donde, si durante un mes se produjera un gran silencio político y mediático, sin duda sería aprovechado para calmar la pandemia de estupidez que asola la inteligencia y perturba el ánimo. No será así y sus juegos políticos de irresponsabilidad infinita amenazan con envenenar, no solo el entendimiento de quienes los practican, sino el de miles de ciudadanos, millones quizá mejor, de espectadores hambrientos de emociones fuertes y saciados de rencor.



El debate abierto sobre la monarquía es un ejemplo de acumulada irresponsabilidad. Es innegable que la forma de estado ha sido y sigue siendo un cruce de caminos atractivo para muchos. Nada hay que objetar a que así sea y llegará un tiempo en el que al tema le habrá llegado su momento.



Lo que no tiene en modo alguno sentido es que esa  dicotomía entre república y monarquía se quiera elevar a los altares del protagonismo social en una situación tan extremadamente grave, tan extremadamente compleja como la que atravesamos. 



Las crisis sanitaria, económica y política (ya nadie cree en los políticos), ha abierto tres vías de agua de tan importante calado que abrir otra con la puesta en cuestión del título de la Constitución, el que establece la Monarquía parlamentaria como firma de Estado es de una irresponsabilidad inabarcable, de una torpeza infinita y de una pérdida de perspectiva o infantil (por desconocimiento) o llena de maldad (por intentar ocultar con esta cortina alguna miseria propia); me quedo con esta última posibilidad.



En política, como en la vida, nada es inocente y el debate abierto por Podemos y los independentistas en su permanente-y legítima- ensoñación por la Republica es solo un desfiladero, otro más, no para cambiar la gobernanza del país, sino para cambiar el país y convertirlo, como tan acertadamente dijo Felipe González hace unos días, en una “republiqueta llena de países con derecho a decidir su independencia cuando quieran y tantas veces como lo deseen”. Un disparate vamos. 



No habrá temas infinitamente más carácter de urgencia en estos momentos en los que la ausencia de certezas atenazas el futuro, que introducir, desde Madrid y en la agenda política nacional, el debate Monarquía/ República. Que falta de sentido de Estado y de preocupación por los verdaderos problemas ciudadanos. Una falta de sentido común similar al camino emprendido por el hooliganismo monárquico que, en su intento por desestabilizar la cohesión en el gobierno de coalición (un ejercicio inútil e ingenuo: nada une más que el poder y Sánchez e Iglesias lo saben mejor que nadie) ha multiplicado los ecos de las voces republicanas, llevando el argumento republicano al primer plano de la discusión política, aunque sea para criticarlo. Otro gran ejemplo de inteligencia.


El vídeo de Viva El Rey, auspiciado por la irreductible ante el ostracismo Marquesa de Casa Fuerte, Cayetana Álvarez de Toledo, ha sido la mejor gasolina para el motor republicano de Pablo Iglesias y quienes le secundan en la operación. En su intento de apaciguar el fuego, los catorce minutos de vivas al Rey han sido la mejor leña para avivarlo. Claro que, si seguimos sin caer en la ingenuidad, cabe pensar que el interés que se escondía en su realización, no era defender al Rey, como aparentaba, sino recuperar el protagonismo de personajes que lo habían perdido.


Decía Ingrid Bergman a Humphrey Bogart en aquella romántica imagen de Paris con las bombas como sonido de fondo que “el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”. Ahora que el mundo se tambalea, los líderes políticos españoles dedican parte, gran parte de sus esfuerzos, a pelearse. Van a acabar pareciéndose más al contrabandista Ugarte y al cínico capitán Renault de “Casablanca” que al comprometido Víctor Laszlo , el político que luchaba por la Libertad frente a la barbarie. 

 


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