Un mundo armónico para todos

Víctor Córcoba Herrero
07:00 • 21 sept. 2020

Otro mundo ha de ser posible. Hay que gestarlo. En esta empresa hemos de estar todos, trabajando a destajo si es preciso. Justamente; cada vida, por muy minúscula que nos parezca, ha de contribuir a mejorar el ambiente. Despojémonos de esa enemistad. Tenemos que entendernos, armonizarnos, comprendernos, revivirnos unos en otros, y cada cual debe ser parte de la existencia del otro. 


Para las Naciones Unidas, el 2020 ya estaba destinado a ser un año diferencial, en cuanto al engranaje de la escucha y el mecanismo de aprender; y, así, para conmemorar su setenta y cinco aniversario, se ha invitado a millones de personas de todo el planeta a conversar sobre la construcción del futuro armónico que deseamos. Naturalmente, querer es poder, y a pesar de que el COVID-19 nos conmueve y agita, también nos recuerda, que para ganar esta nueva lucha contra la peor crisis de salud pública de nuestro tiempo, se requiere trabajo conjunto, espíritu cooperante en suma. Un mundo coaligado comparte ideas y reparte entusiasmo; algo innato que, además, forma parte de nuestra supervivencia como tal. Por eso, hacer realidad la propuesta de la ONU de “forjar la paz juntos”, celebrando de este modo el Día Internacional de la Paz (21 de septiembre),  me parece una buena costumbre, sobre todo para hacernos estimar, mediante la compasión y el impulso de la esperanza, frente a la pandemia o esa atmósfera que esparce odio y venganza, pues lo importante es que se cotice el respeto en nuestras miradas y la consideración hacia toda caminante. 


Sin embargo, cuando la desconfianza y el recelo nos desbordan, es imposible relacionarse armónicamente y el riesgo de terror aumenta. Urge, en consecuencia,  aprender a vivir absolviéndose, comprometiéndose de veras, pues no hay conciliación sin reconciliación; y, aún menos, sin compromiso con uno mismo y con el ambiente.



Tiene que ser posible, pues, otro mundo más humano, al menos para que cesen las constantes hostilidades. Hay que poner la clemencia como modo de vida. Desterremos el rencor de nuestros abecedarios internos.  Propiciemos el encuentro, no el encontronazo;  atenuemos actitudes soberbias que nos dejan heridas profundas. El ser humano debe de repensar sobre sus vicios y actitudes. También los gobernantes han de escuchar más a la gente. Prevalezca el diálogo auténtico sobre el fanatismo. 





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