Ayuso o la banalidad

Rafael Torres
07:00 • 19 may. 2020

Casi todo derivaba imparable hacia lo banal antes de la epidemia, la música, el cine, la política, la literatura, el sexo, la odontología, la comida, la amistad, pero éstos meses de encierro, de angustia, de miedo y de dolor barrieron violentamente, inevitablemente, la hojarasca de trivialidad de nuestras vidas. Sin embargo, parece haber sobrevivido incólume la banalidad en estado puro: Isabel Díaz Ayuso.


Si, como escribió Oscar Wilde, nada es pecado salvo la ligereza, habrá que admitir que la todavía presidenta de la Comunidad de Madrid reuniría lo indispensable para ser identificada como una gran pecadora, condición que, por lo demás, se compaginaría a la perfección con esas fotos a lo María Magdalena teatralmente transida de dolor. La ligereza de esta criatura que ama los atascos, que propinó durante dos meses a los escolares pobres de Madrid una alimentación delirante a base de "fast food" y que organizó una performance tumultuaria en la clausura del Ifema por la que el virus pudo rular desahogadamente, la ligereza de esta criatura, digo, linda en estos tiempos tan duros con lo paranormal. Linda con lo paranormal o lo traspasa, más bien ésto segundo. Ignoro la naturaleza de los trapis que pueda haber bajo su lujoso y muelle confinamiento, pero no la catástrofe que ha diezmado a los ancianos de las Residencias de su Comunidad, que se hallaban dejados de la mano de dios. No sé tampoco hasta qué punto las mamarrachadas de las cacerolas cuentan con su adhesión, su estímulo o su beneplácito, pero sí que la directora general de Salud Pública de su gobierno regional tuvo que dimitir, horrorizada por las prisas de la presidenta por desescalar.


Hay quien presenta a Isabel Díaz Ayuso como una niña de viejo anuncio televisivo de muñecas con la cabeza llena de unicornios, diábolos, mariposas, estrellitas y nubes de algodón, pero la extrema banalidad de su discurso y de sus actos desvela una rara violencia que no es propia de las nenas, ni siquiera de su caricatura. ¿Se puede ser, entonces, inane y brutal? ¿Por qué le encocora tanto a la presidenta la Fase 0, si es la fase en la que en todos los órdenes y en todos los sentidos ella parece estar?






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