Que Dios reparta suerte

Ramón García
07:00 • 03 mar. 2020

La otra noche volví a verlos en Madrid, pero la primera vez que los escuché yo tenía catorce años recién cumplidos y era un jovencito impresionable que intuía que la música escondía muchos más secretos que los que la radio y la tele del momento nos querían mostrar. Y con esa bisoñez incorporada me encaminé a Radyelec, una tienda de discos que los veteranos almerienses recordarán, dispuesto a dejarme atrapar por cualquier portada, que es lo que se hacía entonces. Si el contenido era bueno, eso ya se comprobaría mas tarde.  


Y ahí estaba él, con su raído abrigo y unas greñas que se intuían grasientas y pestilentes. Pero lo que más me llamó la atención era su pose, ya que con una aviesa mirada y media sonrisa me hacía un corte de mangas. Y no sé si estaba dirigido al mundo, pero yo pensé que estaba dedicado a mí. Me compré el vinilo sin pensármelo demasiado.Ya en casa caí rendido ante una música diferente a todo lo que había conocido hasta el momento, mezcla de contundente rock con una sensibilidad folk fuera de lo común, mientras leía con dificultad su tipografía gótica en la contraportada e interior. Sus letras hablaban de dios y sus himnos, de mercados medievales, de pordioseros sátiros y prostitutas bizcas, y hasta de recuerdos escolares. Aquello era demasiado atractivo para un imberbe como yo. Que esa misma noche presenciase mi primer concierto de rock, de unos tal Dr. Feelgood en la Terraza Imperial, logró que esa jornada quedase marcada a fuego en mi memoria. No era para menos: acababa de comenzar mi idilio musical con Jethro Tull y, sin sospecharlo, había adquirido una de las obras más fascinantes del rock: Aqualung.


Aclararé para los despistados que la banda adoptó el nombre de un agrónomo e inventor británico del siglo XVIII, pero el señor melenudo – actualmente ya no tanto – y barbudo que canta y toca su flauta adoptando la mítica ‘postura de la garza’ se llama Ian Anderson y es uno de los más grandes genios que la música ha parido. Y si alguien me lo quiere discutir, que vaya eligiendo padrino y arma para el duelo.



En pocos meses volverán a visitar nuestra ciudad, así que no descarto hacer todo el proselitismo ‘tulliano’ que se me deje desde estas páginas. Independientemente de sus directos actuales, creo que merece la pena rescatar sus obras fundamentales y dejar constancia de la genialidad de una banda que ha marcado mi vida. Voy a intentar que cuando Mr. Anderson pise el albero de nuestra plaza de toros el próximo 14 de junio algunas nuevas generaciones hayan escuchado unas cuantas de sus obras maestras. El resto de la faena tendrá que hacerla él. 





Temas relacionados

para ti

en destaque