Unamuno y don Gabriel López

Adolfo Iglesias
07:00 • 19 oct. 2019

Una de las claves del desgarro de este país es el tiempo. El cambio de la percepción del tiempo, el cambio de su papel y función en nuestras vidas e imágenes sobre la vida. En medio de este desastre temporal estamos como protagonistas los muchos españoles de nuestra amplia generación del desarrollismo (o babyboomers) y nuestros hijos, que estos días queman las calles en Cataluña entre selfies y twitters. No lo hemos sabido hacer, no hemos conservado el tiempo.   

Muchos años antes de que se hablara repetitivamente de “memoria histórica” en España, yo me sumergía en la memoria de verdad  a través de un amigo al que he echado de menos en muchas ocasiones: don Gabriel López. 


Con 17 años, la vida me había arrancado del lado de mis coetáneos adolescentes y tenía entre mis mejores amigos a dos hombres octogenarios. El otro amigo era Joseph Levine, piloto británico de la RAF que bombardeó la Berlin de Hitler.Don Gabriel, almeriense de Alhama. 



Tras ver la magnífica película de Amenábar me acordé de don Gabriel. Al seguir desde hace años con interés  la locura colectiva de gran parte de la población en Cataluña me acuerdo de don Gabriel.  Ahora comparto aqui en breve lo que recuerdo de él 35 años después. 


Nacido en la tierra de Salmerón cerca del inicio del siglo XX, don Gabriel López comenzó a estudiar Medicina en Granada. Al final solo continuó y acabó Farmacia. Se convirtió en el farmaceutico de Alhama de Almería durante décadas y en el final de sus días fue presidente del Colegio de Farmacéuticos. Junto a su hermano y primos formaba parte de la pandilla de amigos de Federico García Lorca y vivieron tiempos convulsos, cambios de gobiernos y sucesos como la semana trágica de 1919. Eran excelentes estudiantes y  cuando cumplían el final de curso y volvían a casa alguien de Alhama  se colocaba en un risco a modo de centinela para otearlos a los lejos cuando llegaban en coche de caballos. Entonces, uno de aquellos universitarios alhameños alzaba sus manos e indicaba una cifra con los dedos. Eran las matrículas de honor que traían los primos López, se corría la voz por todo el pueblo y era motivo de celebración.



Durante algunos años acudía a casa de don Gabriel sin avisar,  como si fuera un amigo más de la pandilla. A veces nos sentábamos alrededor de una mesa camilla, otras en dos mecedoras, y con la música clásica de Radio 1 de fondo me quedaba hechizado por cada historia que me contaba de aquel pasado que yo no había conocido más allá de los libros de la EGB. Su amable hija María lo cuidaba con mimo y era atenta conmigo. 


Llegada la Guerra Civil, don Gabriel llegó a ser jefe médico del frente militar de Almería y Granada. Alguno de esos hermano y primos fueron asesinados en aquel fraticidio irracional. Tras la derrota del ejército del gobierno legal, don Gabriel fue apresado y fue llevado como ganado en un infame vagón de tren hasta el penal de Dueso, en Cantabria, donde compartió reclusión con Ramón Rubial, presidente del PSOE, con el que había intercambiado varias cartas. 



Don Gabriel vivió guerras y revoluciones, era convencido militante del PSOE y se le tensaba su escuálido cuerpo cuando hablaba del fascismo. Pero nunca usaba el término ‘fachas’. No era radical, no era un fanático. Pese a criticar muchos detalles, estaba contento con la democracia que recuperamos en 1978 y la España que modernizaba Felipe González.  La España de decenios antes que me contaba don Gabriel era la España de Unamuno que Alejandro Amenábar ha captado en su profunda y poco emotiva “Mientras dure la guerra”. 


Me pregunto si hoy viviera mi amigo don Gabriel qué me diría de la locura colectiva de Cataluña. Él era un español sin complejos, socialista convencido, y no entendería que hoy los que se definen de izquierdas fueran condescendientes con el fascismo nacionalista. 


Ya he madurado algo. Y ahora le podría explicar a don Gabriel la España que creo que no entendería por si solo. Cómo ha habido un cambio tecnológico que ha modificado la percepción del tiempo. Cómo los mayores ya no son mayores para los pequeños. Los mayores ya no cuentan la historia vivida a los menores en una mesa camilla. Los menores viven a su manera una supuesta historia pasada, que en realidad se pierde  en memes, smartphones y selfies. Ya no hay don gabrieles para los jóvenes de nuestra España. 


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