Mientras la calima de agosto inunda el Congreso de los Diputados, cerrado por vacaciones, y la clase política, sin haber aprobado en junio, se se dedica al baño, la economía empieza a dar señales preocupantes de una ralentización del crecimiento.
Los datos del Ministerio de Trabajo sobre el empleo demuestran, como ya anticipó la Encuesta de Población Activa (EPA), que la creación de puestos de trabajo sestea. La Seguridad social suma 15.514 cotizantes más, pero es el dato más bajo desde 2014. Al mismo tiempo, el paro se redujo en poco más de cuatro mil trabajadores, en pleno mes de julio; una cifra que se equipara con el funesto verano de 2008.
Es verdad que la enseñanza tiene mucho que ver con este mal dato por la, inexplicablemente tolerada, costumbre de despedir a todos los docentes eventuales, dejarles sin sueldo en verano y recuperarles en septiembre. Pero el sector servicios había suplido dicha disfunción, hasta este año. Por lo tanto, si los datos del paro son malos en julio parecen anunciar que se acaban las alegrías y que octubre puede dar el aldabonazo.
Si a estas alturas del año y del cuatrienio, España no estuviera, una vez más, sin Gobierno, cabría alegar que nos sumamos a la tendencia europea de desaceleración económica impulsada por los riesgos del Brexit y la enloquecida política económica de Donald Trump. Pero estos primeros síntomas de alerta necesitan medidas de corrección económica que un Gobierno de funciones, y con unas probables elecciones generales en puertas, no va a afrontar.
Ya, esta misma, semana se ha sabido que el PIB ha perdido dos décimas frente al trimestre anterior. Estamos dejando de ser esa punta de lanza que tanto asombraba a las autoridades económicas de la UE, por la fortaleza de una economía que resistía los embates que han dañado a Francia o Alemania y que crecía más del doble que la zona euro.
Pues parece que estás alegrías se han terminado: un crecimiento interanual del 2,25% nos sitúa a niveles del año 2014.
Precisamente el 22 de julio, en el fragor de los debates de la investidura fallida, el candidato Pedro Sánchez anunció desde la tribuna que el paro bajaría, por fin, de la maldita cifra de los tres millones de desempleados. O le informaron mal o confundió los deseos con la realidad. Parece inverosímil mantener un crecimiento sostenido con los presupuestos de un ministro llamado Cristóbal Montoro que, hace más de un año, ha vuelto a la actividad privada.
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