La vida doble

José Luis Masegosa
07:00 • 22 jul. 2019

A esa transida hora de la noche a la madrugada, cuando los pocos gallos –sean capones o no- que aún habitan los añejos corrales de nuestro hábitat rural despiertan las adormecidas entendederas de quienes se encaminan al descanso cotidiano, algunos relojes silencian el tañer de sus campanas. Sin embargo, en numerosos pueblos y ciudades la tradición manda y el familiar marcaje de las horas, cuartos y medias, se mantiene desde siglos. Esta centenaria costumbre ha generado ciertos conflictos vecinales, como el ocurrido hace unos días en el municipio turolense de Beceite, tras la queja y denuncia de los propietarios de una casa rural por el sonido que emana de la atalaya cercana cada vez que el reloj regala sus cuartos, las medias y las horas durante la noche. El sonido forma parte del día a día de este pueblo desde que se instalara el reloj, hace más de cien años, y no consta que hubiera provocado un conflicto de esta índole, cuya solución está en manos de los propios vecinos mediante la celebración de un  referéndum que ya cuenta con el visto bueno del Consejo de Ministros.


No es éste el único desencuentro originado por los sonidos nocturnos en las despobladas tierras aragonesas, donde constan varios conflictos surgidos por curiosas fuentes de ruido, como el pleito entablado en la localidad zaragozana de Zuera por un vecino que llevó a juicio a otro porque sus gallos le estresaban y le alteraban el sueño.


En estas tierras sureñas parece que gozamos de ánimo más templado, espíritu más tolerante y de mejor disposición para conciliar el sueño. De no ser así, un poner: qué habría sido de los riegos de la extensa huerta de mi pueblo, ordenados por el tañer del reloj de la torre de la Basílica de las Mercedes . A esa hora transida de la noche a la madrugada, la sucesión de regantes, azadón al hombro, ha sido una constante regulada por las peculiares tandas de la otrora fértil Fuente de la Polaca, cuya ordenación siempre quedó establecida por el reloj de la torre basilical, en cuyo campanario las tres lustrosas ocupantes, nominadas con el santoral –María Santísima de las Mercedes, Jesús, José y María y Nuestra Señora del Carmen- marcan con fiel exactitud los cuartos, las medias y las horas. Tras la última reparación del complejo mecanismo del reloj, en 2003, se suprimió el toque nocturno entre las doce de medianoche y las siete de la mañana, aunque parte del vecindario no se sintiera contrariado porque se llegara a restaurar el tañer durante toda la noche. Pero a esa “normalidad” horaria del reloj sí se añadió una singularidad que transforma las leyes de la rotación de la Tierra y, consecuentemente, la duración del día. Cualquiera que desee vivir cuarenta y ocho horas en una jornada, en lugar de veinticuatro, sólo tiene que trasladarse a este peculiar rincón del Norte de la provincia.



En Oria, el horario local marcado por el reloj de la torre de la única basílica de la provincia suena dos veces; cada hora tiene su doble y a decir del Escolano del templo no se trata de un error mecánico ni de fallo del sistema del reloj –que se adquirió por dos mil reales al municipio de Vélez Rubio-, sino que la repetición de cada hora se realiza para que no haya vecino alguno que por sordera involuntaria o despiste accidental quede privado de saber la hora orialeña en la que vive. Hasta ahora, nadie se ha quejado de las cuarenta y ocho campanadas de las tantas señales horarias, ni de las correspondientes indicaciones de las medias ni, por supuesto, de los cuartos. El personal parece haberse habituado a tan familiar costumbre sonora que apenas si repara en la reiteración del metálico sonido del badajo sobre el labio del instrumento. Es un sonido que forma parte de la vida al cuadrado de este entorno y como tal se entiende porque, además, proporciona una exclusiva ilusión: la de que se vive el doble que en cualquier otro lugar del Planeta. Si ustedes gustan. 






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