Entre la ornitología y la jardinería

Dicen que la rutina mata al amor, pero esa idea no es más que gandulería emocional porque todos sabemos que en el fondo es el amor quien mata a la rutina. Y esto, que parece escrito por el mismísimo Perales, no es más que un modo de empezar a decir que a esta repetida costumbre del domingo electoral, con sus consabidas limitaciones editoriales y su habitual retahíla de frases hechas, la salva nuestro infinito amor por la democracia y por la libertad de poder decidir nuestro futuro. Ahora bien, quizás convendría revisitar los rígidos protocolos y las normas vigentes en la jornada electoral, que son de la época en la que todos éramos más indocumentados y acaso más felices.

Lo de ayer, por ejemplo. ¿Reflexionó usted satisfactoriamente? En fin. Esta misma columna, que hoy levita entre la ornitología y la jardinería, es otra prueba de ello. Y como no puedo decir lo que me gustaría, aunque usted tal vez lo intuya, me limito a lanzar una pregunta al aire. ¿Tiene sentido que en este entorno digital e instantáneo sigamos aplicando fórmulas pensadas cuando el fax era una herramienta novedosa y los teléfonos se marcaban número a número y con rosca giratoria? Tampoco parecen tener demasiado sentido las prohibiciones de publicar sondeos o encuestas días antes de las elecciones o que no se pueda hacer propaganda electoral por un lado, mientras que las redes y los guasaps son hoy un enorme muro lleno de mensajes que huelen a engrudo y megáfono.

Supongo que alguna vez alguien se parará a pensar y admitirá que hay que adecuar estas viejas normas a los tiempos que vivimos. En todo caso y aun a riesgo de contravenir la severa normativa respecto de la jornada electoral, me atrevería a sugerir -casi rogar- que no vote usted al candidato o candidata que ante el típico corrillo de micrófonos y cámaras a la salida de un colegio electoral, incurra en la grosera vulgaridad de llamar “fiesta de la democracia” a la jornada electoral. Nos merecemos algo mejor.