Mosqueados

Juan Pardo Vidal
00:55 • 21 mar. 2019 / actualizado a las 07:00 • 21 mar. 2019

Fui hace unas semanas al Jaya. Jugaba el Atlético contra el Real Madrid. Fui yo solo porque mi padre no quiso venir conmigo. —Papá, ven, joder, es bonito ese rollo intergeneracional padre-hijo unidos por la derrota. —No voy. Ese partido ya lo he visto yo muchas veces—dijo. —Este año es distinto, papá, ahora está el VAR, pero él, parafraseando a Pedro Sánchez, dijo que no, es no.


Había una mosca del Real Madrid que estaba molestando a la pareja de la mesa de al lado. El chico llevaba una camiseta del Atlético y estaba con la mosca detrás de la oreja desde antes del gol anulado a Morata. En ese momento el insecto se metió en su copa y él aprovechó para atraparlo tapando la cerveza con la palma de la mano. Empezó a mover el vaso circularmente para que el remolino de los restos de líquido la ahogara. Lógico. Pero a su chica, que llevaba una camiseta del Real Madrid, le pareció asqueroso y cruel. ¿Cruel?, preguntó él. Cruel es lo que hacen las moscas con los ojos de los animales en el Serengueti, eso es cruel, dijo el chico del Atlético, lo que yo hago es justicia. Ella insistía en que la cuestión era algo filosófico que el del Atleti no entendía y, para quitarle hierro a la cosa, pidió la repetición de los argumentos haciendo así un cuadrado en el aire con los dedos, como pidiendo el VAR. Al hacer el gesto le dio a la bandeja del camarero que pasaba por detrás y una tapa de carne con tomate le cayó a la novia en la camiseta blanca. Se lio gorda. —No te preocupes, ya eres rojiblanca, y eso me lo como yo ahora mismo— dijo abalanzándose sobre su escote (si no se llevó una hostia fue de milagro). Ella se levantó de una rabotada y se fue al baño a limpiarse. Él me miró como buscando algo de complicidad, se encogió de hombros y dijo que todo había sido por culpa del VAR, y se bebió el resto de la copa olvidándose de que la mosca estaba dentro. Escupió al suelo. Esto no tiene arreglo, pensé. Ya están —permitidme el jueguecito de palabras o reviento— mosqueados.


Yo continué viendo el mismo partido que mi padre ya había visto decenas de veces y, para consolarme, me refugié en esa frase de Borges: “Tiene la derrota una dignidad que la victoria no conoce”. El árbitro pitó el final y yo miré a la mesa de al lado, esperaba verlos enfadados pero, para mi sorpresa, estaban besándose apasionadamente, tenían sus lenguas cerca del punto de penalti y la mosca dios sabe dónde, y pensé que eso era el amor, un tío del Atleti con una mosca en el estómago morreándose con una del Real Madrid con el escote lleno de carne con tomate. Y me dio mucha envidia, me sentí como un personaje de la película ‘Campeones’ después de perder la final y me puse en pie y grité a destiempo, ¡¡Aúpa Atleti!!. Y Carlos, el dueño, desde la barra, me miró como diciendo, siéntate ya Juan Pardo y no bebas más. Pero yo no estaba borracho, era solo amor. (Siempre es eso, o su ausencia).






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