Ciudadanos más y mejor educados

Cada vez que la prensa se hace eco de algún nuevo acto vandálico (en este aspecto hay que destacar la extensa gama y constante floración de pellejerías que caracteriza al ecosistema urbano almeriense) se alzan voces indignadas que claman por una doble vía de evitación de la plaga: la multiplicación de la presencia policial y la instalación de videocámaras de seguridad. Y es admirable y positivo que parte de la ciudadanía reaccione y proponga y recomiende estas soluciones, que en mi opinión cuentan con el beneficio de la mejor intención y el inconveniente de lo meramente paliativo ante lo realmente curativo. De entrada, proponer aumentar la plantilla policial se entiende bien desde la perspectiva de quien aspire a encontrar por ahí el acceso a una profesión digna y bien remunerada. Pedir por tanto que tengamos más policías es, en ese sentido, una respuesta utilitaria a cada caso de vandalismo conocido. Pero crear plazas policiales no es fácil ni barato para el contribuyente, y tampoco garantiza la eliminación de los actos vandálicos. De otro lado, la instalación de cámaras obedece a la disimulada superstición de confiar a la tecnología aspectos en los que el desempeño humano parece haber fracasado. Véase la que se está montando cada jornada de liga con ese lío de los videoarbitrajes de última generación. Y además, la instalación de cámaras no sólo no garantiza nada, sino que además cuenta con una intrincada maraña de consideraciones legales por lo que de pérdida de derechos individuales tiene vivir en un entorno constantemente retransmitido a quién sabe dónde. Lo que vengo a decir es que la clave no está en tener una ciudad más vigilada (poner un gendarme o una cámara ante cualquier contenedor, pared, escultura o jardín, etcétera) sino en tener una ciudadanía mejor educada a la que le enseñen en el colegio y en su casa que no se queman contenedores, ni ermitas, ni nada, ni se arrancan flores o pintarrajean paredes. Pero a lo mejor estoy pidiendo mucho.