La derrota anunciada de todos

La foto de la comisión negociadora de Podemos tras su portazo a las negociaciones con el PSOE tras el acuerdo Sánchez-Rivera tiene tanta fuerza que es un cuadro enmarcado

SIN DATOS
SIN DATOS
Pedro Manuel de La Cruz
23:38 • 27 feb. 2016

Hay fotos que van más allá del instante de duda recogido; del flash que iluminó la tristeza detenida en una mirada; del destello de desencanto en un labio en bancarrota. Estampas que, en su desolada desolación, obligan a mirar dentro del sentimiento que las propicia. 
La difundida de la comisión negociadora de Podemos tras su portazo a las negociaciones con el PSOE tras el acuerdo Sanchez- Rivera tiene tanta fuerza que es un cuadro enmarcado por la frustración de los cargos perdidos, la tristeza de comprobar que el cielo debe esperar, el desencanto por la revolución pendiente y la virginidad irremediablemente perdida.
De aquel retrato de un Pablo Iglesias dios hecho hombre después de comunicar al Rey- menudo es él- su disposición a ser vicetodo de un gobierno presidido por Pedro Sánchez gracias a la sonrisa de un destino del que él era dueño, a la de Errejón y sus negociadores del miércoles, hay la misma distancia de amargura que va de la victoria imaginada a la derrota intuida.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han jugado fuerte y han perdido. Lo apostaron todo a ganador y pensaron, quizá porque creyeron que el futuro estaba escrito en las estrellas y les pertenecía, que cada una de contradictorias estrategias les llevaba a La Moncloa. 
El inicio de la derrota comienza en el desdén del adversario. Desde la noche electoral de las europeas de 2014 la dirección de Podemos fue escalando paso a paso, agravio a agravio, la montaña del desdén hacia Sánchez hasta alcanzar la cumbre de aquella mañana en Zarzuela en la que la moqueta y los tapices le confundieron la razón y le nublaron el entendimiento. Confundió el despacho real con la antesala del consejo de ministros y ha acabado en una encrucijada parlamentaria de salida arriesgada.
Hasta el próximo sábado nada está escrito. Si los economistas son especialistas en justificar mañana por qué se equivocaron ayer al pronosticar el hoy, los periodistas somos expertos en intuir con certeza la incertidumbre. Asegurar lo que pasará mañana o así que pasen cinco días es un  viaje inútil condenado al error. Nadie lo sabe. Ni los políticos que van a recorrer ese camino. El esperpéntico acuerdo de la navidad tardía en el parlamento catalán es una vacuna imprescindible para evitar el contagio del error. 
Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera tienen hoy tantas dudas como ayer y todos están ayunos de certezas. Los líderes del centro izquierda y la derecha por el vértigo de no saber qué hará Podemos; el líder de la izquierda radical y populista porque es consciente, bien consciente, que, si se equivoca, la cima a la que creyó llegar puede suponer el inicio del salto hacia el abismo de un descenso político de altísimo riesgo.
Seis meses más- como mínimo-de Rajoy en Moncloa no gustan a Iglesias; pero mucho menos a sus votantes. Si Pedro Sanchez y Albert Rivera ponen esta semana sobre la mesa gran parte de la agenda social de Podemos, parar los desahucios, la reforma drástica de la reforma laboral, la anulación de la Lomce, la supresión de ley mordaza, en fin, muchas de las cosas que llevaba Podemos en su programa,  qué argumentos pueden esgrimir para no abstenerse y llevar al país a una repetición de elecciones. 
Alegar que el contenido del pacto- por cierto, en algunos aspectos tan abstracto que parece redactado por colegiales del buenismo bienintencionado- está hecho para satisfacer al Ibex 35 y al PP es una slogan y una mentira. Lo del Ibex, en un país en el que la riqueza no se perdona, puede tener efecto en quien no la tiene; lo del PP es insostenible, porque el acuerdo alcanzado supone una revisión completa del fondo y las formas desarrolladas por el gobierno de Rajoy desde su toma de posesión hasta estos días de prórroga tan amargos.
Pedro Sanchez y Rivera estaban desarbolados hace dos meses. El primero por su fracaso histórico; el segundo por no alcanzar las altas previsiones que le daban todas las encuestas. Hoy, con su arriesgada decisión y su temeridad, ocupan la centralidad del tablero político y, para una España que clama por un acuerdo que evite unas nuevas elecciones, ellos nunca serán los culpables.
Lo que desconocen es que en política la eternidad es un instante y el protagonismo de hoy puede ser el prólogo de un previsible fracaso que les abocará a unos meses de travesía incierta. Sobre todo para el candidato socialista.
Porque es verdad que Pedro Sánchez ha jugado- está jugando- desde la audacia casi irreflexiva. Pero no hay que olvidar que, en su osadía, está apostando en dos mesas distintas: una la presidencia del Gobierno; la otra el liderazgo socialista. Este mes de protagonismo lo ha situado en el centro del relato político presente, pero su fracaso también lo puede situar, en el futuro inmediato, en el centro de la diana si los barones deciden que es preciso cambiar a los jugadores que protagonizan la partida. Saltar de caballo en medio de la carrera es casi suicida, pero continuar con el caballo equivocado conduce a la derrota.
En la otra calle, Pablo Iglesias ha perdido el megáfono y la vicepresidencia (¿o mejor la copresidencia? Ahí quizá esté la desolación esculpida en el rostro de algunos de sus negociadores: que ya se veían en el despacho ministerial), con la que sueña para destruir al PSOE y coronarse como líder de la izquierda radical (¿quizá también peronista? La transversalidad populista y el protagonismo televisivo y negociador de Tania Sánchez antes, e Irene Montero ahora, no solo no evitan el recuerdo de Evita, sino que lo hacen inevitable).
Vivimos días históricos no sólo para los partidos, sino también- y esto es lo más importante- para el país. Y mientras tanto el Partido Popular (Partido Pasmado, le ha llamado algún columnista), sigue tocando la lira a ver si los idus de marzo hacen sonar la flauta.
Vaya tropa.  




 










Temas relacionados

para ti

en destaque