En respuesta a Jacinto Castillo y sus ‘Preguntas para el toro en el siglo XXI’

“Mi respuesta se basa en cuestiones ontológicas, antropológicas y culturales”

Tomás Rufo, en la Plaza de Toros de Almería en la Feria de 2022.
Tomás Rufo, en la Plaza de Toros de Almería en la Feria de 2022. Antonio Jesús García
Juan José de Torres López
19:53 • 17 ago. 2023

En un artículo publicado el 6 de agosto de 2023, titulado, 'Preguntas para el toro en el siglo XXI' que lleva como subtítulo 'Las preguntas más simples son, generalmente, las más difíciles de responder', Jacinto Castillo reta a algún aficionado a los toros a que le respondan a 4 preguntas, supone que casi imposible de responder satisfactoriamente, ya que como dice más adelante: "Cuando casi nadie necesitaba preguntarse nada sobre la Tauromaquia las posibles respuestas eran escasas y, en general, bastante desafortunadas".



Pues bien, aquí hay alguien que acepta responderle. Las preguntas son: 1ª, ¿Qué es un toro?: El protagonista de un documental sobre la vida animal; 2ª, ¿Qué es un torero? ¿Un dudoso personaje de la telebasura?; 3ª, ¿Qué es una corrida? Una opción dentro del programa de fiestas; y 4ª, ¿Qué es un aficionado a los toros? Un figurante de 'Cine de Barrio'.



Para mi respuesta me voy a basar en cuestiones ontológicas, antropológicas y culturales, todo ello dentro del espacio tan limitado que debe tener mi respuesta.



Cuestiones ontológicas
El toro bravo de lidia no es una especie diferenciada del resto del ganado vacuno (como el perro tampoco es una especie biológica distinta del lobo y, de hecho, tienen el mismo genoma y se pueden reproducir entre sí dando descendientes fértiles, que son dos criterios básicos que se utilizan para diferenciar especies). Tanto el toro como el perro son productos de la selección y mejora genética realizada por criadores, ganaderos y veterinarios para obtener razas o variedades dentro de una especie, que tengan unos caracteres adecuados a las funciones que han de realizar para satisfacer las necesidades humanas (en el toro se han seleccionado durante siglos la bravura, la embestida, &c.; y en el perro la docilidad, la obediencia, &c.). Luego, los toros o los perros, según la clasificación de Aristóteles serían entes artificiales (creados o modificados por el hombre) y naturales (sobre la base de una especie natural).



La primera conclusión, contra los que dicen que hay que liberar a los toros o a los perros de su esclavitud y devolverlos a su libre vida salvaje es: los toros o los perros no desaparecieran si no existiesen las corridas de toros o si no fuesen útiles para el hombre, sino que nunca hubieran existido porque se seleccionaron con esos fines. Por tanto, lo que nos proponen los antitaurinos es que se mantuviera la raza con dinero público (pero ¿por qué habrían de pagar todos los ciudadanos el mantenimiento de esta raza, cuando ahora somos sólo los que vamos a las corridas de toros los que lo hacemos? y, aun así, ¿quién mantendría el proceso de selección del toro bravo y con qué fin, si ya no hubiese corridas? La raza iría degenerando y perdiendo las características que la definen de bravura, &c. No hay toro bravo de lidia si no hay lidia.



Por tanto, la respuesta a la primera pregunta del señor Castillo es clara: El toro no es el protagonista de un documental sobre la vida animal sino el producto cultural del hombre.



Cuestiones antropológicas



Al margen de cuestiones ideológicas que plantea Castillo, nacionalismo, derechas e izquierdas, que lo embrollan todo, prefiero utilizar la Teoría de Espacio Antropológico del gran filosofo Gustavo Bueno: La Antropología no se refiere sólo al hombre sino también a los seres, objetos y entorno que lo rodean, pues todos estos contenidos son humanos desde que el hombre se relaciona con ellos y actúa sobre ellos (herramientas, animales, objetos artísticos, montañas, &c.). Es el Espacio Antropológico en el que se distinguen tres ejes: eje circular (relaciones de los hombres con otros hombres: relaciones sociales, políticas, morales, lingüísticas, &c.), eje radial (relaciones de los hombres con entes no inteligentes naturales –ríos, fuego, montañas, rocas, &c.– o con entes producidos por los propios hombres o artificiales –herramientas, objetos, &c.–) y eje angular (relaciones de los hombres con seres inteligentes no humanos: animales, dioses, espíritus, &c. –que existan o sean fruto de la imaginación es claro que interaccionan con los hombres en mitos, religiones, magia, &c.). Las relaciones en cada eje se dan siempre a través de la mediación de los demás ejes como veremos con la corrida de toros.


La cultura humana consiste en una serie de acciones pautadas que siguen unas normas (basadas en normas anteriores) cristalizadas en instituciones que siguen una serie de planes o programas operatorios con una finalidad. A estas normas y programas operatorios (de cómo hacer las cosas) con una finalidad les llamamos ceremonias, que son las que distinguen al hombre de los animales: Los elefantes africanos desarrollan, a falta de agua, un ritual de “abluciones sustitutivas” con arena y este proceso ha sido comparado con las abluciones ceremoniales de los musulmanes, a quienes también les está permitido realizar sus abluciones canónicas con arena cuando no disponen de agua. La semejanza es impresionante pero la diferencia de esencia subsiste: las abluciones musulmanas, con agua o arena, se desencadenan en virtud de un precepto del Corán. ¿Dónde está el Corán de los elefantes africanos?


El hombre es un animal que realiza ceremonias que se transmiten culturalmente. Las corridas de toros no son una opción dentro del programa de fiestas sino una ceremonia de la cultura objetiva: son una ceremonia del eje angular (relaciones de los hombres con los animales) sin perjuicio de que, como hemos dicho, esté atravesada de relaciones radiales (sol, viento, lluvia, &c). y con objetos artificiales: estoque, banderillas, capote, traje de luces, &c.) y de relaciones circulares (con otros  hombres:  el  presidente  que  concede  o  no  las  orejas,  los aficionados que aplauden o abuchean, &c.).


Cuestiones culturales

Me parece pertinente aquí recordar la distinción entre natural y cultural (me refiero a la cultura objetiva institucionalizada). La persona es un producto de la cultura y la sociedad en la que vive, y todo en la persona es cultural –aún los instintos que parecieran más naturales e innatos: supervivencia, sexo, comida, &c.– (una persona sacrifica su vida por otra en contra del instinto de supervivencia; no comemos cuando tenemos hambre sino a las horas que marca cada sociedad, los alimentos que nos ha enseñado nuestra cultura, cocinados de la manera que hemos aprendido, e incluso, una persona puede dejar de comer –no ningún animal– porque está a dieta para adelgazar, porque hace penitencia por una creencia religiosa, porque se lo ha aconsejado el médico o porque está en huelga de hambre para defender alguna causa social o política; o puede comer sin tener hambre –en un banquete en el que se celebra algo– y beber sin tener sed –vino, café o un jarabe para la tos–). Lo que diferencia a la persona humana de los animales es el potente y complejo género de instituciones, lenguaje conceptual, &c. que es normativo. Los animales pueden ser sujetos operatorios y pudieran tener mente, pero a la persona la hace la cultura objetiva histórica.


Y para terminar con los argumentos sobre el absurdo de considerar semejantes a las personas humanas y los animales, citamos el criterio objetivo contundente que lo demuestra de hecho: las personas humanas experimentan con los animales y los estudian y controlan; pero no al revés. Los animales no pueden comenzar a ser personas porque no tienen capacidad para enfrentarse, dominar y controlar a todos los demás animales. El control efectivo es una medida de la racionalidad (saber es poder).


Finalmente, un aficionado a los toros no es un figurante de Cine de Barrio. En la corrida vemos a un montón de gente y de toreros donde hay un hombre que está jugándose la vida enteramente y está demostrando con su arte que, sin embargo, es superior al toro, continuamente, y al toro se le dejan absolutamente todas las posibilidades. Una corrida en donde los toros no mueren y donde los toreros no están expuestos a morir no sería una corrida.


Creo haber demostrado que hablar sobre los toros supone movilizar ideas fundamentales de nuestras constelaciones filosóficas y, por tanto, es una cuestión que no puede tratarse a la ligera, de un modo banal (por agresivo que sea), sino que exige una reflexión muy distinta, de carácter filosófico.


La fiesta de los toros es, efectivamente, una fiesta que, desde el punto de vista etnológico, se puede considerar como una tradición española, es el modo típica o genuinamente hispánico de no huir de la humanidad, sino hacer una ceremonia simbólica, pero con fuego real, por decirlo así.


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