Javier Ocaña: “Hay películas perfectas para acercar a los niños ciertos asuntos”

El crítico de cine publica ‘De Blancanieves a Kurosawa. La aventura de ver cine con los hijos’

Javier Ocaña, crítico de cine y autor del libro ‘De Blancanieves a Kurosawa’. FOTO: NINES MÍNGUEZ
Javier Ocaña, crítico de cine y autor del libro ‘De Blancanieves a Kurosawa’. FOTO: NINES MÍNGUEZ
Evaristo Martínez
09:00 • 01 ene. 2022

Lo que comenzó como algo “espontáneo” en Twitter -narrar cada vez que veía “algo especial” junto a sus dos hijos- ha culminado en un ameno y luminoso ensayo acerca de la experiencia de compartir películas en familia: ‘De Blancanieves a Kurosawa. La aventura de ver cine con los hijos’ (Península). Una crónica personal a través de 150 películas en la que Javier Ocaña (Martos, Jaén, 1971) se abre a los lectores en su doble faceta de crítico (escribe en ‘El País’ desde 2003) y padre en continuo aprendizaje.



Utiliza ‘aventura’ en vez de ‘guía’ en el subtítulo.



Sería muy pretencioso hablar de guía, porque no sé si lo es. Yo quería hacer una crónica personal con la intención, con la ilusión mejor, de que trascendiera a otros padres, a otras familias, a otros cinéfilos con niños a su alrededor, como profesores. Hay un doble sentido: aventura por lo difícil que es que los niños se sienten dos horas contigo a ver una película en blanco y negro, de hace 50 años o con un ritmo distinto, y aventura en el sentido de descubrimiento: yo del mundo de mis hijos y ellos del mío. ‘Las 150 películas que usted debería ver con sus hijos’ posiblemente fuera un título más comercial pero me parece más honesto, más noble, así.



¿Por qué de Blancanieves a Kurosawa y no a Ford, a Truffaut o a Hitchcock?



La estructura parte de la subida continua de escalones: cada vez hacia películas más difíciles y complejas, con otros tiempos, otros ritmos. El escalón más bajo puede ser alguna serie, como ‘Doraemon’ o ‘Bob Esponja’, que me encantan, o ‘Blancanieves’, el primer largometraje que vio mi hija. Pero el planteamiento final siempre fue Kurosawa: me apetecía acabar con ‘Los siete samuráis’ porque es el fin de uno de esos hilos conductores artísticos que utilizo para pasar, por ejemplo, de ‘Bob Esponja’ a los Hermanos Marx, que tienen muchos paralelismos. Kurosawa era el punto final de un hilo que empezaba con los capítulos de samuráis de ‘Doraemon’, que seguía con películas como ‘Los siete magníficos’ o con ‘Bichos’, que son, de forma más o menos explícita, remakes de ‘Los siete samuráis’. Y además Kurosawa me parecía el ejemplo perfecto de cine importante y relevante sin ínfulas intelectuales. 



Planteo los 14 años como la etapa final de ver cine con los hijos: mi hija tiene 15 y aunque sigue viendo películas conmigo ve más con sus amigas e incluso sola, cosa que me parece fenomenal, porque es otra etapa. Kurosawa me parecía el punto final perfecto para los 14 años. Truffaut me parecía algo demasiado elevado y Hitchcock y Kubrick no son punto final: mi hijo vio 'La soga' con 5 o 6 años y 'Espartaco', que quizás es la que más se puede ver con niños, tampoco es punto final. Y '2001' es algo demasiado complejo. Kurosawa me parecía perfecto porque además me flipa, le tengo mucho cariño. 



¿Pecamos de que nuestros hijos vean muy pronto las películas que nos gustaron?



Tenemos la tentación de intentar reproducir en nuestros hijos lo felices que fuimos con determinadas películas. Cada generación debe descubrir sus propios mitos: mis hijos han visto las 150 películas del libro; a mí me encantan todas y a ellos les gustan pero les parecen otras más especiales. Es mejor adelantarse y cometer un error. Nunca es demasiado pronto para ver, qué te digo, ‘Matar un ruiseñor’. Tampoco tienen que entender una película al cien por cien, con que se queden con la mitad ya han sacado cosas. Cuando éramos pequeños también nos adelantábamos en muchos sentidos en ver cosas que no estaban destinados a los niños... Cada padre y cada madre debe ver en cada momento el lugar que ocupa su hijo con respecto a una comprensión no ya de las películas sino del mundo en general. El objetivo es hacerlo con naturalidad y espontaneidad. Nos podemos equivocar, no pasa nada: si una película no les ha gustado o no quieren seguir viéndola, ya lo harán con más edad. Pero tampoco hay que sobreprotegerlos, como digo a lo largo del relato.


¿Ver cine con los hijos también es enfrentarse a situaciones incómodas?

En los padres nunca debe haberlas. La labor educativa consiste en hablar con naturalidad y ahí entran conversaciones sobre el amor, el sexo, la traición con los amigos o la muerte, algo consustancial a la vida. Yo cuento con qué edad lo hice y qué películas me parecen perfectas para el conocimiento por parte de los niños de asuntos como lo que supone morir. Los padres deben ver en qué momento están sus hijos y en qué momento están ellos para compartirlo con sus chavales. No hablaría de incomodidad sino que es parte del aprendizaje: los hijos aprenden mucho pero los padres aprendemos cada día.


La oferta en plataformas es descomunal. ¿Los primeros espectadores necesitan hoy más que nunca la figura del prescriptor?

Sí, y no solo con respecto al cine que ponemos al alcance de los niños, también para los adultos. Los especialistas, críticos e informadores cinematográficos somos más necesarios que nunca. Hay que hacerlo con honestidad y criterio: el de alguien que ha visto más cine de lo normal e intenta analizarlo a través de su carrera. Ante esta oferta podemos hacer de embudo y separar el grano de la paja, dando pautas informativas y de análisis crítico sobre qué películas pueden enganchar mejor tanto a los chavales como a los padres.


¿Seguirán los cines atrayendo a los jóvenes más allá del taquillazo de turno? 

Ahí está la labor de cada padre o madre según las posibilidades de cada ciudad. El cine en salas es maravilloso: la oscuridad, el sonido, la pantalla grande -que la película te domine y no que tú la domines, como cuando se ve en un móvil o una tablet-, la risa, el miedo y la lágrima en compañía hacen que la experiencia sea verdaderamente completa. Tuve la buena suerte de criarme en un pueblo con cine y a los 15 o 16 años, cuando me quedé sin él, me alimenté del videoclub hasta que tuve la suerte de irme a estudiar a Granada. Allí empecé de nuevo, a pasos agigantados, a ver todo lo posible en pantalla grande.


Creo que esa experiencia no se va a perder aunque estamos, es evidente, en un momento de encrucijada porque el cine en casa ha mejorado y porque la oferta es inmensa. Pero tenemos que ser más aventureros: no conformarnos con lo que nos ponen en las plataformas, con el enésimo capítulo de la enésima serie que nos satisface pero que en unos años no recordaremos. Sigamos practicando la aventura de ir al cine a ver una película que lo mismo no te sobrecoge pero igual te cambia la vida.


Sobre lo de ser aventureros: recomienda acercarse a ciertos clásicos, por más que hoy puedan estar descontextualizados, antes que omitirlos.

Sin duda. En el capítulo dedicado a la aventura, sobre todo, hay bastantes películas que no hay que ver con los ojos de 2021, como repito en el libro, sino con los ojos de los contextos en los que se realizaron y de los contextos históricos que vivieron los personajes. Tenemos un empecinamiento excesivo por ver a personajes y a comportamientos de épocas pasadas con los ojos morales de 2021: eso es imposible e impensable. Para saber dónde estamos y de dónde venimos hay que ver muchas cosas de cómo era el comportamiento en el pasado: con las mujeres, en regímenes totalitarios, en dictaduras como la que tuvimos en España durante 40 años. Reivindico, por ejemplo, clásicos de la Disney de su etapa más maravillosa, la inicial, ahora ninguneados por esa superioridad moral que los desliga de sus enormes virtudes artísticas. Y no solo eso: sin buscar sermonear a los niños poseían enormes enseñanzas que quedaban como subtexto sin ser el objetivo inicial de la película


Son días de ver cine en familia. ¿Recomienda a los lectores de LA VOZ dos títulos? Le pido uno en blanco y negro y otro a color.

En blanco y negro, por huir del cliché de estas fiestas ['Qué bello es vivir'], aunque es maravillosa, me quedo con otra de Frank Capra: 'Vive como quieras'. Mis hijos debían de tener 8 y 5 años cuando la vieron. Es divertidísima, una historia preciosa alrededor de lo que supone la vida en libertad, sin maltratar a los que te rodean, vivir en comunidad en un vecindario en el que cada uno intenta hacer que su vida sea lo más regocijante posible. Y en color... '¿Quién engañó a Roger Rabbit?', un divertimento absoluto para la Navidad. Y no solo un divertimento sino que es de una expresividad artística y de una categoría con respecto a la historia que cuenta, y a cómo la cuenta, que creo que va a quedar para futuras generaciones.


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