El affaire Caravaggio

Polémica surgida en estos días sobre la atribución de un cuadro, Ecce homo, al pintor italiano

Detalle del Ecce Homo atribuido a Caravaggio.
Detalle del Ecce Homo atribuido a Caravaggio. La Voz
Ramón Crespo
14:07 • 14 may. 2021

Desde hace unos meses el nombre de Michelangelo Merisi, llamado Caravaggio, vuelve a hacer tambalear la “pax burguesa” del mundo del arte, mostrando sus felices imperfecciones y sus debilidades. El pintor lombardo es un buen ejemplo del artista maldito, su nombre convertido en mito es el de un personaje contradictorio, arrogante y pendenciero, pero su obra, sin embargo, muestra sus muchas virtudes, lo que obliga a valorar su personalidad como más compleja, y llena de aristas, de lo que a priori podría parecer. Sus cuadros después de cuatro siglos siguen generando pasiones y conmoviendo por su autenticidad, como si su afán por trasgredir las normas pictóricas hubiera calado en nuestra mirada contemporánea.



La pintura de un joven Caravaggio, llegado a Roma, con veintipocos años, sorprenderá por su furor báquico permitiéndose algunas licencias al amparo, seguramente, de su benefactor, el cardenal Del Monte, un personaje también poliédrico, que parece no querer abandonar el humanismo del Renacimiento en tiempos de la Contrarreforma. Pero Merisi aspira a ser mucho más que el pintor de Baco y las cestas de frutas y flores. Su rápido aprendizaje lo lleva a un vivo realismo que nace de esa pintura del natural alejada del clasicismo. El cardenal le consigue el que será un encargo decisivo en su carrera, las pinturas para la iglesia de San Luis de los Franceses. Con La vocación de San Mateo y El martirio de San Mateo se convierte en un pintor conocido y admirado por muchos, y ahí empieza su fama. Luego pintará La crucifixión de San Pedro, La incredulidad de Santo Tomás, El santo entierro, El sacrificio de Isaac...






Caravaggio compone sus cuadros con escenas de una fuerza y veracidad conmovedoras. Los cuerpos, los rostros que llenan sus lienzos, son los de la gente de la calle elegidos como modelos. Su naturalismo muestra una pintura ajena a la ejecutada hasta entonces, de un verismo inusual para los ojos educados en la amabilidad de las formas clásicas. Hombres y mujeres pertenecientes a las capas más pobres de la sociedad, indigentes, y desheredados, encarnan a santos y apóstoles en escenas religiosas, con un protagonismo que no les había correspondido nunca en la historia del arte. Sus figuras son aún más imponentes por la luz que las rodea, un claroscuro, que acentúa el dramatismo de rostros y gestos.



Caravaggio descubre la forma de las sombras, en expresión de Roberto Longhi, de quien Pasolini decía que todo lo que sabía de Caravaggio lo había aprendido de él. Frente al clasicismo de otros artistas como Annibale Carraci, extraordinario pintor, Merisi amplía el horizonte del barroco europeo. Se sabe que no utilizaba ni bocetos ni dibujos preparatorios, pintaba directamente sobre la tela siendo fiel a su temperamento, y dejando sus fondos de escena generalmente desnudos.



La ciudad eterna atrae a principios del siglo XVII a multitud de artistas. Numerosos encargos de la iglesia y de coleccionistas particulares aseguran la actividad artística que en esos años es frenética. También llegan jóvenes pintores de otros países de Europa para completar su formación, Roma es en esos años un hervidero. En ese ambiente la pintura de Caravaggio causa admiración. El más ilustre de sus admiradores fue un joven llamado Peter Paul Rubens llegado a Italia como tantos otros, pero, parece ser que con el cometido además de adquirir pintura. Rubens compra para el Duque de Mantua, una obra de Caravaggio, La muerte de la Virgen, rechazada por sus benefactores al no cumplir con el decoro requerido. Y como a Rubens a muchos artistas les fascinará la obra de Caravaggio, sobre todo a los mas atrevidos. Su influencia es visible en José de Ribera, lo spanoletto, y en pintores italianos como Gentileschi y su hija Artemisia, en Saraceni, Borgianni, Manfredi o Serodine. También en un nutrido grupo de pintores holandeses, flamencos y franceses, la lista es larga: Gerard van Honthrorst, Dirck van Buburen, David de Haen, Hendrick ter Brugghem, Louis Finson, Matthias Stom, Nicolas Régnier o  Simon Vouet. Pero incluso en algunas pinturas de  Guido Reni, vinculado al clasicismo, es palpable el influjo del realismo caravaggiesco.   






En España es Juan Bautista Maíno, formado en Milán y Roma, quien trae el testigo de Caravaggio a una ciudad como Toledo, que sigue siendo la ciudad del Greco, éste muere en 1614 solo cuatro años después que Caravaggio. Curiosamente la obra de estos artistas, el Greco y Caravaggio, siendo estéticamente tan diferentes por su originalidad y su genio, permanece silenciada durante más de dos siglos hasta que es reivindicada a principios del siglo XX.


La polémica surgida en estos días sobre la atribución de un cuadro, Ecce homo, a Caravaggio, forma parte de los entresijos de un dislocado mercado del arte que se mueve voraz en un mundo globalizado. De ahí que sea tan importante que esta obra acabe en el Museo del Prado. En aquella época era muy frecuente hacer copias de un cuadro, a veces las hace el propio pintor pero en muchas ocasiones son realizadas por otros artistas, de ahí que resulte difícil autentificar una obra, por eso y porque  la destreza técnica y la calidad pictórica alcanzada por muchos de aquellos pintores dificultan aún más el estudio y las investigaciones.


Ojalá que este affaire Caravaggio acerque la pintura a mucha gente, en unos tiempos donde el coleccionismo, y particularmente el de pintura antigua y religiosa, vive momentos muy difíciles, por la falta de una tradición, que necesariamente debe renovarse generación tras generación. Pero es que los jóvenes de hoy siguen mirando para otro lado. 


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