Epidemias, confinamiento y arte

Las patentes de sanidad acreditaban, ante el puerto de destino, que un barco no tenía contagios

Patente de sanidad emitida el 23-1-1782 por la Junta de Sanidad de Barcelona a favor del bergantín Cristianum et Danielem.
Patente de sanidad emitida el 23-1-1782 por la Junta de Sanidad de Barcelona a favor del bergantín Cristianum et Danielem. A.G.A.
Antonio Gil Albarracín
07:00 • 05 abr. 2020 / actualizado a las 11:13 • 05 abr. 2020

Encontrándonos confinados más de una tercera parte de la humanidad a causa de la epidemia del coronavirus que, procedente desde China, gracias a la globalización, se está extendiendo como la pólvora y es probable que aún se tarde en controlar dicha pandemia. Semejante situación resulta novedosa durante el último siglo pero, salvo su acelerada velocidad del contagio en todo el mundo, no es desconocida en el pasado, dando lugar a intentos de aislamiento y cordones sanitarios para aislar territorios amenazados.
 



En algunos casos la existencia de dichas epidemias dieron lugar a fenómenos literarios de primer orden, de los que el más conocido sería El Decamerón de Giovanni Boccaccio, escrito durante la peste bubónica que asoló Eurasia entre 1347 y 1353, reuniendo los cien relatos narrados por diez jóvenes florentinos confinados en una villa de Fiésole, próxima a Florencia, a la espera de que amainara la morbilidad del contagio.




Patentes de sanidad
Sin embargo, hasta ahora ha pasado inadvertida la existencia de unos documentos denominados patentes de sanidad, que presentan antecedentes medievales. Los mismos habrían de ser emitidos por parte de la Junta de Sanidad del puerto de partida con el fin de presentarlo en el puerto de atraque. La tripulación y viajeros de cualquier embarcación que no dispusiera del mismo quedaba confinada en un lazareto para pasar la cuarentena.




Los avances científicos de la medicina y el morbilidad causada por la peste de Marsella del año 1720 llevaron a los Estados occidentales y sus territorios de soberanía al acuerdo de obligar estrictamente a que cualquier embarcación que llegara a su puertos presentara la patente de sanidad emitida por el puerto de origen, acreditando no sufrir epidemia alguna; dicha obligación permanecería en vigor hasta el siglo XX. En aquellos puertos cuyas autoridades no suscribieron el acuerdo, la patente sería emitida por los consulados de los Estados firmantes. El éxito de dicho acuerdo fue evidente pues el episodio de 1720, que llegó hasta 1722, fue la última epidemia de peste bubónica padecida en territorio europeo.




Las patentes de sanidad son instancias, manuscritas normalmente, que al menos desde el siglo XVII, también aparecen impresas; en las mismas se incluía la declaración de hallarse libre de cualquier contagio el puerto del que se había zarpado.




Adornadas
Algunas de las citadas instancias fueron adornadas con grabados de calidad desigual que incluían el escudo heráldico representativo de la ciudad o del Estado, en muchos de los territorios católicos representaban el santoral que protegía cada población y bastantes ciudades consideraron que era una excelente ocasión para difundir la imagen de la misma representada desde el mar a vista de pájaro o mediante un plano; hecho que ha permitido atesorar en los archivos que custodian dicha documentación una extraordinaria colección de paisajes urbanos fechados entre los siglos XVII y XIX.




Muestra representativa de los mismos son las dos patentes de las que se hace referencia en esta breve noticia.




La patente de Barcelona, obra del grabador Ignacio Valls, fue reiteradamente emitida entre 1730 y 1817.


La extraordinaria patente de Alicante encargada a Vicente López Portaña, pintor de Cámara desde 1815, dibujó esta patente hacia 1820, representado la ciudad de Alicante, coronada por el castillo de Santa Bárbara, desde el mar por cuyas aguas navegan, entre otras embarcaciones, un galeón y un imponente Neptuno sobre su carro, en contraposición neoplatónica con la corte celestial que encabeza la patente, presidida por la Santa Faz, a la muestran su devoción los santos Sebastián, Francisco de Paula y Roque.


Tema de enorme interés que he estudiado durante los últimos años; cuando la situación se normalice se colgará una exposición sobre estas patentes, que ya estaba programada de antemano, acompañada de catálogo en el que se tratará extensamente de este interesantísimo tema.


Antonio Gil Albarracín es doctor en Historia. Académico correspondiente de las Reales Academias de Bellas Artes de Nuestra Señora de las Angustias de Granada, de Alfonso X el Sabio de Murcia, y de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y de la Historia, también de Madrid.


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